Vicente Álvarez tuvo un
tiempo en el cual no dejaba de mamar en el surtidor de ideas
que decía tener Higinio Molina para arreglar los
problemas de Ceuta. No olvidemos que éste -voz de la
Transitoria Quinta- fue también el heraldo del GIL en esta
ciudad. Ambos, Higinio y Vicente, habían disfrutado de lo
lindo la presidencia de Jesús Fortes. El primero, por
ejemplo, viajó a Bruselas, formando parte de una comitiva
presidencial, de la que algunos de sus miembros, con dinero
público, estuvieron visitando los prostíbulos holandeses.
Mas un día, de mediados de 1998, el surtidor de ideas
comenzó a propalar que la decadencia de JF era evidente. Que
había que tomar soluciones drásticas por el bien de Ceuta. Y
lo primero que le preguntó, el tío de los dibujitos
escatológicos, fue por la pasta gansa que se podía recibir
prestándole toda clase de servicios a Antonio Sampietro.
Fue entonces cuando trataron de reclutarme para la causa y
me negué rotundamente. Y ocurrió que a Vicente se le escapó
un comentario, que llegó a mis oídos, y recuerdo que lo
corrí a gorrazos por toda la redacción del periódico donde
prestábamos nuestros servicios.
Vicente es un pobre hombre que ha vivido hasta ahora pasando
por lo que no es. Refugiado detrás de una tira populista,
con olor a fritanga, y convencido de que sus muñequitos le
concedían bula para hacer y deshacer a su antojo. Digo hasta
ahora, porque, al estar probando las hieles de vivir a la
intemperie, habrá de andarse con tiento desde este momento.
Vicente ha cometido, en principio, dos errores de bulto. El
primero ha sido hacerse cargo del trabajo que le encargaron
para echar diatribas contra mí. El segundo, despreciar al
adversario. Que no es que sea muy listo, pero tampoco es
tonto.
Vicente no supo encajar la crítica por comportarse
indignamente con Pedro Gordillo. Y perdió los
papeles. De modo que no tuve más remedio que llamarle foca.
Y se revolvió con furia inusitada. Y principió a manejar
expresiones taurinas y hasta se vistió de torero. Sin
percatarse, como le dije, de que nombrar la soga en casa del
ahorcado era prueba palpable de torpeza ilimitada. Pero
Vicente, doliéndose del castigo en varas, aceptó sus
cuernos, su suciedad, y también que la boca le olía igual
que el orto –recto-. Pero le faltaba el par de banderillas
de fuego. Así que le recomendé que bailara la danza del
vientre. Y picó. Y a punto estuvo de provocar un lío
monumental. Le puede dar gracias a una persona que me paró
en el preciso momento que iba a explicarle lo de un baile
que tiene maestro en la ciudad.
Por todo ello, me extraña que Vicente esté cansado de que se
le mienten sus cuernos. Y la costra de su orto, por ser
espeso, sucio, poco aseado. Vamos, que huele a zorruno.
Merdellón, que diría una verdulera de Sevilla. Con todos mis
respetos para ella. Vicente, además, se ha dispersado. Y,
bravucón, amenaza con sus dibujitos dominicales. Cuando yo
pido para que pueda recuperarse de sus problemas. Mientras
tanto, eso sí, que no se mire al espejo...
(Fuera de concurso. Vicente Álvarez: acabo de recibir
información. Y sé por qué te hastías ya de que yo hable en
términos taurinos)
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