Cuando uno era pequeño, entre
otros juegos para entretenernos, estaba el de jugar a
piratas, armados con nuestras espadas de madera y luchando
con nuestros “enemigos”. Todos nosotros, dejamos volar
nuestra imaginación y veíamos a los piratas, como personajes
con pata de palo, parche en un ojo, una mano cortada
reemplazada por un garfio y lo que no podía faltar, según
nuestra imaginación, era un loro sobre el hombro del jefe de
los piratas.
Cuando los años fueron pasando dejamos de jugar a piratas,
porque, en esa época, los piratas no tenían razón de ser.
Por eso, en pleno siglo XXI, se nos hace imposible creer que
puedan existir piratas, armados hasta los dientes con los
últimos adelantos en armamentos y con capacidad para asaltar
barcos, tomar rehenes y pedir rescate por ellos, como si
estuviésemos en el siglo XIV.
Resulta inconcebible, se mire por donde se mire, que en
pleno siglo XXI la llamada “comunidad internacional”, que
dispone de grandes tecnologías no disponga de un plan de
protección en zona de aguas internacionales para todos esos
pesqueros que realizan sus faenas en ellas.
Para conseguir que los pesqueros realicen sus faenas con
total seguridad y garantía, los buques de las Armadas de los
distintos países que patrullan por esas aguas
internacionales decidan, de una vez por todas, intervenir
poniendo orden y, ante la gravedad que suponen estos actos
de piratería, a cañonazo si es necesario.
Por supuesto, si es necesario, sabiendo en los puertos donde
tienen sus barcos, intervenir en tierra, enviando esos
barcos piratas al fondo del mar. Como decía la sabia de mí
abuela: “muerto el perro se acabó la rabia”.
Nadie puede creer, por muchas vueltas que se le dé a la
cabeza, buscando alguna solución, pensar que mil piojosos
mantengan un extraordinario negocio por su cuenta y riesgo.
Eso no se lo cree ni el que asó la manteca colorá. Detrás de
todos estos piratas hay algo más que, por supuesto, hay que
combatir.
Según dice, los entendidos, las negociaciones para soltar a
los barcos apresados y a su tripulación, se llevan con unos
abogados de Londres. Habría que ir a buscar a esos abogados
y que dieran las explicaciones pertinentes, de por qué
sirven de enlace entre unos piratas y los respectivos
gobiernos y cuál es el beneficio que obtienen de esas
negociaciones.
No es de recibo que se consienta que le comercio mundial
quede supeditado a lo que decidan estos piratas del siglo
XXI que, incluso, llegan a jugar con la vida de la
tripulación de todos estos barcos de pesca.
Sin lugar a dudas, todas las acciones de estos piratas
constituyen un fracaso de la comunidad internacional, de la
que se quiera o no se están mofando.
Si el gobierno de Somalia es impotente para detener estos
actos de piratería, la comunidad internacional debe tomar
las decisiones necesarias, para hacerles entrar en la fuerza
de la razón o en la razón por la fuerza. No hay otra
solución, para acabar con estos actos de piratería,
inconcebible en pleno siglo XXI.
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