Hubo un tiempo en el cual mi
correo electrónico se llenaba de mensajes. Ora dándome las
consiguientes quejas por mis opiniones, ora halagándolas,
ora poniéndome al tanto de asuntos para que manifestara mi
particular visión, y tampoco faltaban los insultos.
Responder cada día a cuantos mensajes recibía no sólo me
distraía de mis obligaciones primordiales, sino que en
ocasiones los había que trataban de quitarme la porción de
lucidez que ha de tener uno para defenderse en esto de
escribir diariamente en periódicos. Y, aunque estoy ya muy
ducho en lo tocante a mantener refriegas de las que exigen
la daga bien dispuesta, no dudé en prescindir del correo
electrónico.
Pero, de un tiempo a esta parte, me vienen enviando cartas.
Varias han sido las que he recibido esta semana: una, con
agradecimiento de persona que ha visto su nombre reflejado
en este espacio, para bien; otra para mostrarme su
desacuerdo por algún comentario. Y, desde luego, no han
faltado las que portaban invitaciones y alguna que otra
petición.
La penúltima carta que ha llegado a mi poder la firma J.
Luis Aragón. Al cual no tengo el gusto de conocer. Y la
ha enviado para amonestarme porque no le ha gustado el trato
que le di a la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez,
cuando vino a inaugurar el Hospital Universitario. Eso sí,
se justifica diciendo que lo hace a pesar de que él no es
socialista. Explicaciones no pedidas... El señor Aragón, don
Luis él, está en su derecho de protestarme lo que escribí
sobre TJ. Y el mío consiste en responderle lo siguiente: en
principio, gracias por ser lector de la columna. Y después
decirle que nunca tuve la intención de molestar a la
ministra. De cuya figura hice encendidos elogios. De aquella
figura que a mí se me metió por los ojos, años atrás, cuando
fue candidata a la alcaldía de Madrid.
Pero, habiendo tenido la oportunidad de ver a la ministra de
cerca, en su reciente visita, comprobé que la brevedad de su
cintura era ya cosa pasada. Y me salió del alma decirle que
no se relajara en la mesa. Mas esa apreciación iba
acompañada, cómo no, con la aclaración consiguiente: la
ministra aún conserva reservas atractivas para dar y tomar.
Y, por supuesto, no faltó el detalle: la elegancia de las
mujeres va de fuera a dentro. Lo quiera don Luis o no.
Máxime cuando éstas ocupan puestos destacados. Pero lo dicho
nos llevaría a entrar en disquisiciones que propiciarían
seguramente que saliera a relucir eso tan manido del
machismo y bla, bla, bla. Y no estoy dispuesto a entrar en
ese terreno porque si de algo puedo presumir es de mi pasión
por el sexo femenino. Ah, “... un caballero por naturaleza,
la peor clase de caballero que conozco”. Comparto la opinión
de Oscar Wilde.
Acabo de recibir una carta desagradable. Alguien me cuenta
un caso de posible incesto. La leo y decido no prestarle la
menor atención. No aparecen nombres. Pero deja entrever
claramente las intenciones del remitente. Mi única respuesta
es que para tales menesteres están los psicólogos. Puesto
que semejante problema no admite bromas de ningún tipo.
Fuera de concurso. Vicente Álvarez: cómo es posible
que hayas sido tan estúpido de echar diatribas contra mí,
sin pensar en tu vida ni en la de los que te han jaleado
para que lo hagas. Eres un necio. Peor aún: un tonto con
balcón a la calle (registrado por A. Burgos).
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