Todos los años, más o menos por
estas fechas, suelo escribir del llamado pánico de los
parados. Este año, diga lo que diga al respecto, me quedaré
corto. Porque las cifras de quienes están sin empleo son ya
mareantes. Dentro y fuera de España, y, por tanto, en Ceuta.
Uno, que vivió su niñez en casa de vecinos, creció oyendo lo
mal que lo pasaban los parados y viendo las consecuencias de
los problemas que la situación generaba en las familias
donde el hombre carecía de empleo. Imágenes guardo en la
alacena de la memoria.
El pánico de los parados es un hecho evidente. Así como
suena. Un miedo grande que sigue atormentando a los varones
que no hallan un trabajo en el cual cumplir las funciones
que les hagan sentirse válidos. No olvidemos que el mundo
del trabajo ha sido concebido, organizado y construido por
los hombres. Y ellos han sido, hasta hace nada, los que han
manejado todos sus resortes. Cierto que las mujeres han
avanzado mucho, muchísimo, en sus justas reivindicaciones.
Lo cual no quita para que los hombres continúen manejando el
funcionamiento laboral, y arreglando todos los mandos.
Así, cuando un hombre se queda sin empleo -puede haber sus
excepciones- no sólo padece la consiguiente inquietud
material, sino que le invade una angustia infinita y queda
sumido en un desasosiego abocado a males mayores. Cualquiera
que haya pasado por tal situación, o que la esté viviendo,
sabrá de lo que estoy hablando.
El parado se siente siempre observado y llega a comportarse
como un emasculado. Se da cuenta, en muchas ocasiones, que
el decaimiento de su organismo es una realidad y va de un
sitio a otro de la casa como un perro abandonado a su suerte
callejera. Una permanente irritación convierte a los sin
trabajos en los seres más predispuestos a sentirse
disminuidos y a creer que se les tiene en muy baja estima.
Y, claro, susceptibles hasta extremos insospechados, ante
cualquier detalle que asimilen torcidamente, saltan a las
primeras de cambio para dar rienda suelta a toda la bilis
acumulada que llevan dentro. Son los resultados de la enorme
duda que tienen de su capacidad, motivada por el momento que
están viviendo, y sobre todo por el resentimiento que les
embarga contra una sociedad a la que culpan de su desgracia.
Ni siquiera el subsidio del paro es medicina capaz de
aliviar el pánico de los parados. Es ayuda tan necesaria
como también una forma de hurgar más en la herida. Sobre
todo en aquellos tiempos donde los parados se veían
obligados a guardar cola para cobrar en sitios visibles y
expuestos a las miradas de cuantos murmuraban contra tales
prestaciones. Lo he visto y lo he sufrido. En fin, hablar
del pánico de los parados en las circunstancias actuales es
recordar una triste realidad, dolorosa realidad, que en
estos tiempos ha tomado ya forma de siniestro. Ahora bien,
lo que menos necesita el drama es que el secretario general
de Comisiones Obreras haga demagogia. Pues todos conocemos
que lo único que él ha hecho siempre es meter a dedo a sus
amigos en la Administración Local.
(Fuera de concurso. Vicente Álvarez: hombre que
presume de cuernos no es de fiar. Porque se puede arrancar
con las ideas de un ‘victorino’. Pongan burladeros en las
oficinas de Acciona.
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