Llegaron los albores de un nuevo
curso académico a las universidades españolas. Sólo hay que
pasarse por los diversos campus universitarios, parecen
haber despertado a la vida y el trajín de jóvenes se impone
a la calma. Los nacientes encuentros, los abrazos más
apasionados, los nervios de los primerizos, las palabras más
sentidas, los deseos más deseados, los planes y las
maquinaciones a flor de piel, la autocrítica y las
intenciones; todo esto y más, forman y conforman el hábitat
estudiantil. Ahora bien, quizás convendría preguntarse: ¿en
qué medida la sociedad está inmersa en esta emoción y en la
cultura universitaria; y, también, en qué proporción se
tiene en cuenta la sapiencia que transmiten las Facultades a
la colectividad o, por el contrario, cotiza indiferencia
social y el ciudadano hace oídos sordos? En el caso de que
la sociedad no se dirija a la Universidad, entiendo que
debería la Universidad dirigirse cuanto antes a la sociedad.
Su acción es decisiva, no puede estar reservada a los
privilegiados y ha de abrirse a todas las generaciones y a
todas las culturas.
Acaba de decir el Ministerio de Educación que el objetivo es
situar a la Universidad española entre las mejores de
Europa. Y añade un dato: “el 84% de las universidades
públicas elaboran planes estratégicos para convertirse en
Campus de Excelencia Internacional”. Los propósitos me
parecen formidables: “mejora docente, mejora científica,
transformación del campus para el desarrollo de un modelo
social integral, mejoras dirigidas de la adaptación e
implantación al Espacio Europeo de Educación Superior
(incluyendo la correspondiente adecuación de los edificios),
transferencia del conocimiento y tecnología como resultado
de la investigación académica al sector empresarial e
interacción entre el campus y su entorno territorial”. Ya
veremos si en el 2015 estas intenciones, que sin duda son
buenísimas, forman parte de la realidad, y ambos mundos, el
universitario y el social, caminan en la misma dirección.
A mi juicio, la Universidad española tiene que contrarrestar
la mediocridad social y elevar su prestigio institucional de
pensamiento libre; de espíritu crítico, en suma. Tal vez,
para ello, tengan que democratizarse y socializarse todavía
más los resortes del poder. Hagámoslo sin partidismos. Es
cuestión de Estado. Me parece justo que la sociedad exija
una formación por y para la vida, que reclame a las
Facultades estudios que respondan a las necesidades
específicas del mercado laboral. La cultura universitaria
tiene que ser una formación integral, lo que conlleva que
también sea un trampolín al pleno empleo. Esta
profesionalización que hoy tanto se pide en los ámbitos
empresariales, cuyos efectos benéficos son innegables, no
siempre es portadora de una formación universitaria. Por
desgracia, muchas veces en la docencia sólo se valoran
contenidos, saberes aprendidos de memoria, obviando el
sentido de los valores, la deontología profesional y el
valor moral como excelencia de toda ciencia. Es la
consecuencia de haber fortalecido en numerosas disciplinas
un positivismo a ultranza sin considerar referencia alguna a
la ética.
Por otra parte, encerrarse en un sector del conocimiento y
no considerar otras realidades, es como fragmentarnos las
ideas y no ver más allá de una absurda especialización,
porque las cuestiones hay que percibirlas y analizarlas en
su conjunto, en referencia y en relación a los saberes. El
colectivo universitario: investigadores, docentes y alumnos,
tienen que ser valientes y abrirse sin complejos a la
amplitud de la razón. Uno puede ampararse en la libertad de
cátedra, pero realmente la vocación de toda Universidad es
poner en valor y hacer valer, el desvelo por descubrir y
transmitir la verdad, cueste lo que cueste. Para Europa
puede ser vital contar con una educación y formación de alta
calidad; pero, realmente, esa aptitud competitiva hay que
aderezarla hacia el bien o si se quiere hacia el sentido
humano; de lo contrario, cosecharemos angustias y
depresiones a raudales. Díganme, sino, ¿para qué tanto
competir, si en el desafío perdemos la vida unos contra
otros?
A pesar de tantas excelencias para el 2015, sigo pensando
que la Universidad española presta demasiada atención a la
política y poca deferencia a lo mucho que representa por si
misma, y que es lo más sublime, el afán de conocimiento. Es
cierto que en los tiempos actuales se han abierto nuevas
dimensiones del saber, que las Facultades e Institutos de
investigación universitarios, no han cesado en
descubrimientos sorprendentes que son de agradecer, pero a
la vez también se nos abren nuevos interrogantes, en la
medida que se plantea si este poder que da el saber se
utilizará humanamente, es decir, respetando el
reconocimiento y la dignidad de todo ser humano. Con esto
vuelvo a la idea vertebral del artículo. ¿La Universidad en
el tiempo de formación ha educado para ser personas o ha
instruido para sólo hacer carrera? En esos buenos propósitos
del Campus de Excelencia Universitaria, la Universidad
española tiene que apostar más por ser lo que debe ser, un
hábitat privilegiado de creación de cultura y de forja de
pensamiento; que busque no sólo hacer máquinas, sino formar
personas; no sólo tener más, sino ser mejor; y que ofrezca
no sólo conocimiento, sino también sabiduría, que es lo que
verdaderamente nos ayuda a vivir todos con todos y para
todos.
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