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OPINIÓN - DOMINGO, 4 DE OCTUBRE DE 2009

 
OPINIÓN / ventana abierta

¿Impunidad en el menor?

Por  Miguel Ángel de la Huerga (Orientador Familiar)


Hace poco tiempo me contaban que un dependiente de Cádiz había sorprendido a un joven rayándole el escaparate de su tienda recién remozada. El muchacho, lejos de asustarse le espetó al dependiente. “Como llames a la policía te denuncio por malos tratos”. Hacía poco tiempo que en la puerta del Congreso de los Diputados un joven marroquí detenido por apuñalar a una turista comentó a la policía: “Bueno, como soy menor de 18 años no iré a la cárcel”

Se han elaborado leyes de protección al menor que tratan de defenderlo de malos tratos, abusos e injusticias, y esto ha sido bien acogido por la sociedad; pero desde la entrada en vigor de la Ley Penal del Menor, el 13 de enero del 2001, numerosas asociaciones e instituciones de todo tipo e ideología pidieron con urgencia una revisión de dicha ley, por entender que deja desprotegidas a las víctimas y prácticamente sin castigo a delincuentes y asesinos por el solo hecho de ser menores de edad. La ley sin ser mala, está en entredicho, entre otras razones, porque no se ha desarrollado el reglamento que facilite la interpretación y la ejecución de las medidas y no se han puesto todos los recursos económicos y personales para su desarrollo. Estas y otras consideraciones hacen que su aplicación sea complicada y el menor tenga la sensación de impunidad ante el delito.

Esta sensación de impunidad se ha trasmitido a muchos de nuestros jóvenes, cuando en su comportamiento diario, hacen uso o abuso indebido de los medios que los mayores ponen a su disposición, sin el más mínimo rubor ante la presencia de otras personas. Si llegado el caso se le hace alguna leve observación, lejos de sentir cualquier grado de culpabilidad, lo habitual es recibir una contestación despectiva, cuando no grosera. Parecen pensar: “Yo soy el centro del universo, y todo y todos están a mi servicio”. Esto coincide con los letreros a la entrada de una importante urbanización de nuestras proximidades: “Urbanización privada, absoluta preferencia de niños”.

Estas conductas vienen pues inducidas por la educación doméstica. Sería injusto achacarlo a la instrucción escolar donde son los propios profesores las primeras víctimas de esta situación. Los padres deben enseñar a los niños a defender sus derechos; pero simultáneamente deben recordarles desde pequeñitos que también tienen deberes que cumplir. El niño tiene obligación de obedecer a sus padres mientras permanezcan bajo su potestad y respetarles siempre (Art. 155.1 del C.C.) , de ir al colegio, de estudiar, de comportarse adecuadamente con los otros alumnos y profesores, de respetar a toda persona, en especial si es mayor, de cuidar las propiedades ajenas públicas o privadas, etc., etc., etc.

El imponer estas obligaciones, junto a las exigencias de sus derechos, no solo no traumatiza al niño, sino que le sirve para formarlo personal y socialmente y le ayuda a integrarse en la sociedad de una forma natural, sin disputas y porfías.

Buena parte de los padres actuales practican la permisividad como forma cómoda de contentar al hijo, cediendo a todos y cada uno de sus caprichos, convencidos de que es una fórmula de bondad, y por contra son capaces de salir en defensa de sus incorrecciones, con frecuencia de forma violenta. ¿No es esto educar en la impunidad?
 

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