Me dijo una lectora de ‘El oasis’,
en la Fiesta de la Policía Nacional, que le gustó mucho la
columna donde conté la anécdota de José María Gil Robles.
Sí, hombre, la de los calzoncillos de seda. Que se refería a
una mujer indiscreta que le contaba al marido los detalles
de todos los que pasaban por su cama. Y que éste, político,
más bien necio, los usaba para tratar de poner en evidencia
a sus adversarios.
Esa columna la aproveché yo para decirle a Vicente
Álvarez, el de los dibujitos que huelen a... –me callo
para que no me tachen de escatológico-, que no se afligiera
por la anécdota de los calzoncillos, porque tenía mi palabra
de caballero que de mi boca no saldría una palabra al
respecto. Aunque es comprensible que cualquier señora, si el
marido se lava poco, por ejemplo, recurra a los servicios
incluso de cualquier mindundi que llegue al tálamo oliendo a
lo que sea menos a zorruno.
Otro lector de este espacio, muy conocido, me dijo que no
entendía cómo el muchacho ese... sí, coño, el que tú le
llamaste foca, se atreve a vestirse de torero frecuentando
un sitio donde... O será por eso que el hombre, aunque sea
un adefesio, vaya de luces por si acaso se le arranca
cualquier hermano de camada.
Tentado estuve de contar lo que dicho lector me fue
diciendo. Pero debo admitir que tuve que censurar la columna
porque hay personas que no tienen derecho a sufrir las
inclemencias causadas por un tío que cuando llegó el GIL
sólo tenía una consigna: lamerle el orto a Antonio
Sampietro con el único fin de ganarse un extraordinario
sobresueldo por los servicios que ofrecía como símbolo
fálico del poder ‘gilista’. Es decir, ‘la pavana’ (de la que
hablo en la miscelánea de hoy).
También conservo en la memoria las palabras de aquel
político que me visitaba, en cierta cafetería, cuando pasaba
por el trance de su decadencia, para decirme, entre
infinidad de lamentaciones, que antes o después haría todo
lo posible por mandar al paro al tío de los dibujitos. Claro
que, como el tío de los dibujitos estaba al tanto de todos
los pasos del político, le susurró al oído algo relacionado
con una maleta escondida debajo de su cama de matrimonio...
De la cama de matrimonio del político. Una especie de tesoro
muy valioso. Y el político se quedó petrificado. Más bien
jiñado y, por tanto, maloliente Y desde entonces ambos se
cuentan batallitas y hacen comentarios malsonantes de todo
el mundo. Y, sobre todo, de Juan Vivas. A éste, esté
donde éste y a cualquier hora, seguro que se le caen de las
manos todos los objetos que tenga.
Y ya no digamos de la maldad que propalaron los dos en
relación con Francisco Antonio González. Me la
contaron a mí como si estuviesen poniéndome al tanto de algo
que fuera el fin del mundo. Vamos, lo mismo que hace nada
han tratado de hacer con Manolo Gómez Hoyos.
El tío de los dibujitos (por más que trate de hacer la
gracieta de sus olores, pues es sucio en cantidad, y se
vista de torero para revestir de humor sus miserias), en
cuanto se ha quitado el antifaz, se ha quedado al natural. Y
la realidad es más fea que la ficción.
(Fuera de concurso. Vicente Álvarez: Tienes la cabeza
bien amueblada. Así que te llamaré egabrense. Gracias al
latín. Y con el permiso de los nacidos en Cabra. Mis saludos
pues.
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