Ha empezado el nuevo curso
escolar, con los mismos defectos y algunas virtudes, pocas
por cierto, como cada año para no variar. Y en ese inicio
del nuevo curso escolar, sigo pensando que el sistema
educativo deja mucho que desear, por mucho que algunos se
empeñen en querer demostrarnos lo indemostrable, y a las
pruebas nos remitimos, basándonos en el cada vez mayor
fracaso escolar.
Las mentes pensantes de este país, aún llamado España,
deberían estudiar los motivos o las causas que nos están
llevando a ese, cada día, mayor fracaso escolar. Busquemos
sus raíces y habremos dado con la tecla del asunto.
Desde mí particular e intransferible punto de vista, una de
las principales causas de ese fracaso escolar, está en la
perdida del principio de autoridad. Los maestros, para
desgracia del sistema educativo, han perdido su autoridad
sobre los alumnos. Ojo, sin equivocarse, estamos hablando
del principio de autoridad, no de autoritarismo, que son dos
cosas diferentes.
La autoridad se aplica a las instituciones importantes por
su función social: el Estado, el sistema judicial, la
escuela y la familia. De ahí que todos los profesores, en el
caso que nos ocupa merecen respeto “institucional”. Pero esa
dignidad que se le confiera, les obliga a merecerla y a
obrar en consecuencia. No es lo mismo, repetimos, autoridad
que autoritarismo.
Estamos de acuerdo con Esperanza Aguirre cuando ha llamado
la atención sobre el sistema educativo, prometiendo una ley
que otorgará al profesor “la autoridad pública”, para
protegerlo, de esa manera, de los ataques de los padres y de
los alumnos.
No es, precisamente, que sea está la única solución que se
le tiene que dar al problema pero al menos, algo es algo. Y
quizás ese algo que ha puesto Esperanza Aguirre, sea el
punto de partida para buscar una continuidad que acabe
encontrando la solución.
Porque el problema de los colegios, es en que los alumnos
atacan a los profesores, se ha extendido a muchos hogares
españoles, donde los hijos se enfrentan a sus padres y, en
ocasiones, no sólo de palabra. Cada día los padres tienen
menos autoridad sobre sus hijos lo que, indiscutiblemente,
influye en su comportamiento escolar. Si no tienen respeto a
sus padres, cómo se lo van a tener a los profesores.
Y mucho menos respeto, cuando esos mismos padres, primos,
tíos, sobrinos y demás parientes y afectos, se dirigen a la
escuela a pegarle al profesor porque ha llamado la atención
a su hijo. De vergüenza.
A los hijos, no se les educa, comprándoles una maquinita y
un ordenador, para que se pasen el día jugando con la
maquinita y chateando con el ordenador para que, de esa
forma, nos dejen tranquilos. Ni a los alumnos se les educa
diciéndoles, “no me llame don Juan, llámame Juan, somos
colegas”. ¡Progresistas de pacotillas!.
La recuperación de la autoridad, no quiere decir sólo
recuperación del orden y la disciplina, sino la grandeza de
la instauración de la democracia. ¿O no?
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