Fieles, trabajadores, enfermos y religiosos rindieron
tributo ayer a la figura de San Francisco de Asís, patrón y
fundador de la orden franciscana y de la entidad benéfica
Cruz Blanca. Durante la eucaristía oficiada por el deán de
la Catedral ceutí se hizo referencia a las proezas de dicha
figura como un ser humano que abandonó los bienes
fraternales para abrazar la pobreza, imitada esta en su
entrega y dedicación por tres trabajadoras de la institución
que ayer fueron homenajeadas antes de dar su último adiós a
los que durante años han sido una segunda familia.
“La alegría de San Francisco de Asís nos convoca para
recordar las proezas de un ser que renunció a los bienes
fraternos para abrazar la pobreza y predicar el alma de
Dios”. Con estas palabras de admiración y devoción inició el
padre Aureliano la eucaristía celebrada en la parroquia de
San Ildefonso, en El Príncipe, con motivo de la
conmemoración del fundador de Cruz Blanca.
Más de un centenar de personas entre los Hermanos
Franciscanos, fieles, enfermos, trabajadores y voluntarios
de la entidad benéfica se congregaron ayer en una ceremonia
humilde a la par de emotiva en la que faltó la condecoración
de tres trabajadoras que dieron su último adiós a la
dedicación y entrega hacia los más necesitados. La
celebración fue oficiada por el deán de la Catedral ceutí
aunque en ella participaron varios feligreses que llevaron
ofrendas al altar y pidieron por la paz y la armonía en la
familia de Cruz Blanca, nunca lejana al evangelio y siempre
próxima a los más vulnerables.
Durante toda la eucaristía, varias lecturas de la palabra de
Dios evocaron las hazañas de San Francisco de Asís haciendo
que todos los feligreses tuviesen una figura cercana a
imitar y seguir en el camino de la vida.
“Francisco de Asís era un joven mundano de cierto renombre
en su ciudad. En 1202 fue encarcelado por unos meses a causa
de su participación en un altercado entre las ciudades de
Asís y Perugia. Tras este lance, aquejado por una enfermedad
e insatisfecho con el tipo de vida que llevaba, decidió
entregarse al apostolado y servir a los pobres. En 1206
renunció públicamente a los bienes de su padre y vivió a
partir de entonces como un ermitaño. Predicó la pobreza como
un valor y propuso un modo de vida sencillo basado en los
ideales de los evangelios. El papa Inocencio III aprobó su
modelo de vida religiosa, le concedió permiso para predicar
y lo ordenó diácono. Con el tiempo, el número de sus adeptos
fue aumentando y Francisco comenzó a formar una orden
religiosa, la de los franciscanos”, contextualizaron las
lecturas.
Tras el oficio religioso, Francisca Márquez, Josefa Andrade
y Ana Isabel Martín recibieron de Cruz Blanca unas hermosas
rosas rojas que acompañadas por una placa de reconocimiento
por su labor, despertaron la emoción de los asistentes al
acto. “Me he jubilado por enfermedad, no porque me tocase.
Llevaba seis años en Cruz Blanca como auxiliar de ayuda a
domicilio y enfermería y he conocido a bastantes compañeras.
Sé que echaré mucho de menos a los abuelos”, confesaba Ana
Isabel Martín, muy emocionada tras ser reconocida
públicamente por todos sus usuarios, familiares y amigos.
No menos conmovida se encontraba Francisca Márquez, conocida
por todos como Paquita después de quince años de dedicación
a la entidad humanitaria. “Mi labor aquí ha sido muy buena,
ayudando a los mayores y a las familias de la calle. Te
cuentan sus historias, los escuchas y es gratificante pasar
las horas con ellos”, reconoció la ceutí.
La última en recibir las sinceras palabras de los Hermanos
Franciscanos por su labor desarrollada en la casa del
Príncipe fue Josefa Andrade, trabajadora de Cruz Blanca
durante trece años. “Quiero dar las gracias a esta entidad
por haberme permitido trabajar en un lugar que me encanta y
que voy a extrañar. He tenido la suerte de conocer y
encontrar amigas estupendas y el hecho de asistir a las
familias en sus domicilios y ayudar a los que lo necesitan
en un solo rato de charla es satisfactorio y para mí, una
devoción que he tenido que dejar por enfermedad”, valoró la
ceutí.
Y con sencillas y sensibles palabras el acto religioso
concluyó con una jornada de convivencia en la casa de la
gran comunidad de Cruz Blanca.
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