La ONU designó el primero de
octubre, Día Internacional de las Personas de Edad. “Hacia
una sociedad para todas las edades” es el tema elegido para
la conmemoración. La verdad que me parece muy acertado, no
en vano toda actividad que realizamos cualquier persona, en
cualquier edad, transcurre dentro de un colectivo, sin que
pueda nadie abandonarse a su influjo.
Vivimos momentos de muchos cambios y, desde luego, debemos
replantearnos que las relaciones entre las diversas
generaciones, lejos de separarse, deben reforzarse,
estableciendo vínculos más fuertes, más comprensivos de
todos para con todos. Si queremos una sociedad justa, ésta
debe oír, asistir y acompañar a todos sus miembros.
Precisamente, el grado de civismo de una comunidad se mide
por el diálogo entre culturas y por la protección prestada a
las personas más débiles del entramado social.
Para todas las edades hay que reinventar una sociedad
globalmente acogedora, inclusiva y no excluyente. Sería
mezquino parcelar la humanidad por los años vividos. Cada
vida es un mundo y un mundo necesario para compartir. El
mayor mal es la indiferencia de unos para con otros, la
ausencia de amor y generosidad, la terrible apatía hacia
nuestros convecinos y la no escucha generacional. La vida de
cada uno, por ínfima que nos parezca, es en sí misma el
máximo valor en cualquiera de sus etapas. La infancia como
la juventud, la edad adulta o la ancianidad, tienen sus
propias maneras de ver, pensar y sentir; nada sería más
absurdo que obviar lo mucho que puede aprender un adulto de
un niño o un niño de un adulto.
Es el momento de educar para la equidad intergeneracional.
Toda persona necesita su espacio social, sentirse aceptado.
Cualquier marginación de la sociedad multigeneracional, va
en detrimento del propio ser humano. Para ello, hace falta
el respeto por la vida en todas sus fases.
Algo, que por desgracia, tantas veces queda en entredicho.
Ha llegado el tiempo de comenzar a actuar con miras a un
efectivo cambio de mentalidad respecto a las etapas que vive
todo ser humano. Para empezar, hay que tomar en serio la
humana aspiración a la felicidad, servirla y dejarse servir
por ella. Un buen deber ciudadano. Está visto que nadie
puede ser feliz si no se aprecia a sí mismo y no aprecia a
los demás, considerándolos como parte de sí. Acción, pues.
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