Nos hemos modernizados tanto que
es difícil asimilar, así a bote pronto, esa modernización
para la que no estamos acostumbrado, sobre todo aquellos que
somos más de pueblo que una bellota.
Me voy a mi centro de Salud, sito en el Recinto – pedazo de
cuesta a subir, que tengo que poner la reductora -, para que
me den cita para caberme un análisis. Iba tan tranquilo,
sabiendo que las veces anteriores lo había solucionado en
par de minutos, que no me importó lo más mínimo empezar la
subida de la cuesta a las once de la mañana. Craso error. La
cosa ha cambiado lo suyo.
Ahora, no es como antes, no señor, llega usted, se va hacía
un aparatito como los que hay en los supermercado, coge un
número y a esperar que llegue su turno, para que la
funcionaria en cuestión le solucione la papeleta. Y, de esa
forma, cambiando el asunto, lo que antes se solucionaba en
par de minutos, ahora tiene usted que aguantar, con mucha
suerte, una media hora.
Uno, poco inteligente las cosas como son, pues mi cerebro no
da más de si, se pregunta. ¿Cuál es la ventaja qué tiene el
nuevo sistema?. Y en mi corto conocimiento me contesto,
ninguna.
Nada que objetar del trabajo que realizan los funcionarios,
todo perfecto. Las chicas encargadas de solucionarle a usted
su problema, son toda amabilidad y prestas ha realizar su
trabajo lo más rápidamente posible. Lo que significa un
tanto importante a su favor. Las cosa claras y al César lo
que es del César.
A falta de algo mejor que hacer, me dedico a escuchar las
distintas opiniones que realizan todos los presentes. Y ni
que decir, que hay para todos los gustos y ninguno favorable
al sistema de coger un número como en el supermercado para
que le atienda el encargado de charcutería o carnicería.
El pescuezo nos va crecer como a las jirafas de tanto mirar,
todos los presentes, la pantallita donde salen los números,
haciendo cálculos de cuánto tiempo deberemos esperar para
que llegue nuestro turno. Cosa que aprovecho para hablar con
un par de amigos que se encuentran en aquel lugar, papelito
en mano y sin quitar ojos de la pantallita.
Una señora, de cierta edad, me mira y parece reconocerme,
rápidamente me pregunta, si aquel número, que ha cogido
ella, es para la charcutería o para la carnicería. Ante mi
encogimiento de hombros, la señora insiste. ¿Usted para qué
lo tiene?. Si le digo la verdad, señora, no se si lo tengo
para esperarme o para largarme, pues va por el ochenta y
ocho, tiene que llegar a cien y empezar de nuevo por el
número uno y tengo el treinta y seis.
Yo de usted me quedaba, pues mañana volverá a tener el mismo
problema. Así que deje la cosa como está y quédese. Pues
mañana va a ser más de lo mismo. ¿O me equivoco?.
No señora, lleva toda la razón del mundo. Me armaré de
paciencia y esperaré a que salga mi número en ese cuadrito
que es la pantallita.
Además, se distrae y con el sentido del humor que usted
tiene, igual le saca punta al asunto.
Me río y me pregunto: A quién se le habrá ocurrido semejante
cosa.
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