Llegó Trinidad Jiménez a su
cita cuando el reloj que presidía el espectáculo de la
inauguración del Hospital Universitario, marcaba las diez y
media de la mañana. La hora anunciada en las invitaciones
para que, oficialmente, el recinto hospitalario echara a
andar sin prisas pero sin pausas.
Apareció puntual la Ministra de Sanidad y Política Social
para darle solemnidad a un acto de una trascendencia enorme.
Ahí es nada poder disponer desde ahora de unas instalaciones
hospitalarias de las que hablan y no acaban quienes han
tenido la oportunidad de visitar sus interiores.
Asistí a la inauguración como invitado por parte de la
Delegación del Gobierno y así me fue posible oír el discurso
sencillo y breve de una ministra a la que pude ver muy de
cerca. Y debo decir que Trinidad Jiménez sigue conservando
ese sex-appeal del cual hablaba yo la víspera de su llegada.
Ese atractivo que seguramente provocará aún tortícolis entre
los funcionarios que se crucen con la señora ministra por
los pasillos de su ministerio. Seguro que sí.
Ahora bien, a mí me gusta seguir recordándola como aquella
mujer que vistiendo una cazadora de cuero llenó de
pensamientos saludables a cuantos la vimos en aquellos
carteles cual candidata a la alcaldía de Madrid. Parece
mentira que, habiendo pasado siete años mal contados, una
minucia de tiempo, el esplendor corporal de Trinidad haya
bajado de manera sensible.
Yo tengo la impresión de que TJ ha perdido parte de su
enorme tirón físico, por más que aún tenga reservas más que
suficientes, porque habiendo conseguido ya ser ministra de
la cosa, que tanto se le resistía, se ha descuidado un poco.
Ha visto culminadas sus máximas aspiraciones políticas y se
ha relajado. Y cuando una mujer se relaja, principia a
olvidarse de que su elegancia va de fuera a dentro. Y
comienza a comer como una desesperada.
Pese a ello, o sea, aunque yo le notara a la ministra que su
cintura ya no es tan breve como cuando trataba por todos los
medios de derrotar electoralmente a Ruiz-Gallardón,
su primo, debo decirle que viéndola en televisión junto a
Pepe Blanco, ministro de Fomento, descansando durante un
mitin, un conocido mío me ha confesado que se le fue la
comida por otro sitio.
Y todo porque, según él, usted estuvo a punto de hacer una
fotografía insuperable.
Nada que ver, no se me asuste, con la de Sharon Stone en la
escena de la película tan recordada; pero sí es prueba que
responde a mi teoría acerca de que usted, ministra, se ha
relajado muchísimo. Espero que la tensión que viene
produciendo la gripe A, le sirva para volver a recuperar ese
tono tan peculiar suyo en todos los aspectos.
Por lo demás, amén de gritar albricias, cuantas más veces
mejor, por la inauguración de tan extraordinario hospital,
debo decir que no entendí el motivo por el cual al portavoz
de la UDCE-IU, y jefe de la oposición municipal, no se le
incluyó en la comitiva que acompañó a la ministra cuando
ésta decidió recorrer las instalaciones.
Pregunté y me dijeron que los elegidos lo habían sido en
Madrid. Aun así, y habiendo oído varias versiones al
respecto, sigo pensando que lo de Alí, aunque hubiesen
enmendado el yerro a última hora, que no lo sé, es una pifia
imperdonable. Una tremenda falta de tacto. Un modo de
alimentar la suspicacia y susceptibilidad.
|