Aún la recuerdo con su melenita
lisa, su risa nevada y monumental, y aquella cazadora de
cuero que tanto dio que hablar en 2002. Yo me enamoré de
ella en cuanto pude ver el primer cartel anunciándola como
candidata a la alcaldía de Madrid.
Causó sensación entre hombres y mujeres. Todos la deseaban.
Pero mientras los hombres, sobre todo los de su partido, la
encontraban demasiado guapa e insinuante, las mujeres no
podían soportar que, además de tener atributos de diosa,
fuera inteligente. Y eso ni lo soportan las mujeres ni los
españoles en general. Aquí las que están para mojar pan han
de ser tontas, y las talentosas han de ser señoras
avejentadas aunque estén en edad de merecer. Mas nunca las
dos cosas.
De aquella Trinidad Jiménez llegó a decir una
ministra de Aznar, según nos contó un columnista
afamado, lo siguiente: Dicen que está buena y como está tan
buena... Aquella ministra sabía lo que decía. Y por tal
motivo, la izquierda de la época quitó los carteles con la
cazadora de cuero y los cambió por otro con traje de
chaqueta para tratar de disimular lo que era a todos luces
un cuerpo de mujer hermosa. De esas que, aunque nunca dejan
una nítida impresión de rasgos y figura en la memoria, uno
jamás olvida eso que suelen llamar sex-appeal.
Las dudas de los cuidadores de la imagen socialista, acerca
de si convenía mantener a Trinidad con chupa de cuero o con
traje de chaqueta, distrajeron la atención del voto de los
madrileños y de ello se aprovechó Ruiz-Gallardón;
primo de una Trinidad que se fue a Formentera a recuperarse
del disgusto que le dieron las urnas. Y otra fotografía
suya, en tan hermosa isla, volvió a cautivarme. Iba en
bicicleta, con su hermana Cecilia, y a mí me dieron
unas ganas enormes de viajar a Formentera.
Ay, Trinidad, Trinidad Jiménez, la señora que un día supo
vestir como nadie una chaqueta de cuero. Desde entonces, las
señoras tuvieron ya mucho cuidado de ponerse esa prenda si
no pasaban antes por la prueba del nueve de los asesores de
imagen para no hacer el ridículo. Puesto que la candidata a
la alcaldía de Madrid, en 2002, había sentado jurisprudencia
sobre cómo lucirla con tanta naturalidad cual hacía el toreo
Belmonte.
La última vez que tuve la ocasión de ver a Trinidad con
posibilidad de demorarme en ella fue en el programa de Jesús
Quintero. Y otra vez se me aflojaron los nervios de aquella
manera. Pues, aunque habían pasado más de cinco años de
cuando la señora lució su palmito inmejorable por las tapias
del todo Madrid, seguía estando para presentarse ante ella y
tirarle los tejos sin solución de continuidad.
Mas pronto recapacité y dije para mí: a mujeres así, sólo
les gustan los hombres inteligentes. Y me contuve; que si no
a estas alturas ya formaría parte de un sumario donde me
habrían tachado de loco peligroso por abordar con
proposiciones deshonestas a una señora destacada del partido
socialista. En fin, Ministra de Sanidad y Política Social,
como invitado a la inauguración del Hospital Universitario,
mañana, puedo prometer y prometo que estoy calmado y
contento porque haya sido ministra. Aunque tengo la completa
seguridad de que ni los años transcurridos –siete han sido
desde que quiso ser alcaldesa de Madrid- han conseguido
quitarle un ápice de garabato. Bienvenida usted a Ceuta,
señora.
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