Con lo mejor del hip-hop ceutí como teloneros, los ocho
miembros de Darga que ayer pasaron por primera vez por Ceuta
(el noveno no pudo venir por problemas de visado) trajeron a
La Marina su mensaje de batalla a la juventud del país
vecino, una inmensa marea de gente que les tiene como
portavoces voluntarios de su generación, a la que animan a
no desesperar, a no emigrar. “No esperes, estudia, fórmate,
asóciate, muévete”, le dicen a sus compatriotas, cuyos
problemas no tienen empacho en criticar, y al resto del
mundo, del que se sienten ciudadanos con todo el derecho de
quienes, sabiendo que no podrán, aspiran a cambiarlo.
Hace seis meses, en marzo, cuando EL PAÍS les visitó en
Casablanca, la ciudad donde nacieron allá por 2001, los
miembros de Darga, el grupo que actuó ayer en el Auditorio
de La Marina en un concierto organizado por la Consejería de
Educación y Cultura para poner fin a las celebraciones del
mes de Ramadán, no quería saber nada de comparaciones con la
Movida madrileña. “No imitamos a nadie”, zanjó el símil
Nabil Sekhra, el cantante de la formación, integrada de
forma habitual por nueve miembros. Ayer, en una cafetería de
la Gran Vía, alrededor de un café, Sekhra y Azzedine Berilia,
tecladista del grupo, portavoz obligado en tierras ceutíes
como única parte del equipo que domina el castellano,
demostraban haber tenido de estudiar paralelismos entre el
Madrid de hace dos décadas y el Marruecos de hoy.
Portavoces voluntarios de su generación, Darga echa de menos
un Tierno Galván, aquel alcalde de la capital que saludaba a
la juventud al grito de “¡Rockeros: el que no esté colocado,
que se coloque... y al loro!”, que valore, apoye y reconozca
a la “nueva ola marroquí”, como se ha dado en llamar al
conjunto de bandas emergentes del país vecino.
“Ahora somos profesionales y vivimos de la música, pero no
es nada fácil”, explica Berilia, de 32 años, que junto a sus
ocho compañeros se ha pasado el verano haciendo caja de
festival en festival, de directo en directo, haciendo caja,
dándose a conocer.
Ahora, con el final del verano, Darga cambia de rumbo. Ayer
Ceuta, hoy Tánger. Mañana, al estudio, a preparar su tercer
disco, autroproducido como los dos anteriores (Darga, 2004;
y Stop Baraka, 2008). Según les presenta la agencia que les
trae a Ceuta, La fábrica de ideas, el grupo encarna “una
nueva corriente de música world magrebí con su particular
visión del arte y del mestizaje, donde se fusionan ritmos
tradicionales y modernos, sagrados y profanos, urbanos y
rurales”.
Pagar sus propios discos no es una elección personal. “En
Marruecos no hay casas de producción, ni ayudas, ni una ley
que proteja los derechos de autor”, lamenta Sekhra, el
cantante. A su lado, Berilia completa sus quejas: “Los
medios nos sacan, una vez, dos veces, pero eso no se
convierte en ningún rédito económico ni en apenas
visibilidad”, critica antes de prever una pronta “muerte” de
esa nueva “ola” de música renovadora.
Tal vez por eso, porque en la escasez se aguza el ingenio, a
Darga no le importa que todo el mundo pueda verles gratis a
través de Youtube, descargarse sus trabajos a través de
Internet o comprar sus discos pirata en cualquier
mercadillo. “Gracias a todos ellos”, dice Berilia con una
sonrisa, que forma parte del cuarteto de músicos que, como
Sekhra, está en el grupo desde su fundación.
“Darga es como un tren“, metaforea el tecladista, “que se
alimenta de cada incorporación, de sus habilidades, de sus
ritmos y de sus armonías; los cambios nos enriquecen”. De
aquellos nueve amigos estudiantes de Bellas Artes que se
reunían “en la playa” para tocar, para mezclar como
alquimistas el patrimonio musical marroquí con ritmos de
músicas del mundo, queda su estilo “renovador,
reivindicativo y enérgico” y su amo-r por “el mestizaje, la
tolerancia y la paz”.
Algo más que música
Darga no es sólo música. Tal vez es, sobre todo, letra, ya
sea cantada en dariya, en francés o en inglés. “Tenemos un
mensaje para la juventud marroquí”, se explaya Berilia, “que
les invita a luchar para cambiar las cosas empezando por
estudiar, por leer, por adquirir toda la cultura que
puedan”. Cambiar. Fuera y dentro de su país. Acabar con la
guerra. Hacer evolucionar el ‘sistema’ marroquí, entendiendo
por tal a todo lo que rodea a Mohamed VI. “Tenemos un rey
joven que apuesta por el cambio y la renovación”, aplauden
los artistas, que dirigen sus quejas al entorno, a esa parte
del poder del país vecino que cambia de atuendo, pero no de
mentalidad. Para lograrlo, dicen, hay que luchar,
perseverar. “Esta ola de músicos podrá morir, pero no la
música ni la verdad”, proclaman. “Seguramente no podremos
cambiar el mundo ni Marruecos, pero sí nuestra actitud ante
la vida”, amplía Sekhra. “No esperes, estudia, fórmate,
asóciate, muévete”, le dice a la juventud del país vecino.
Y no te vayas. Veinteañeros avanzados, los miembros de Darga
no quieren dejar Marruecos. Aunque haya machismo (“para una
mujer sería muy difícil llevar nuestra vida sin que su
familia le pusiese pegas”, reconocen cuando se les pregunta
por tanta testosterna en el grupo). Aunque haya racismo
(tampoco dejan de criticar al marroquí que se queja del
trato que recibe en Europa y después hace lo propio con los
subsaharianos). ‘Resisdance’, el ingenioso título de otro
tema en el que juegan con su vocación de batalla cívica y su
pasión por la música, podría ser su himno generacional.
Ayer tocaron en Ceuta, una ciudad cuya bandera les importa
muy poco (“lo importante es el público, la gente, toda
igual, ya sea española, francesa, marroquí o belga”), y ante
un aforo casi repleto volvieron a darle las gracias a la
música por poder dirigirse con ella “a Marruecos y a todo el
mundo”, su verdadera patria.
|