El lunes me tropecé en la calle
con un amigo que hacía tiempo no veía. Y, tras los saludos
de rigor, nos pusimos a charlar. Conversamos sobre libros.
Puesto que es lector empedernido. Y allá que empezamos a
recomendarnos lecturas como si fuéramos dos chavales
cambiándonos cromos.
Tan bien nos encontrábamos pegando la hebra, que decidimos
sentarnos a una mesa bien situada en una terraza de
cafetería céntrica, para continuar charlando. Hablamos de
fútbol, cómo no, porque mi amigo es del Barcelona y no
entiende los motivos existentes para que Víctor Valdés
no sea valorado en la medida que sus grandes actuaciones
merecen (Valdés, por si no lo saben ustedes, es el
guardameta del club azulgrana).
Hablamos de política. Mi amigo es votante del PP, desde los
tiempos en los que el PP era Alianza Popular. Y participó en
la política activa. Incluso llegó a ser concejal. Pero
aquellas tensiones le favorecían muy poco a su corazón y
decidió dejarlo todo. Y lleva una vida tranquila. Aunque
está al tanto de cuanto sucede y se cuece en la ciudad.
Mi amigo es listo donde los haya. Pero jamás lo ha dejado
entrever en público, porque sabe muy bien que eso podría
haberle costado recelos, envidias y, por ende, disgustos que
no hubieran hecho el menor bien a su ya reseñada
cardiopatía. Mas de pronto, como quien no quiere la cosa, me
pone al tanto de lo siguiente, por si me puede interesar. Y
empieza preguntándome. “Oye, Manolo, ¿tú te enfadaste
con alguien el viernes pasado en la cafetería del Hotel Tryp?”.
Sí, le respondí. “Ah, es que se lo oí contar a Paco Paris,
con pelos y señales, a un señor que trabaja en un medio
local”.
Dado que no le di importancia al hecho, porque entiendo que
forma parte de la labor de un asesor informar, a
conveniencia, de cuanto ve y oye, le tiré de la lengua
acerca de otras cosas que están por encima de habladurías de
barras y que propician también negocios de poca monta y que
suelen dar para ir tirando.
Y mi amigo me contó cosas sabrosas, interesantísimas. Y,
claro, las he guardado en la alacena de la memoria para
mantenerlas siempre dispuestas a que irrumpan en escena a su
debido tiempo. Mas como nadie, ni siquiera un amigo, vende
algo a cambio de nada, quiso saber qué restaurante de la
Costa del Sol había participado en la boda celebrada en otro
lugar, correspondiente a un señorito de provincias. Y, sin
dejarme abrir la boca, insistió en querer saber si el dueño
del restaurante costasoleño había cobrado su servicio de
lujo y quién le había pagado.
Mi respuesta fue clara y concisa: no tengo la menor idea de
lo que me hablas. Y como mi interlocutor me conoce,
perfectamente, se dio cuenta de que tenía que cambiar de
asunto o la conversación finalizaba en ese momento. Así que
no dudó en interesarse por las razones que tengo para poner
como chupa de dómine al tío que estuvo lamiéndole el orto a
Antonio Sampietro, durante todo el tiempo que duró su
presidencia. Bueno, hasta saber que el catalán estaba ya
condenado por Aida Piedra.
Mira, aquí sí voy a mojarme: en principio, porque he
conseguido dispersarle su atención. Y así sus dibujitos le
salen oliéndoles la boca a culo. O sea, lo mismo que a él.
Y, sobre todo, porque Vicente Álvarez ha entrado al
trapo por pelotillero. Y, peor aún, sin estar preparado para
mantener el tipo.
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