En su libro “La tentación de la inocencia”, Pascal Bruckner
define la inocencia como “esa enfermedad del individualismo
que consiste en tratar de escapar de las consecuencias de
los propios actos, a ese intento de gozar de los beneficios
de la libertad sin sufrir ninguno de sus inconvenientes y
que se expande en dos direcciones, el infantilismo y la
victimización, dos maneras de huir de la dificultad de ser,
dos estrategias de irresponsabilidad bienaventurada”.
Nadie sabe en cada momento y con total seguridad el impacto
que sus actitudes tiene sobre la vida de los demás. A menudo
no tenemos ni idea de ello; a veces, en cambio, la tenemos,
pero tienen un efecto absolutamente contrario. Y aún así hay
gente que se empeña en no seguir la premisa Salander:
“análisis de consecuencias”
La responsabilidad es una dimensión que nos debería permitir
responder de nuestros actos y de nuestras omisiones. Creo
que estaríamos todos de acuerdo en que no se puede ir por la
vida actuando de manera irresponsable como si fuéramos
estúpidos o inconscientes. O, lo que es peor, como si no
tuviéramos conciencia de lo que está bien y lo que está mal.
No podemos actuar como si aquellos o aquellas con quienes
nos relacionamos no les afectasen absolutamente nada de lo
que decimos, hacemos o dejamos de hacer.
Nadie en la Dirección Provincial de la que soy responsable,
ha presentado la Educación en Ceuta como “un paisaje idílico
en el que todo se arregla con el envío de ordenadores a
todos los alumnos de 5º de Primaria”. Pero no me cabe la
menor duda de que se trata de una medida positiva frente a
la sensación que algunos pretenden difundir de manera
irresponsable de que la Educación en Ceuta es un páramo de
desastres en el que desde luego se tiene que ver incluido
quien difunde tal sensación, salvo que a la pregunta “cómo
es posible que, a pesar de los muchos recursos humanos y
materiales seamos el territorio con mayor fracaso escolar”
la respuesta sea un difuso “malestar docente” que se quiere
demostrar a través de falsas acusaciones.
No es de recibo acusar a la administración de “ocultar al
profesorado, alumnos y padres una serie de cuestiones” de
relevancia para el sistema educativo porque queda en una
acusación genérica y abocada a la indefensión.
Es falsa la acusación de una generalizada falta de limpieza
en los centros; es falso que las actividades que se
desarrollan de tarde se hagan con “absoluta
irresponsabilidad e ilegalidad”; es falso que no se haya
informado adecuadamente a los centros de las medidas en
relación a la Gripe A; es absolutamente falso que los
equipos directivos de cuatro centros estén pendientes de
renovación y me temo que no responde en absoluto a la
realidad el hecho de que las comisiones de servicio hayan
creado un “malestar enorme en el profesorado” cuando se han
hecho desde la transparencia y la falta de discrecionalidad,
salvo que cuando se habla de “malestar enorme” se esté
hablando de algún caso concreto que tal vez sería bueno
sacar a la luz pública.
Creo, volviendo al inicio de mi reflexión, que la educación
es precisamente el aprendizaje de la responsabilidad de tal
forma que el individuo va madurando a través del pensamiento
y de la acción responsable.
No soy partidario de entrar en polémicas, a menudo
interesadas, que poco aportan a la problemática de un
sistema educativo sobre el que hay que sumar voluntades y no
dividir esfuerzos. Pero a veces no hay más remedio que
quitar la cerilla al bombero pirómano ya que de lo contrario
acabaremos con fuego y con dificultades para sofocarlo.
Y es que a veces, el problema, valga el juego de palabras,
no es el problema. El problema es la actitud ante el
problema. Porque hay una forma de manejarlos que los
convierte en oportunidades de aprendizaje, en ocasiones de
maduración y de enriquecimiento sobre la situación
problemática y sobre lo personal. En razones para el
esfuerzo conjunto y no para la descalificación de los demás.
Decía Fenelon que “la adversidad depende menos de los males
que sufrimos que de la imaginación con que los padecemos”.
Sería estúpido por mi parte afirmar que es mejor tener
problemas que no tenerlos, pero sí me atrevo a afirmar que
hay formas de afrontar los problemas que echan por tierra
las expectativas de superarlos y otras que nos fortalecen
ante ellos. Hay formas inteligentes de reaccionar ante los
mismos y formas torpes, de la misma manera que hay talantes
fortalecedores y talantes que debilitan.
* Director Provincial del Ministerio de Educación
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