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OPINIÓN - DOMINGO, 20 DE SEPTIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Vamos a contar mentiras
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Un día, de 1980, Pepe Jiménez ‘Bigote’ –quien quiera saber de él que busque su nombre en internet- me dijo que estaba invitado a comer con ‘Beni de Cádiz’ en el Restaurante ‘La Costilla’ –Rota- y que me dispusiera a pasar un rato inolvidable.

Beni, además de ser un gran cantaor era también un gran “contaor” de chistes. En la comida estuvo también su hermano: Amós Rodríguez Rey, cantaor flamenco y flamencólogo. Un ilustrado gaditano de gracia incomparable.

Me sería imposible, por más que mi memoria sea todavía galáctica, relatar aquí algunas ocurrencias de aquellos dos artistas capaces de contar mil y una historias con tanta facilidad como donaire y precisión.

Las historias salían fluidas y con visos de realidad. Lo que relataban podía haber sucedido en cualquier sitio y a cualquier hora. Pero lo destacable era, sin duda, la manera de contarlas que ambos tenían. Los dos hermanos cautivaban narrando situaciones que hacían posible mantenernos en estado de risa permanente.

-Mira, Manolo, me dijo ‘Beni de Cádiz’ en un momento donde me permitió dejar de reír hasta pasada la publicidad, todo lo que yo cuento es mentira. Porque la mentira hace feliz a los demás. Y es que el hombre, aunque tú no lo te creas, suele recurrir a la verdad cuando anda corto de mentiras.

Lo que contaba ‘Beni de Cádiz’ no eran mentiras. Eran, claro que sí, verdades dulcificadas por la compasión. Realidades encubiertas con mensajes agradables. Dichas sin ningún ánimo de hacer sangre. Y así podía permitirse el lujo de no tener que echar mano de las verdades reservadas. De las que tienen tripas sin estrenar y causan daños graves cuando dan en el blanco.

Mentira con marchamo de ‘Beni de Cádiz’, salvando las distancias, era la que yo contaba el jueves acerca de lo que es buen humor, poniendo como ejemplo el caso de una boda de un señor de provincias. La cual ha dado mucho que hablar en la ciudad.

Para bien, eso sí. Debido a que la crítica estaba hecha sin acritud. Pues qué acritud puedo yo emplear contra un señor que piense que su boda es cuestión de interés general y pida resarcirse de los gastos efectuados por haberla celebrado en su tierra. Insisto: yo soy el primero que me apunto en una posible lista común que se haga para pagar el festejo. Vamos, que estoy dispuesto a poner los dineros que me correspondan a escote. Sea la cantidad que sea. Faltaría más. Y hasta me comprometo a hacerle el artículo a una idea tan noble y justa.

Aunque, a cambio, en esta columna irán apareciendo mentiras cual la reseñada –la de la boda de un señor de provincias-, bien dosificadas, es decir, con cuentagotas; porque la gente que la lee está en su perfecto derecho a oírlas. Máxime si están bien contadas. Que de eso se trata y en ello ponemos todo nuestro empeño.

Es verdad que, todo hay que decirlo, no siendo dueño de este medio, uno tiene que anunciar lo dicho con una advertencia muy taurina: las mentiras saldrán publicadas si el tiempo y las autoridades no las impiden. Por lo demás, sólo tengo miedo a que Vicente Álvarez, el que hace los dibujitos, amén de que pierda el norte, se pierda también por dificultades en el orto. Ojú: lo dicho es una mentira con malaleche. La retiro pues.
 

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