Un día, de 1980, Pepe Jiménez
‘Bigote’ –quien quiera saber de él que busque su nombre
en internet- me dijo que estaba invitado a comer con
‘Beni de Cádiz’ en el Restaurante ‘La Costilla’ –Rota- y
que me dispusiera a pasar un rato inolvidable.
Beni, además de ser un gran cantaor era también un gran
“contaor” de chistes. En la comida estuvo también su
hermano: Amós Rodríguez Rey, cantaor flamenco y
flamencólogo. Un ilustrado gaditano de gracia incomparable.
Me sería imposible, por más que mi memoria sea todavía
galáctica, relatar aquí algunas ocurrencias de aquellos dos
artistas capaces de contar mil y una historias con tanta
facilidad como donaire y precisión.
Las historias salían fluidas y con visos de realidad. Lo que
relataban podía haber sucedido en cualquier sitio y a
cualquier hora. Pero lo destacable era, sin duda, la manera
de contarlas que ambos tenían. Los dos hermanos cautivaban
narrando situaciones que hacían posible mantenernos en
estado de risa permanente.
-Mira, Manolo, me dijo ‘Beni de Cádiz’ en un momento
donde me permitió dejar de reír hasta pasada la publicidad,
todo lo que yo cuento es mentira. Porque la mentira hace
feliz a los demás. Y es que el hombre, aunque tú no lo te
creas, suele recurrir a la verdad cuando anda corto de
mentiras.
Lo que contaba ‘Beni de Cádiz’ no eran mentiras. Eran, claro
que sí, verdades dulcificadas por la compasión. Realidades
encubiertas con mensajes agradables. Dichas sin ningún ánimo
de hacer sangre. Y así podía permitirse el lujo de no tener
que echar mano de las verdades reservadas. De las que tienen
tripas sin estrenar y causan daños graves cuando dan en el
blanco.
Mentira con marchamo de ‘Beni de Cádiz’, salvando las
distancias, era la que yo contaba el jueves acerca de lo que
es buen humor, poniendo como ejemplo el caso de una boda de
un señor de provincias. La cual ha dado mucho que hablar en
la ciudad.
Para bien, eso sí. Debido a que la crítica estaba hecha sin
acritud. Pues qué acritud puedo yo emplear contra un señor
que piense que su boda es cuestión de interés general y pida
resarcirse de los gastos efectuados por haberla celebrado en
su tierra. Insisto: yo soy el primero que me apunto en una
posible lista común que se haga para pagar el festejo.
Vamos, que estoy dispuesto a poner los dineros que me
correspondan a escote. Sea la cantidad que sea. Faltaría
más. Y hasta me comprometo a hacerle el artículo a una idea
tan noble y justa.
Aunque, a cambio, en esta columna irán apareciendo mentiras
cual la reseñada –la de la boda de un señor de provincias-,
bien dosificadas, es decir, con cuentagotas; porque la gente
que la lee está en su perfecto derecho a oírlas. Máxime si
están bien contadas. Que de eso se trata y en ello ponemos
todo nuestro empeño.
Es verdad que, todo hay que decirlo, no siendo dueño de este
medio, uno tiene que anunciar lo dicho con una advertencia
muy taurina: las mentiras saldrán publicadas si el tiempo y
las autoridades no las impiden. Por lo demás, sólo tengo
miedo a que Vicente Álvarez, el que hace los
dibujitos, amén de que pierda el norte, se pierda también
por dificultades en el orto. Ojú: lo dicho es una mentira
con malaleche. La retiro pues.
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