Cuando el matarife de Ceuta y su mujer, comadrona,
decidieron formar una familia, Fatoma llegó al mundo. Corría
el año 1921 y decenas de casas llenaban de vida la zona de
las Murallas Reales. Nuestra primera protagonista jugaba por
la playa junto a sus sietes hermanos y disfrutaba de una
ciudad que ha enmarcado sus pasos hasta hoy. A pocos
kilómetros, en el Castillejos del protectorado, el padre de
nuestra segunda protagonista conseguía trabajo tras decidir
abandonar su Málaga natal, como labrador junto a un
terrateniente de la zona. Traía con él a su mujer y a sus
cuatro hijos. Socorro era una de ellas. Fatoma no pudo
estudiar y aún hoy se resigna a marcar con sus huellas
dactilares los documentos oficiales. Socorro fue a la
escuela. “Fuí afortunada. Por un lado los cristianos y por
otro los musulmanes... y tuve suerte, porque la maestra del
colegio me llevó a su casa a trabajar haciendo las labores
domésticas”. Mientras ella trabajaba en Castillejos, Fatoma
ya llevaba casada una buena temporada. Tenía 13 años cuando
contrajo matrimonio, fue por conveniencia “pero aprendí a
quererlo a medida que pasó el tiempo y fuí muy feliz a su
lado”. No había tele, por eso tuvieron 18 hijos, dice
sonriendo. Quedan 13. Cuatro ya se han muerto.
Fatoma tuvo que sacarlos adelante cuando falleció su marido.
Era joven y nunca hubo otro hombre, “sólo me dediqué a
ellos, a criarlos bien, y gracias a Dios ninguno ha sido
malo ni borracho”. Muchos años limpiando pescado en la
fábrica de Carraza y la de la Almadraba. “Me levantaba a las
seis de la mañana y a veces no llegaba hasta las 2:00 o las
3:00 y otra vez a trabajar”. Recuerda cuando iba a
Castillejos aún de noche, a recoger verdura y huevos y venir
a venderlos a las calles de Ceuta. “Hice de todo por ellos y
no aprendí a leer pero sí a contar”. Sus hijos lo saben y la
adoran. “Lo pasó mal cuando enviudó porque éramos pequeños,
pero su madre nos cuidaba y la hermana mayor mientras ella
iba a ganar dinero”.
Socorro se casó enamorada, no tuvo que aprender con el
tiempo a querer a Juan, su marido y al que conoció en sus
años mozos cuando trabajaba en el Bar Plata de Castillejos
mientras ella seguía con la maestra. Ennoviaron, casaron, y
acabaron siendo los encargados del bar donde se conocieron.
Tuvieron una hija “y dos abortos, pero mi hija tuvo tres
hijas a las que también crié yo”. Salieron adelante pero
cuando llegó la independencia de la zona del Protectorado
“las cosas no fueron muy bien, ya no podíamos vender alcohol
y decidimos venir a vivir a Ceuta y poner otro negocio”.
Hicieron mudanza e iniciaron la vida en la ciudad poniendo
un bar “donde la bolera hasta que nos jubilamos y la verdad
que también nos fue bien”.
Socorro, viuda hace ya tiempo, vive ahora con su hija y con
sus nietas en la misma barriada que Fatoma, que también vive
su hija, sus nietos y una hermana que ha perdido la vista.
Sus días son tranquilos, sin sobresaltos. Felices por estar
al lado de los suyos pero echando mucho de menos a los que
se han ido quedando por su camino. Una musulmana, la otra
cristiana y las dos signo de la verdadera convivencia. Dicen
que nunca tuvieron problemas en ese aspecto. Echan de menos
las casas abiertas de par en par, el respeto de la juventud
de entonces, la formalidad y la diversión sana que rigió en
sus años mozos. Fatoma suspira y sus ojos azules se llenan
de lágrimas cuando recuerda a los hijos que han muerto. ¿El
secreto para salir adelante? pues lo único que les les ha
enseñado la vida a ambas: trabajar.
Ayer la barriada les hizo un homenaje por ser ejemplo de
vecindad y de vida. Y por ser, las reinas de La Reina.
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