Todavía sigue siendo cierto que
los éxitos se los llevan constantemente los fuertes,
mientras que la colección de fracasos está invariablemente
del lado de los débiles. Para botón de muestra este
paradigma. Se dice, se comenta, que los gobiernos de los
países industrializados (poderosos) están saliendo ya de la
crisis, pero deben estar tan ensimismados mirándose el
propio ombligo de los afamados “brotes verdes”, que no
parece ocuparles, ni preocuparles, el cumplimiento de sus
compromisos financieros para ayudar a las naciones en
desarrollo a superar la pobreza extrema y combatir el
hambre. Hay que continuar luchando contra la pobreza más
allá de las meras campañas publicitarias La evidente brecha
creciente entre ricos y pobres en el planeta, pese al nuevo
crecimiento que atisban los acaudalados de siempre, pone en
entredicho la justicia social. Si el fruto de la conciencia
solidaria estuviese maduro, la alimentación y el acceso al
agua no se le negaría a ningún ser humano.
En este mundo bañado por la información, enganchado a la
técnica como nunca, el pobre sigue excluido del circuito
laboral, del económico y también del humano. Como ya
sentenció el escritor García Márquez, adelantándose al
tiempo, “el día que la mierda tenga algún valor, los pobres
nacerán sin culo”. Hay que cambiar de actitud y esto no es
fácil. ¿Quién está dispuesto a poner su mente y su corazón
en estas realidades, de abrirse a la auténtica solidaridad,
de manera que todos nos sintamos responsables de todos? Por
desgracia, estamos siendo testigos de la instauración de un
mundo en el que la avaricia de unos poderosos continua
dejando a los débiles en la otra orilla, en la de la
desesperación. Ya me gustaría que las Orientaciones
políticas para la próxima Comisión Europea, impresas por
José Manuel Barroso, recién elegido por otros cinco años
Presidente, pasaran del papel a la acción, situando a las
personas en el centro de todas las agendas de los gobiernos
del mundo. Sin duda alguna, para una Europa construida sobre
ciertos valores, el reto moral de la pobreza tiene que ser
un deber de justicia. Falta hace. La ayuda alimentaria
mundial está en su nivel más bajo en los últimos veinte
años, justamente cuando la cifra de hambrientos más ha
crecido.
Ya está bien de que cuando los ricos hacen la guerra, sean
los pobres los que mueren. O cuando una parte del mundo
capitalista entra en crisis, sean los pobres los que paguen
la factura. La advertencia lanzada por Josettte Sheeran,
directora del Programa Mundial de Alimentos, de que “hemos
visto en la historia que un mundo hambriento es peligroso,
puesto que si la gente no tiene suficiente para comer, sólo
pueden ocurrir tres cosas: rebeliones, migraciones o
muertes”, debe hacernos reflexionar a todos con todos. El
drama de la pobreza no son meras estadísticas, son personas.
Por ello, cada ser humano, por ínfimo que sea su poder,
puede y debe hacer algo para aliviar el hambre del mundo.
Podría ser adoptar un estilo de vida y de consumo más
responsable. Qué lección más precisa. Ya no digamos de los
dirigentes políticos, de los hombres y mujeres con poder de
Estado en un país industrializado o en vías de desarrollo,
frenando la corrupción por ejemplo. Al final, lo más
escandaloso que tiene el escándalo es que nos acostumbremos
a convivir con la pobreza como si no fuera con nosotros.
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