Si hay algo que puede testarse
claramente y sin posibilidad de ambages, esto son los
números. Fríos, calculados y perfectamente entroncados para
el fin al que se utilizan cuando se tratan de las haciendas
locales. En el caso de Ceuta, la crítica envenenada,
dirigida, incierta y manipulada desde las sombrías cavernas
de la prehistoria política, no sólo no ayudan, sino que
suponen un lastre evidente que sólo sirve para desprestigiar
a una institución que ha demostrado, con el último aporte de
dos gigantes financieros (Caja Madrid y Banco Santander),
que la Ciudad Autónoma es absolutamente fiable y un valor
seguro como para que exista una fiabilidad del calibre de
45’6 millones de euros, que se adelantan desde las entidades
bancarias para inversión pública.
Eso, inversión publica, es lo que ha logrado que la Ciudad
cambie absolutamente en los últimos diez años. Más allá de
la fisonomía y del saneamiento general de las
infraestructuras de los subsuelos, el espíritu evidente,
demostrable y palpable es la regeneración económica en un
sector, la construcción, herido de muerte en los últimos dos
años, arrastrada por una crisis galopante que está hundiendo
al país y que, en términos económicos, se ha logrado el
sostenimiento del sector en Ceuta -tocado sí- pero no
hundido.
El criterio de impulsar inversión pública sustantivándolo
con la oportuna carga financiera es un ejercicio de
valentía, de apuesta, de firme decisión por el bien general,
y de disposición de una administración hacia sus
administrados. Asumir costes crediticios para activar y
promover obras de infraestructuras para servicios públicos,
conlleva dinamización de la economía, genera empleo y
alcanza un desarrollo endógeno en términos crematístico que
persigue evitar lo que la crisis nos aboca, la caída en
picado de una sociedad civil que ahora aguanta por la
inyección que las inversiones suponen en el circuito
económico ceutí.
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