Hurgando en los cajones de un
mueble de mi despacho, con ánimo de recrearme en los
recuerdos escritos que con tanto celo guardo, encuentro una
nota suya en la que me da las gracias por un detalle que
tuve con él cuando nuestras relaciones se convirtieron en la
antesala de una amistad verdadera, que su muerte echó por
tierra.
El nombre de Pepe Bravo puede que a muchos les suene
a chino. Y la verdad es que tampoco los gobernantes locales,
tan dados a resaltar la importancia tenida por otros
deportistas ceutíes, han hecho nada para festejar el
extraordinario historial de quien fuera un futbolista
admirado en Barcelona y querido por todos los compañeros que
tuvo durante las temporadas pasadas en el club azulgrana.
Una vez, entrevistando a Domingo Balmanya, que había
sido compañero de Bravo en el Gimnástic de Tarragona, siendo
este equipo de Primera División, le pregunté por el jugador
ceutí. Y don Domingo, a quien había tenido varias veces como
adversario en el banquillo, me respondió así:
-Mira, noi, Pepe era pequeño de cuerpo pero un gigante
cuando tocaba ponerse el traje de faena e ir a por los
defensas que te asustaban ya con la mirada y te decían
impropios y te daban patadas y pellizcos que te dejaban
molido. Mas él, con su temperamento, velocidad y arrojo, los
burlaba, una y otra vez, y hasta los amedrentaba. En cuanto
a su fuerte carácter, había que entenderlo porque, antes o
después, se convertía en ese gran compañero dispuesto
siempre a dar la cara por sus amigos. Iba de frente y se le
veía venir. Y Balmanya terminó preguntándome:
-¿Cómo está ahora?
-Bien, le respondí. Pues esta conversación la mantuve yo con
Balmanya antes de que PB se metiera en la cama para no
levantarse más.
Mi relación con Pepe fue tardía. Se hizo posible en el año
83. Antes sabía de su personalidad por lo que me contaba
Ricardo Muñoz, alcalde de Ceuta, entonces. Y que siendo
hincha azulgrana aprovechaba cualquier acontecimiento
futbolístico para viajar con Bravo a Barcelona. Porque yendo
con él, a RM se le abrían todas las puertas del barcelonismo
y hasta vivía intensamente las amistades que en aquella
Barcelona había dejado el extraordinario jugador ceutí.
Decía que mi relación con Pepe fue posible en 1983. Cuando
un día me dijeron en el club de la Agrupación Deportiva
Ceuta, sito en Rampa de Abastos, que a Bravo le apetecía
viajar con la expedición a Badajoz. Y allá que di mi visto
bueno para que el ex jugador del Barcelona viajara con
nosotros y compartiera el mismo hotel.
Durante el viaje lo tuve como compañero de asiento en el
barco y en el autocar y compartimos varias horas en la
capital pacense. Tiempo suficiente para comprender que Bravo
había leído hasta dejarse la vista arrasada. Y que gozaba de
una cultura que se reservaba para las ocasiones en que
alguien quisiera entrarle torcidamente. Así que, en cuanto
supe que aquel hombre sabía hablar y decía cosas tan
interesantes y que con él se podían tocar todos los temas,
raro era el día en el cual no buscara la oportunidad de
verle.
Valgan estas líneas, después de tres años sin referirme a
Pepe Bravo, para tratar de seguir manteniendo viva su
memoria.
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