En mi diario paseo, buscando la
meta del “mítico” kilómetro cinco, acompañado de mi
inseparable y viejo transistor, en estos pasados días me
llamó la atención el debate que se estableció en cierta
emisora, entre los vocablos “oyente” y “escuchante”. Se
imponía, con argumentos sólidos el último. Ya le había
llegado la hora de la caducidad al término “oyente”,
apareciendo vigorosamente “escuchante”. El defensor del
primero argumentaba que siempre se había dicho así,
refiriéndose a “aquél que percibe lo que se dice o lo dice
alguien determinado”, además, que había formado una voz muy
familiar: “radioyente”, para, en principio, identificar al
que “oye” la radio; el otro, sobrado de argumentos decía que
el “escuchante” es el que “presta atención a lo que oye”, y,
en su relación con la escuela, “asistir a la explicación que
el maestro hace de una materia para aprenderla”.
Lo cierto es, que todas las emisoras de radio, no se han
puesto de acuerdo, todavía, para unificar criterios. La
mayoría sigue con el término tradicional, “oyente”, mientras
que, de momento, sólo, RADIO NACIONAL, emplea en sus
emisiones “escuchantes”, que siendo la radio oficial no cabe
duda que se impondrá.
He recurrido al los Diccionario RAE, Corominas y María
Moliner, que, en general, marcan las diferencias, aunque en
algunos casos, consideran a ambos vocablos como sinónimos.
Para el desaparecido LÁZARO CARRETER, en El dardo en la
palabra, aclara que “escuchar” añade “oír” la nota de
deliberación y atención que pone al oír. Siguiendo con D.
Fernando, nos indica que la academia definía “escuchar” en
1742, “Oír con atención y cuidado”, y en 1992, “1.- Aplicar
el oído para oír”. 2.- “Prestar atención en lo que se oye”.
Repite D. Fernando: “Con mucha frecuencia, la significación
de “escuchar” se refuerza como un complemento como “con
atención” o “atentamente”. Y su oposición a “oír” queda
abolida cuando este verbo se construye con uno de tales
complementos. Entre “lo oyeron atentamente” y “lo escucharon
con atención”, sería difícil hablar de diferencias, pero sin
ellos son claras, y su frecuente manía se debe a la
acongojante sordera que está asolando los tímpanos hispanos.
Y también las retinas”.
Nuestras aulas son los lugares donde con más frecuencia se
producen las incidencias de los dos términos, en general,
aplicados como sinónimos. El maestro o profesor se dispone a
exponer su “lección magistral” y, dependiendo del torrente
de su voz, siempre habrán algunos alumnos del fondo del aula
que interrumpirán la disertación del “conferenciante” con
expresiones como ésta: “Sr. Profesor, que no se ‘escucha’
nada. El interpelado aceptará como buena sugerencia y, lo
que hará, será elevar más la voz”.
La misma situación se puede producir en una conferencia,
donde el conferenciante puede no llegar con nitidez o
claridad al público que está situado en el fondo del salón.
Claro, que los asistentes se quedarán sin repetición, porque
se entiende que nadie intentará llamar al orden al señor
conferenciante.
Con la llegada del mes de Septiembre, donde se reanudan las
clases en los centros educativos, los medios informativos de
cualquier naturaleza, renuevan sus programas con la
introducción de novedades atractivas y profesionales nuevos.
He tomado nota de lo anunciado por una emisora de radio, de
donde he seleccionado varios párrafos, que indican que este
medio, en lo referente a “oyente” o “escuchante”, sigue con
el término tradicional: 1) Ha arrancado el curso, con
renovadas ilusiones y la necesidad de conectar con el
“oyente”… 2) Para nuestro equipo de tertulia, el “oyente” es
muy importante: es el quinto tertuliano… 3) Nos encanta
hacer una radio itinerante, sacarla a la calle y estar en
contacto con el “oyente”… Y así durante toda la exposición,
donde el “oyente” lo es todo para la mencionada emisora.
Lo “peor”, podría ser cuando se pase de “radioyente”,
término también muy usado al “radioescuchante”, que también
tendrá su oportunidad por derecho propio. Y lo digo por la
poca familiaridad que tendría el término combinado.
Oiríamos/escucharíamos, “queridos radioescuchantes”…
Por último, nuestro admirado y llorado D. Fernando Lázaro
Carreter, en el “Nuevo dardo en la palabra” se expresa así:
“Escuchar/oír, constituyen mi mayor desengaño; emprendí hace
mucho una cruzada contra la confusión, y no he podido con la
conjura de distintos radiofonistas, destructores del
distintivo entre ambos verbos, esto es, de la nota con
atención que aporta escuchar. Se puede oír sin escuchar y, a
la inversa, se puede escuchar sin oír apenas, cuando se
escoña –está en el Diccionario- la megafonía, y se hacen
vanos esfuerzos por enterarse. Y así, “Me escuchas, Mara”
(122 veces cada noche), exige la respuesta: “Sí, pero no te
oigo”. ¿Hablas desde un móvil?... Quizás la situación
(lógica) de “oyente” por “escuchante” hubiera llenado de
satisfacción a D. Fernando, que consideraría el principio de
una victoria, en su lucha por alejar a ambos verbos de su
equivocada sinonimia.
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