Coincidiendo que se celebra por
estas fechas el día internacional de la democracia (15 de
septiembre) y el día internacional de la paz (21 de
septiembre), considero que puede ser benéfico avivar algunas
reflexiones alrededor de estas dos ideas substanciales,
cohabitadas por algo más que una copulada conjunción: sin
ética no hay democracia y sin justicia tampoco hay paz. Al
igual que la arboleda para seguir creciendo precisa
empaparse de soles y aguas puras, sostenerse en tierras
fértiles y hallarse libre, también la democracia asciende
hacia una paz estable en la medida que el ambiente respira
alto y claro, hondo y poético. Esto se consigue instruyendo
autenticidad, poniendo paños reconciliadores allá donde las
heridas aún manen venganzas, alfabetizando libertades con
abecedarios responsables. Si cuando dos se aman de corazón
todo es poesía, qué bueno sería acrecentar el número de
amantes en el mundo. Democracia y paz se conjugan
hablándose, (el diálogo debe ser obligatorio), como también
se armonizan con el respeto al derecho ajeno. Es agotador e
inútil el cuerpo a cuerpo sometiéndose a un divinizado
poder, cuando el pueblo es el mundo entero y no mi fanática
soledad y la de los míos. En cualquier caso, frecuentemente
los acuerdos de paz se han plasmado en formas
constitucionales. Al fin y al cabo, el constitucionalismo
casi siempre es un buen propósito de enmienda frente al
caos.
La importancia de la democracia y los valores democráticos
se destacaron por primera vez en la Carta de las Naciones
Unidas y en la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Mundialicemos, pues, la democracia. Cualquier día puede ser
bueno para dar salud al pueblo, a todo el pueblo, tantas
veces excluido por poderes machistas o feministas de cheque,
de ordeno y mando. De igual modo, que para decir te quiero,
antes tenemos que querer para ser consecuentes; o cuando
decimos te amo, mejor lo demostramos; también convendría ver
si cuando digo: “soy demócrata”; vivo como tal, pienso tal,
actúo como tal. El mundo está lleno de dictadores. Lo más
terrible ya no son los que son, sino lo que se esconden bajo
las siglas demócratas. Para que tengamos sociedades
participativas e inclusivas se precisan políticas que
incentiven las energías de todo ser humano, no las energías
partidistas, sectarias, como viene sucediendo a lo largo y
ancho de las maltrechas sábanas de la vida, con poderes
corruptos hasta la médula. Los Estados de Derecho y los
Derechos Humanos hay que pasarlos del papel a la vida, y hay
que hacerlo con urgencia, antes de que nos sigamos
acostumbrando a pagar la factura de los crímenes con otros
crímenes.
Continuamente el panorama mundial nos traslada imágenes que
ponen en entredicho la relación entre democracia y valores.
Países en que las instituciones democráticas están
solidamente establecidas, resulta que el interés público y
la voluntad democrática, o la transparencia en la rendición
de cuentas, se quedan en simple palabrería, lejos de toda
coherencia y congruencia con el desarrollo cabal de las
dimensiones democráticas. A sabiendas que ser demócrata es
una actitud de vida y que la democracia es un trabajo
permanente, puesto que ningún país del mundo puede afirmar
que tiene la democracia perfecta en su haber, conviene
trabajarla diariamente. La manera de hacerlo y convenirlo
viene dictada por nuestra propia historia. El dramaturgo,
poeta y novelista español, Antonio Gala, nos lo puso a pedir
de boca con esta célebre guinda: “la dictadura se presenta
acorazada porque ha de vencer. La democracia se presenta
desnuda porque ha de convencer”. Está visto que nada es tan
inútil como pretender dominar sin inspirar confianza alguna.
La paz tenemos que ganárnosla a diario, es el camino, pero
ciertamente no se asegura el camino de la paz fabricando más
armas; sí autosatisfaciendo a la persona con un trabajo
decente y un salario justo, no permitiendo que la pobreza y
el hambre llamen a la puerta de ningún ser humano,
asegurando una educación universal y una igualdad entre los
géneros. Cualquier día es justo y preciso para hacer un
llamamiento mundial a la cesación del fuego y a la no
violencia. Las controversias tienen que resolverse con la
palabra, con la voz libre y el pensamiento comprensivo. Con
guerras se apagan todas las luces y se calientan los odios,
en vez de los abrazos entre Estados, se encienden violencias
dentro del Estado, llamea el terror por doquier y la
delincuencia se sirve en bandeja. La amenaza contra alguien
es la amenaza contra toda la humanidad. Debiéramos poner en
lo más alto aquellos ejemplos de personas que han conseguido
la paz sin tener que afilar espada alguna. Se me ocurre
pensar en el recientemente fallecido, Norman Ernest Borlaug,
que convencido de que “no habrá paz en el mundo con los
estómagos vacíos”, se puso a innovar en el campo de las
semillas híbridas para reforzar la producción de alimentos.
Evidentemente, cada uno en su campo puede, y debe, poner una
nota armónica en el segundero del mundo.
La reflexión última, es que nos hace falta afianzar justicia
en el patrimonio global, para que se globalice la paz
también. De la justicia individual germina el sosiego
social. Pongámonos, en consecuencia, con la mente en esa
cultura de la legalidad, capaz de poner “fuera de servicio”
a quien haga uso fraudulento del dinero público por mucho
poder que ostente; luego actívese el vocablo “fuera del
comercio”, a la compraventa de toda persona; y, más pronto
que tarde, póngase decididamente la inteligencia al servicio
de las almas, no de las armas, como es público y notorio.
Resulta insuficiente plantar de boquilla la paz. Uno debe
vivir en ella y suspirar por ella. Un grano si hace granero.
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