La foca se ha disgustado. Y en un
acceso de ira ha dado muestras de vulgaridad. Y no ha hecho
sino copiar (y ya se sabe el dicho: quien la copia la...) lo
que la foca madre de un sindicato tiene por costumbre
emplear como insulto. Pobre foca, pobres focas: las dos, a
edad tan temprana, con sus tejidos adiposos tan
desarrollados como para surtir de grasas a los japoneses.
La foca que dibuja en un medio escrito es muy conocida por
mí. Porque en ese medio estuve yo muchos años pudiendo
comprobar de qué manera suele actuar. Nunca una idea suya;
incapaz siempre de tomar una decisión; en todo momento
consultando a la dirección o al propietario, para hacer sus
viñetas acordes con los caprichos de quienes mandan. Amén de
que la foca que hace la tira corre que se las pela en cuanto
divisa a un depredador.
La foca e Higinio Molina –director entonces-, durante
una época de triste recuerdo para todos los que escribíamos
en ese medio, iban cogidos de la mano. Y ambos decidieron,
por su cuenta y riesgo, que había que poner el periódico al
servicio del GIL. Y a esa tarea se entregaron los dos con
ahínco, tratando por todos los medios de hacer proselitismo
entre los compañeros. Y, claro, al negarme yo, hube de
soportar las tarascadas de la foca que dibuja. Así, hasta
que un buen día hice de tiburón y la foca corrió como suelen
correr las focas.
La foca y el director consiguieron convertirse en elementos
importantes al servicio de la causa de Antonio Sampietro.
Cuando meses antes habían sido militantes acérrimos de la
forma de ser de Jesús Fortes. Y no me gustaría tener
que ahondar en el asunto para contar ciertas cosas que no
serían de buen gusto en estos momentos.
La foca que dibuja vivió sus mejores tiempos a la vera de
Sampietro. El que me dijo a mí, en la caseta de San Urbano,
que si el dueño del periódico no aceptaba sus condiciones lo
menos malo que le podía pasar es que le metieran el
periódico por retambufa. Y esa frase tan distinguida causó
tanta hilaridad en la foca que estuvo tres días con sus
noches riéndose sin parar y teniendo que aguantarse la
botarga con las manos. Pero le faltaron huevos para
plasmarla en su espacio.
La foca se metió tanto en su papel de ‘gilista’ –por qué
sería- que esperaba con impaciencia la llegada del sobre que
enviaba el gabinete de prensa del Gobierno del GIL,
diariamente, con las órdenes precisas para hacer los
comentarios. En su caso, la tira. De esa manera se ganó el
derecho a ser inmortalizada como pájaro.
Una inmortalización a la que puso broche de oro Juan
Vivas. Porque la foca, en cuanto le fue comunicado que a
Sampietro le quedaban dos días y medios, se puso al instante
a las órdenes de Vivas con estas palabras: “A mandar, Juan,
que para eso estamos...”. Mientras que yo me fui derecho a
Jesús Fortes para comunicarle que le iban a dar
matarile político.
La foca que dibuja no es racista, de ningún modo; pero hace
unos chistes de la cosa que hace que mucha gente se
desternille de risa. Pero todo es broma de alguien que se
mira al espejo y no se gusta. Porque a su edad, y cubierta
de adiposidades, quizá por dejadez, ya que vive doblada más
que de pie, piensa y con razón lo que será de ella cuando
cumpla setenta años. La foca, además, es lasciva. Con lo
cual empeora su situación. La foca ha perdido los papeles.
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