Llueve. Caen las primeras aguas y
a mí me cogen a punto de escribir. Y lo primero que se me
viene a la memoria es que Ángel Gómez Prieto,
superintendente Jefe de la Policía Local, debe estar
consultando todas las predicciones meteorológicas para saber
si mañana –hoy para ustedes- amanecerá un día radiante que
le permita celebrar la boda de su hijo como él ha soñado
durante muchos días.
Ya ves, querido superintendente Jefe de la Policía Local,
que me he acordado de ti en la víspera de un acontecimiento
que deseo alcance el esplendor que te mereces por haberle
dedicado al asunto todo el tiempo del mundo. Y es que puedo
dar fe de cómo te has entregado a la causa de la
preparación. En la que has puesto un empeño merecedor de que
obtengas unos resultados que sobrepasen tus previsiones.
Aunque tú no lo creas, Ángel, te he estado observando
durante muchos días, y hasta habrá habido otros muchos en
que yo no te he visto, yendo desde el Hotel Tryp al Parque
Marítimo del Mediterráneo y viceversa; aportando detalles,
pidiendo explicaciones a los técnicos, estudiando
minuciosamente los problemas que pudieran surgir en el
escenario de la celebración, y en todo ese tiempo
encomendándote a todos los santos para que la cena de la
boda pueda festejarse en El Parque. Escenario de lujo.
Ahora bien, si el mal tiempo lo impidiera, como persona
previsora que eres, todo estará dispuesto para que los
invitados sean acogidos en los salones del Tryp. Pero tengo
la certeza, Ángel, que hará una noche ideal y que tú y los
tuyos acabaréis ebrios de felicidad. Ojalá sea así. Aunque
el Tryp tampoco es moco de pavo.
Te agradezco la invitación recibida hace ya la tira de
tiempo. Pero sabes muy bien que a última hora han surgido
unos problemas que me impiden estar en esa celebración. En
la que hubiera querido estar entre otras cosas para haberle
dedicado unas páginas repletas de detalles y comentarios que
a mí me hubieran hecho tilín.
Verás, Ángel, yo sé que la lectura de esta columna te
alegrará muchísimo. Y en la que aprovecharé la ocasión para
desearles lo mejor a los novios: Ángel y Mónica. Y
tú, que como policía ve más allá de lo que ven otros muchos,
te darás cuenta de que hoy pueden haber quedado resueltas
muchas de las dudas que se han venido interponiendo en
nuestras educadas relaciones. Que a pesar de los pesares,
que no han sido pocos, hemos mantenido contra viento y
marea. Y todos gracias a que ni tú ni yo hacemos del rencor
un muro infranqueable.
Quizá, y tal vez sin quizá, porque sabemos que el rencor es
tóxico y tan dañino que acorta la vida. Y ambos estamos
empeñados en seguir saboreando esos vinos del Duero que
tanto prestigian a la tierra donde te parieron (a propósito:
creo haberme ganado con creces lo prometido).
Lo dicho, además, puede servirles de aclaración a quienes no
lleguen a entender que tú y yo seamos capaces de hablar cada
vez que nos vemos. Y hasta de reír por cualquier ocurrencia
que surja en esos momentos. Pertenezca a quien pertenezca.
En fin, Ángel, que -desde hoy viernes, cuando son las nueve
de la mañana- me he sumado a tus plegarias para que mañana
–hoy para ustedes- disfrutemos de una noche ideal. La que
necesita el matrimonio que Ángel y Mónica van a contraer.
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