Observo que tras beber los
periódicos, de estos muros de la patria mía, me lloran los
ojos. Lo de ser europeos de la división de honor ha sido un
cuento o un canto a la mentira. Otra frustración más. Lo
cierto es que en el ránking de competitividad global no
hemos podido caer más bajo. Para colmo de males, cierran más
empresas que abren y, aquellas que permanecen abiertas,
reducen plantillas. Una familia sí, y otra también, es
víctima del drama del desempleo, porque también es un drama
el empleo en precario, indecente como nunca, porque a veces
no hay más remedio que tomar el tajo por unas migajas.
Alguien se pondrá de oro. La factura de la crisis siempre la
abonan los pobres. “El rico se ríe de la crisis”, leo en la
editorial del Semanario decano de política, economía,
cultura y sociedad, Cambio 16. No le falta razón, lo
suscribo. En realidad, qué poco hemos avanzado. Uno pensaba
que los pudientes se echarían a la calle a buscar a los
pobres y a darles curro, pero tienen los brazos cerrados
mientras la lista de parados los tienen caídos en contra de
sí, porque hasta el propio sistema productivo es
injustamente excluyente y exclusivo.
Si no fuera porque tenemos tantas leyes inútiles, que por
otra parte debilitan a las necesarias, ahora tendríamos al
menos una subida de esperanza, con la renombrada
españolización de la ley de economía sostenible. Otra
ocurrencia del gobierno de Zapatero, que en principio me
parece acertada, pero lo que ocurre es que este gobierno ha
perdido credibilidad social y eso frena bastante cualquier
acción, sobre todo la empresarial. Además, la tarea de
cambiar actitudes no es nada fácil, máxime cuando tenemos
conductas viciadas por acciones políticas poco
transparentes, con la espada de la corrupción señalando a
una clase política muy desacreditada socialmente. Por si
fuera poco el látigo, ya me dirán cómo internacionalizamos
nuestros productos con la pérdida de tejido empresarial,
cómo ponemos orden a una política urbanística en la que no
se ha tenido en cuenta el crecimiento racional y el impulso
a las energías renovables, cómo impulsamos los medios de
transporte público que suelen ser arcaicos o no existir en
horario laboral, o, simplemente, cómo mejoramos la formación
si tenemos un sistema educativo que es incapaz de hacer
frente al fracaso escolar.
España ha retrocedido en todo. Nos hemos bajado del tren del
desarrollo y estamos en la estación de la indiferencia, de
las colas del paro y del endeudamiento hasta los dientes. La
situación es límite. No se puede esperar a que pase otro
nuevo tren, tenemos que poner en marcha nuestra propia
maquinaria y hacernos nuestra propia vía, primando el
esfuerzo, el valor del que arriesga, la conducta que es
solidaria, los recursos que son éticos. Los presupuestos del
2010 podrán ser los más austeros de los últimos años, la ley
de economía sostenible podrá ser la mejor ley, pero lo que
sucede es que para ese cambio económico y social, se
precisan mujeres y hombres de Estado y no de partido. Lo
nefasto es que ni el gobierno ni la oposición parecen estar
en la apuesta del consenso de trabajar todos a una en la
misma dirección, obviando la gasolina de los votos. La
vicisitud del momento, desde luego, exige unidad y unión.
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