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OPINIÓN - JUEVES, 10 DE SEPTIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

La otra escuela
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

Se ha dicho –con toda razón- que el “franquismo” realizó el más poderoso intento adoctrinador de toda nuestra historia. ¡Y lo consiguió, vaya si lo consiguió!. La razón no era otra que la gran preocupación escolar del régimen. Con enorme carácter ideológico y político. La función más relevante que se asignaba a la escuela era contribuir a la dominación y a la reproducción social y política, mediante los valores propios del conjunto de las fuerzas del bloque vencedor de la Guerra Civil. Los instrumentos: la enseñanza religiosa, donde la religión había que entenderla militante y ultracatólica; la patriótica, fascistoide y maniquea de vagas ensoñaciones imperiales y la cívica, sentimentaloide y ultraconservadora.

En la escuela de esos años, existían algunos alumnos, ya situados en la fase final de su escolarización, que se rebelaban ante determinadas situaciones. En la enseñanza religiosa se respiraba un ambiente totalizador. En las entradas, oraciones y cánticos patrióticos. Los alumnos, al frente de los cuales estaba su maestro, formados en filas, se iniciaba así la jornada escolar. Después, en el aula, también la oración del día. Y en las salidas también se despedían de igual modo.

Pero, la apoteosis religiosa culminaba el sábado –en aquella época había que ir a clase por la mañana- con actos múltiples, que se realizaban dentro y fuera del aula: lectura del Santo Evangelio, con un registro en un cuaderno especial, rezo del Santo Rosario… para terminar con la asistencia a la Santa Misa en la propia escuela o en la Parroquia más cercana al Centro Escolar.

En mi grupo clase, 6º de Primaria –me estoy refiriendo a una experiencia personal-, se produjo para mí el primer brote de rebeldía. La asistencia a la Santa Misa era obligatoria, y una vez formada la clase, el maestro se responsabilizaba de que todos los alumnos que ese día habían asistido a clase, tenían que ir a Misa.

Un alumno, ya veterano, que agotaba su escolaridad, saliéndose de “formación”, me dijo: “Sr. Maestro, yo no voy a Misa”. Quedé sorprendido, y le pregunté sus razones. ¡Ninguna, que no quiero ir más a Misa!. Lo entendí y le recomendé que se marchara a su casa y que calculara el tiempo de la duración de la Misa, para salir, porque podría ocurrir que el Sr. Director del Centro lo viese y entonces la responsabilidad era mía. En sábados posteriores se repitió el caso, pero ya directamente se iba a su casa.

Junto a la oración de entrada –también de salida- comenzaba la jornada con el acto de izar la bandera, “la enseña de la patria” y brazo en alto y a pies firmes, se recurría al canto, generalmente el inevitable “Cara al Sol”. También “Montañas nevadas”, “himno Nacional”, con letra autorizad de Pemán. Nuestro himno, para actos solemnes.

Este hecho, quizás nos tocara vivirlo a todos los maestros, con el “Cara al Sol”, cuando llegaba el “impasible el ademán” que, de manera cómica, los niños lo transformaban en “imposible el alemán”. Ya el maestro tenía materia para explicar los significados de “impasible” y “ademán”, pero algunos graciosos, para hacerse destacar, seguían con la misma “cantinela”. Este hecho “gracioso” se producía, insisto, de forma general, es decir, se repetía en todos los colegios.

Pero éste, que voy a relatar, me lo refirió un compañero. Yo no lo había escuchado nunca. Destacaba en su grupo un alumno de voz potente, que llegado el momento del “si te dicen que caí”, el “caí”, nunca era sí, sino “caín”. Con su fuerte vozarrón se escuchaba perfectamente que “metía la pata”, llamando la atención de todos los “cantarines” compañeros que un día sí, y el otro también continuaba con su “caín”.

El maestro en cuestión, lo pasaba mal, ya que no conseguía que su alumno no destacara por esa incorrección, sobre los demás. Pudo averiguar que era una deformación familiar, que convertía “caí” en “caín”. No tuvo más remedio que aconsejar a su alumno que, en el momento tan solemne de cantar el “Cara al Sol”, permaneciera callado.

Por último, -experiencia propia-, ya lejos de aquella escuela disgregada por sexos, con el muro de separación en los patios de recreos, de tanta religión y cánticos victoriosos, en libertad dignamente conseguida, en plena democracia, en nuestro colegio habíamos tenido la suerte de ser obsequiados con una bandera por parte de la Comandancia General de Ceuta. En un acto militar, brillantísimo, el Excom. Sr. Comandante General, personalmente, hizo entrega de la Bandera a la Sra. Directora del Colegio.

¡Ya teníamos bandera!. En Claustro, se acordó por mayoría que, acompañados del himno Nacional, diariamente se realizaran los actos de izado y arriado de la bandera, con los alumnos y alumnas formados en el patio de recreo.

No se trataba de un regreso hacia aquella “otra escuela” sino el justo homenaje y reconocimiento a nuestra bandera, que en los primeros momentos funcionó bien. Pero sucedió, que en el acto de arriado, desde el exterior boicoteaban unos chicos incontrolados el acto, con gritos improcedentes. Desapareció la bandera, que fue encontrada en el cubo de la basura.

Recuperad y dignificad nuestra enseña nacional, se tomó el acuerdo que los actos diarios de izado y arriado se suprimieron con el protocolo que se hacía, reservando el mismo para sólo el izado y arriado del lunes y del viernes, de la misma forma que se había hecho diariamente.

Pero los “agitadores”, desde el exterior, un viernes durante el arriado, se dedicaron a tirarnos huevos desde el exterior. Consiguieron lo que se proponía: eliminar la parafernalia de los actos. Sería el Conserje del Centro el que se convirtió en “guardián” de la tan “maltratada” enseña.
 

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