Se ha dicho –con toda razón- que
el “franquismo” realizó el más poderoso intento adoctrinador
de toda nuestra historia. ¡Y lo consiguió, vaya si lo
consiguió!. La razón no era otra que la gran preocupación
escolar del régimen. Con enorme carácter ideológico y
político. La función más relevante que se asignaba a la
escuela era contribuir a la dominación y a la reproducción
social y política, mediante los valores propios del conjunto
de las fuerzas del bloque vencedor de la Guerra Civil. Los
instrumentos: la enseñanza religiosa, donde la religión
había que entenderla militante y ultracatólica; la
patriótica, fascistoide y maniquea de vagas ensoñaciones
imperiales y la cívica, sentimentaloide y ultraconservadora.
En la escuela de esos años, existían algunos alumnos, ya
situados en la fase final de su escolarización, que se
rebelaban ante determinadas situaciones. En la enseñanza
religiosa se respiraba un ambiente totalizador. En las
entradas, oraciones y cánticos patrióticos. Los alumnos, al
frente de los cuales estaba su maestro, formados en filas,
se iniciaba así la jornada escolar. Después, en el aula,
también la oración del día. Y en las salidas también se
despedían de igual modo.
Pero, la apoteosis religiosa culminaba el sábado –en aquella
época había que ir a clase por la mañana- con actos
múltiples, que se realizaban dentro y fuera del aula:
lectura del Santo Evangelio, con un registro en un cuaderno
especial, rezo del Santo Rosario… para terminar con la
asistencia a la Santa Misa en la propia escuela o en la
Parroquia más cercana al Centro Escolar.
En mi grupo clase, 6º de Primaria –me estoy refiriendo a una
experiencia personal-, se produjo para mí el primer brote de
rebeldía. La asistencia a la Santa Misa era obligatoria, y
una vez formada la clase, el maestro se responsabilizaba de
que todos los alumnos que ese día habían asistido a clase,
tenían que ir a Misa.
Un alumno, ya veterano, que agotaba su escolaridad,
saliéndose de “formación”, me dijo: “Sr. Maestro, yo no voy
a Misa”. Quedé sorprendido, y le pregunté sus razones.
¡Ninguna, que no quiero ir más a Misa!. Lo entendí y le
recomendé que se marchara a su casa y que calculara el
tiempo de la duración de la Misa, para salir, porque podría
ocurrir que el Sr. Director del Centro lo viese y entonces
la responsabilidad era mía. En sábados posteriores se
repitió el caso, pero ya directamente se iba a su casa.
Junto a la oración de entrada –también de salida- comenzaba
la jornada con el acto de izar la bandera, “la enseña de la
patria” y brazo en alto y a pies firmes, se recurría al
canto, generalmente el inevitable “Cara al Sol”. También
“Montañas nevadas”, “himno Nacional”, con letra autorizad de
Pemán. Nuestro himno, para actos solemnes.
Este hecho, quizás nos tocara vivirlo a todos los maestros,
con el “Cara al Sol”, cuando llegaba el “impasible el
ademán” que, de manera cómica, los niños lo transformaban en
“imposible el alemán”. Ya el maestro tenía materia para
explicar los significados de “impasible” y “ademán”, pero
algunos graciosos, para hacerse destacar, seguían con la
misma “cantinela”. Este hecho “gracioso” se producía,
insisto, de forma general, es decir, se repetía en todos los
colegios.
Pero éste, que voy a relatar, me lo refirió un compañero. Yo
no lo había escuchado nunca. Destacaba en su grupo un alumno
de voz potente, que llegado el momento del “si te dicen que
caí”, el “caí”, nunca era sí, sino “caín”. Con su fuerte
vozarrón se escuchaba perfectamente que “metía la pata”,
llamando la atención de todos los “cantarines” compañeros
que un día sí, y el otro también continuaba con su “caín”.
El maestro en cuestión, lo pasaba mal, ya que no conseguía
que su alumno no destacara por esa incorrección, sobre los
demás. Pudo averiguar que era una deformación familiar, que
convertía “caí” en “caín”. No tuvo más remedio que aconsejar
a su alumno que, en el momento tan solemne de cantar el
“Cara al Sol”, permaneciera callado.
Por último, -experiencia propia-, ya lejos de aquella
escuela disgregada por sexos, con el muro de separación en
los patios de recreos, de tanta religión y cánticos
victoriosos, en libertad dignamente conseguida, en plena
democracia, en nuestro colegio habíamos tenido la suerte de
ser obsequiados con una bandera por parte de la Comandancia
General de Ceuta. En un acto militar, brillantísimo, el
Excom. Sr. Comandante General, personalmente, hizo entrega
de la Bandera a la Sra. Directora del Colegio.
¡Ya teníamos bandera!. En Claustro, se acordó por mayoría
que, acompañados del himno Nacional, diariamente se
realizaran los actos de izado y arriado de la bandera, con
los alumnos y alumnas formados en el patio de recreo.
No se trataba de un regreso hacia aquella “otra escuela”
sino el justo homenaje y reconocimiento a nuestra bandera,
que en los primeros momentos funcionó bien. Pero sucedió,
que en el acto de arriado, desde el exterior boicoteaban
unos chicos incontrolados el acto, con gritos improcedentes.
Desapareció la bandera, que fue encontrada en el cubo de la
basura.
Recuperad y dignificad nuestra enseña nacional, se tomó el
acuerdo que los actos diarios de izado y arriado se
suprimieron con el protocolo que se hacía, reservando el
mismo para sólo el izado y arriado del lunes y del viernes,
de la misma forma que se había hecho diariamente.
Pero los “agitadores”, desde el exterior, un viernes durante
el arriado, se dedicaron a tirarnos huevos desde el
exterior. Consiguieron lo que se proponía: eliminar la
parafernalia de los actos. Sería el Conserje del Centro el
que se convirtió en “guardián” de la tan “maltratada”
enseña.
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