“Cuando pienso en un posible
destierro, en una tierra que no sea esta atormentada tierra
española, mi corazón se llena de pesadumbre. Tengo la
certeza de que el extranjero significaría para mí la
muerte”.
(Antonio Machado, en 1937. Los campos de España temblorosos
de luto).
Septiembre del pasado año. Un reportaje de un periódico, con
el título “La tumba de otras rosas”. El pueblo de Grazalema
guarda la historia de 15 mujeres asesinadas en la “Guerra
Civil”. Me llamó poderosamente la atención al referirse a
tan atractiva y sufrida villa de la Serranía de Ronda. Parte
de mis orígenes son de allí. La otra parte, de Alcalá de los
Gazules. Mi padre y mi madre de estas localidades gaditanas,
respectivamente.
Mi padre nos contaba de las grandes dificultades que pasaban
para poder subsistir. Él nunca fue a la escuela. Desde
pequeño, trabajar: guardar cabras, ovejas, faenas del campo.
La familia era numerosa. Ocho hijos, de corta edad. Niños y
niñas, ¡a trabajar! Curiosamente, eran cuatro chicos y
cuatro chicas. ¡Paridad! ¡Buen acierto de mis abuelos
paternos! Él, mi padre, en contadas ocasiones, nos refería
la gran tragedia familiar ocurrida en el año 1.936: la tía
Pepa, su hermana, y una hija de ésta, fueron asesinadas.
También su hermano Juan y se salvó otro hermano, Antonio,
después de ser condenado a muerte y conmutada por cadena
perpetua. Después de unos años en prisión, salió en
libertad. Mi tío Antonio pudo contarlo.
Leyendo el reportaje, al publicarse los nombres y apellidos
de las mujeres que, posiblemente, se encontraran en la fosa
–todavía no exhumada-, me llamó la atención tres mujeres
cuyos nombres, en principio, figuraban así: Isabel Gómez,
Josefa Gómez y Lolita Gómez, cuyas relaciones eran: las dos
primeras hermanas y la tercer sobrina de ambas.
De momento me fijé en Josefa Gómez, y la relacioné con la
asesinada “Tía Pepa” de los relatos de mi padre. Rechacé que
Isabel fuese hermana de Josefa. ¿Por qué? Porque era
imposible que lo fueran, ya que en la familia, una de las
chicas llamada Isabel, sobrevivió a la represión llevada a
cabo en Grazalema. De Lolita Gómez, no tenía ninguna
referencia de parentesco, al menos con Josefa. Después
resultó que la tal Isabel era hija de Josefa, por lo tanto
mi prima hermana.
De inmediato, me puse en contacto con mi prima Angelita,
residente en nuestra ciudad. La madre de Angelita, mi prima
María, en varias ocasiones había visitado Grazalema, con el
deseo de conocer el paradero de los restos de su madre y
hermana. Pero el miedo y el silencio que había existido en
Grazalema, durante tantos años, impidió que María pudiera
conocer el lugar donde fueron enterradas su madre y hermana.
Ahora, su hija, Angelita, si ha tenido la oportunidad que no
tuvo su madre. Dos familiares en la misma fosa: Isabel
Atienza, que no Gómez y su abuela Josefa de Jesús Gómez.
Grazalema, al comienzo de la Guerra Civil, era uno de los
pueblos más importantes de la Sierra de Cádiz. Sufrió una
represión más intensa que otras zonas más cercanas. Según
fuentes dignas de crédito, fue debida la fuerte resistencia
que encontró el bando franquista y el no olvidar las 19
muertes que ocasionaron los republicanos. Finalmente,
Grazalema fue ocupada por los “nacionales” el 15 de
Septiembre de 1936. En una primera fase, decenas de muertos
sembraron la localidad. Fue la etapa más dura. Después, ya
con resoluciones de consejos de guerra, cayeron muchos más.
Muchos hombres, los más activos políticamente, escaparon
hacia Málaga. Las mujeres quedaron en el pueblo. En las
grandes ciudades, las mujeres perseguidas sí tenían un
destacado papel político. En los pueblos se las mató por ser
novias, esposas, hijas o hermanas. Ellos huían, ellas
pagaban. “Si no hemos podido coger a él, sufrirás tú” solían
decirles.
Según determinadas fuentes, siempre era de noche cuando las
detenían. Una a una. Enseguida se traslada la noticia en el
pueblo: ¡Se han llevado a María! ¡Se han llevado a Juana!...
Se escuchaba en voz baja en el pueblo. Eran encerradas en
dependencias policiales, durante varios días. En el caso de
estas quince mujeres, una madrugada de finales de verano de
1936, las metieron en una furgoneta. ¡Era el camión de la
muerte! Recorrieron unos diez km., hasta llegar al lugar
elegido. Previamente habían sido torturadas. Les rapaban el
pelo, les daban purgantes, las paseaban sin ropa y,
posiblemente, fuesen violadas.
La historia de estas mujeres ha sobrevivido al miedo y al
silencio que han imperado mucho tiempo en Grazalema. La fosa
se ha abierto sin que mediara ninguna petición familiar,
algo inusual. ¿Por qué? Incluso en el acto de dar cristiana
sepultura a las víctimas, apenas se vio gente del pueblo.
El silencio se impuso en el pueblo, y aún hoy, son muchos
quienes prefieren ni oír hablar de aquel suceso. Los amigos
y familiares de las víctimas se acostumbraron a vivir con
miedo. Tanto, que muchos emigraron a las ciudades, por temor
a posibles represalias. Mientras, los verdugos y delatores
de los fusilados gozaron de impunidad total.
En Grazalema, en realidad las 15 mujeres de la fosa no
fallecieron oficialmente. Nunca se inscribió su defunción en
el Registro Civil. En el pueblo de Grazalema hubo en esos
momentos de barbarie más de 250 muertes, según un informe de
1940, pero sólo registrados 30.
El informe forense indica que las 15 mujeres de Grazalema
fueron torturadas con saciedad, hasta que murieron junto a
la fosa que les estaba destinada. No hubo tiro de gracia,
según la investigación.
Junto a las 15 mujeres, también fue asesinado un adolescente
de unos 16 años, hijo de “La Bizarra”, conocida mujer del
pueblo, al que se le ordenó excavar un agujero que, sin
saberlo, acabaría convirtiéndose en su tumba.
Pero, en Grazalema se encuentran otras siete fosas más, ya
localizadas. No hay documentos que hablen de ellas. No hay
registros civiles ni archivos parroquiales. Las señalaban
los relatos orales de los vecinos y también marcas que
dejaron personas que no quisieron que se olvidaran a los
muertos. Plantaron pinsapos, piedras, colocaron cruces de
piedras –caso de la “Fosa de las Mujeres”-.
Angelita –mi prima- cuenta: “A consecuencia de que los
hombres huyen, van “prendiendo” a sus mujeres, entre ellas
mi abuela, por no querer delatar a su marido, o bien, que no
sabría dónde podría estar. Ya en la prisión, su hija mayor,
mi tía, va a verla y allí le dicen que su madre no está y
que ha ido a dar un paseo. Ella se imagina que a su madre la
habrían matado; enloquece de rabia y arremete a golpes con
todo lo que encontraba a su paso, y allí, también la matan,
encontrándose en estado de gestación. El marido de mi
abuela, salió de prisión en un estado lamentable, muy
enfermo, posiblemente al finalizar la contienda y fallece al
poco tiempo. Pero ya mi abuela, Josefa de Jesús, había
“pagado” por él, lo mismo que su hija Isabel.
De la tragedia vivida por los ocupantes de la “Fosa de las
Mujeres” destaca por su “involuntaria implicación” –porque
estaba allí- el adolescente. En torno a la misma se pueden
plantear varios interrogantes. Indudablemente que su
presencia en el lugar elegido por sus asesinos no sería
casual. Él fue el que cavó la fosa. Puede que el alfanje
–horno para elaborar carbón- estuviese en actividad, que
fuese el medio de vida familiar. En el mismo lugar se
encontraban varios alfanjes. Es posible que todos estuvieran
activos. La elaboración del carbón, junto a otras
actividades constituía parte de la forma de ganarse el
sustento los vecinos de estos pueblos. Recuerdo que mi tío
también trabajó en el carbón. Que tenían que hacer
vigilancias nocturnas para impedir que bandas organizadas de
comarcas cercanas, bien armadas, se llevaran sus productos
de cabrón.
El adolescente, apodado “El Bizarrito” era hijo del
matrimonio formado por la Bizarra y Pepe “el tío Fraile”.
Según información, imposible de contrastar, el matrimonio
que trabajaba en los hornos de carbón donde fueron
sepultadas las mujeres, y comunicaron la suerte final de sus
paisanas al pueblo. La represalia que sufrieron al divulgar
las ejecuciones fue atroz. Al parecer, Bizarrito que fue
quien cavó la fosa y el último en ser ejecutado, mientras
que sus padres “desaparecieron” sin dejar rastro.
¿Presenciaron los padres la ejecución de su hijo?
¿Consiguieron los asesinos terminar también con sus padres?
En la “Fosa de las Mujeres” se localizaron quince mujeres
–tres de ellas embarazadas- de entre 14 y 61 años, además
del adolescente. No hubo reparos para ocultar los cuerpos,
pues asumen la absoluta impunidad. Tampoco en dejar los
cadáveres expuestos a la intemperie, siendo con
posterioridad, otras personas quienes los ocultaron a los
efectos de las alimañas. Ejecutaron a las víctimas con gran
violencia. Los hechos fueron de naturaleza irracional. Los
autores, unos psicópatas.
Murieron hace 73 años. Y ha tenido que transcurrir ese
tiempo para que se gane una batalla que todos creían
perdida. Por fin vencieron al olvido las quince mujeres y el
adolescente -15 rosas y un clavel-, cuyos restos aparecieron
en una fosa de Grazalema, donde fueron arrojados en 1936,
tras crueles torturas, pudieron ser enterrados por fin con
sus nombres y apellidos. En el cementerio de Grazalema
quedará para siempre un mausoleo en su memoria. Los
familiares no contenían ya las lágrimas. Sus madres, tías y
abuelas ya no están desaparecidas. Ya pueden llorar por sus
muertes.
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