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OPINIÓN - DOMINGO, 6 DE SEPTIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Panfletos de cobardía
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hubo un tiempo en esta ciudad que los comercios aparecían por la mañana con las cerraduras obstruidas. Con el fin de que a sus propietarios les entrara el canguelo y aceptaran las condiciones impuestas por un grupo a cuyo frente estaba alguien que todos conocíamos.

Hubo un tiempo en esta ciudad, donde las paredes del edificio en el cual se encontraban todas las secciones del medio más antiguo amanecían con pintadas indignas y escabrosas contra el propietario. Obscenidades causantes de repugnancias. Y que obligaban a los empleados de Limpiezas Trinitas a trabajar a destajo para evitar que la gente acudiera a la fachada para pasárselo en grande, haciendo los consiguientes sarcasmos de las pintadas. Pintadas que se extendían también por otros negocios y empresas marcados negativamente por el sujeto jefe de la cosa.

Hubo un tiempo en esta ciudad en el cual se atentaba contra las antenas de las emisoras de radio que estaban mal vistas por ese grupo que implantó el terrorismo casero, demostrando que andaban sobrados de fuerza para imponer sus deseos recaudatorios a cualquier precio.

Hubo un tiempo en esta ciudad en que tales individuos gustaban de hacer pintadas nocturnas contra quienes les parecía. Frases ofensivas, ultrajantes, odiosas: improperios concebidos por mentes enfermas y cobardes, dado que el jefe de la cosa y sus adláteres seguían en coche y desde lejos el trabajo de sus mercenarios y luego se iban a comer un pollo frío a altas horas de la noche para celebrar la hazaña (!).

Eran los mismos que luego pasaban la bandeja a los empresarios de turno y se aseguraban, por medio de la ley del miedo, una pasta gansa que se repartían entre dos o tres. Eran los mismos que hicieron trampas, muchas trampas, cuando se vieron cobijados por la oficialidad de sus cargos.

Pues bien, aunque estas personas nunca han dejado de ser lo que eran, al menos parecían que estaban dispuestas a olvidarse del terrorismo local, en forma de distribuir panfletos contra las autoridades y contra todos aquellos que no pudieran combatir en corto y por derecho. Hasta hace unos días. Que han vuelto a ensañarse con el presidente de la Ciudad y el Delegado del Gobierno por medio de lo que ellos llaman cuartillas anónimas.

A mí, ante esa villanía, sólo se me ocurre copiar literalmente un párrafo obtenido de un libro que he acabado de leer y cuyo autor es Antonio Aróstegui. Persona que durante muchos años tuvo a bien ser carlista de tomo y lomo y que nunca creyó en la reinserción de los presos y sí en el castigo del ojo por ojo y diente por diente. Era partidario de la pena de muerte. De la que, según sus palabras, no debía “escapar nadie que haya ocasionado graves daños políticos, físicos, psíquicos, económicos o morales a las personas, a la sociedad, a las instituciones, al Estado, a la naturaleza... y cuando digo nadie quiero decir todos incluso los más altos cargos políticos, jurídicos, empresariales, religiosos, militares...”.

Con todos mis respetos a la libertad de expresión, a mí esa forma de pensar me parece troglodita. Y, sobre todo, tengo la impresión de que el autor de ‘El libro de las vivencias, de las obras no escritas y del llanto (a modo de “memorias”)’ desconocía la política ceutí, destinada a quitar honras mediante panfletos vejatorios.
 

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