Tanto la inteligencia como el talento tienen que sortear
muchos obstáculos para abrirse paso ante elementos
antagónicos, no siendo estos los arrestos propios de la
ignorancia, sino aquellos otros que tienen que ver con la
indiferencia y el desconocimiento, dándose el caso, a veces,
de que se malogren en caminos desconocidos, no llegando
nunca a sus metas y, por tanto, no cumpliendo uno de sus más
nobles objetivos: servir a las sociedades en las que nacen,
crecen, maduran y van conociendo declive, hasta dejar paso a
quienes vienen a intentarlo de nuevo, y así el ciclo vuelve
a iniciarse, siempre en constante movimiento, naciendo y
muriendo. Es la racionalidad de la vida misma y en la que la
muerte misma interviene de forma determinante, aun con la
sospecha y verdad de que el que muere no vuelve y que su
silencio al marcharse también nos queda, a nosotros, a la
sociedad, en definitiva, a todos sin excepción.
Vivimos tiempos difíciles. Nuestras sociedades han ido hacia
la descripción más breve de la vida, una de las más fáciles:
El acomodamiento virtual, virtual por cuanto carece de
veracidad real, no siendo más que una ilusión que se vive
como tangible y existente, así pareciéndonos y no siendo.
Posiblemente, una de las pérdidas más importantes que viene
a sufrir una sociedad incapaz de adecuar sus caminos a sus
inteligencias y talentos, consista en la pérdida de la
creatividad, es decir, la transmisión de ideas, de
propuestas, ya sea en el plano de interacción-solución como
en cualquier otro, pero siempre en atmósferas plenas de
positivismo y de emoción.
Perdiendo creatividad, perdemos acción-vibración-emoción,
siendo su lugar ocupado de inmediato por la receptividad,
que no es otra cosa que el acomodamiento virtual. De este
modo, nos convertimos en simples receptores y, en
definitiva, cautivos de nuestra propia indiferencia e
incapacidad. Es iniciar el camino hacia el olvido y sin
recuerdos, es como el elefante que comienza un nuevo camino,
sabiendo que es el último. El fin.
Todo lo que nos llega viene hecho y todo ello en forma de
verdad. Axiomas inviolables, y así nos lo creemos,
aceptándolo, sin más. Ya no somos ni oficiales ni tropa, tan
solo receptores. Es lo que nos den. Es la consecuencia de la
pérdida de nuestros valores creativos y, a falta de ellos,
la pérdida de nuestras inteligencias y talentos que no
supimos encauzar por la senda correcta.
El poder de quienes nos inducen a ser receptores alcanza
incluso nuestra voluntad. De este modo, el acomodamiento
virtual que obtenemos a diario sentados ante el sofá viendo
y oyendo lo que en dosis preconcebida está nos lleva a la
conclusión del deber cumplido, y así, una vez visto y oído
el mensaje del día, nos vamos a la cama convencidos de haber
hecho lo correcto. Mañana será otro día. Uno más.
Debemos reflexionar sobre qué cosas perdemos, ya sea con
facilidad o sin ella, no descuidando, sobre todo, nuestra
indiferencia hacia quienes ostentan inteligencia y talento,
pues no haciendo eso, perderemos sin opción a recuperar.
No siempre es la sociedad quien más culpa tiene; antes bien,
las inteligencias y talentos positivos deben reconocerse y
aceptarse como tales, siendo su consecuencia la humildad
como enseña y la voluntad de cooperar con la sociedad en un
futuro mejor. Haciendo esto, la vehemencia intelectual
desaparece, alcanzándonos el sosiego y la serenidad, es
decir, el éxito para todos, en definitiva.
Por un Aróstegui útil. Para todos.
|