El mundo se desarrolla con
palabras que se injertan de emociones y se comparten. En la
memoria de las gentes permanecen tantas tragedias humanas,
más que vividas, sufridas, que siempre hay que estar
dispuesto a conciliar abecedarios y a reconciliar
sentimientos. Es inútil permanecer en el rencor y no dejarse
alfabetizar por el gesto comprensivo de la quietud. Esto no
quiere decir que debamos huir de la discusión inteligente,
de las disputas filosóficas o de las controversias
literarias. Hay que reeducar desde el libre intercambio de
ideas y conocimientos, nada de sectarismos y nada de
exclusiones, y dejar que brote el respeto como ley de leyes.
Sin duda alguna, lo valioso es instruir para la deferencia
humana, ya está bien de que cotice en los planes de estudio
la indiferencia o la sangre fría de los verbos. Es
fundamental saber conjugar los valores con las valías, el
alfabeto del corazón con las letras inventadas por los
hombres, puesto que la consideración hacia todo ser humano,
es el único pasaporte para un mundo sabio.
Se precisa ciertamente un mundo leído por unas gentes que no
levanten muros y manuscriban sus hazañas de entendimiento en
todos los libros escolares. Teniendo en cuenta, como dijo el
dramaturgo español Jacinto Benavente de que en cada niño
nace la humanidad, es preciso amparar el derecho del niño a
ser niño y de abrigar la ternura como nervio educativo. La
escuela está llamada a ser cada vez más acogedora, muchos
niños no han conocido una caricia, crecen sin familia, son
víctimas de maltratos y de contiendas tan vergonzantes como
inútiles. Debiéramos esforzarnos, sin desvelo, en acrecentar
los talentos afectivos y despertar la conciencia de que hay
razones, más que para soportarnos, para prendarnos del ser
humano como persona, capaz de recapacitar y de caer en la
cuenta de que todo el mundo es su familia, y que en vez de
guardar venganzas, cerramos heridas. Sería una gran
alfabetización en favor de la existencia, asistido por el
saber ser del mundo y para el mundo.
Alfabetícese la familia humana como tal, verán como se
apagan todas las guerras. Enséñese a intensificar unos y
otros los lazos de unidad. Cultívese lo armónico como la
riqueza mayor que uno puede atesorar. Lábrense caminos para
la paz, porque la paz la portan los honestos caminantes que
lo son consigo mismo. Siémbrese sonrisas, a corazón abierto,
por todos los horizontes. Hágase el ser humano a la voluntad
de ser humano. Actívense voces en guardia, manos tendidas,
miradas que acarician, oídos que escuchan. Nos merecemos una
vida alfabetizada. Ya está bien de abofeteárnosla como
analfabetos arcaicos e ignorantes estúpidos. Es hora de
aprender a presentar almas, en lugar de armas; de rendir
honores a los que dan vida, en vez de quitarla; de quitarse
el sombrero, sin miedo, ante los que besan la tierra que
otros la convierten en cementerios.
|