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OPINIÓN - VIERNES, 4 DE SEPTIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

La luz que nos guía
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A la hora prevista, me senté en cómodo asiento de la salita de estar y fui televidente de la Fiesta Autonómica celebrada en el magnífico Patio de Armas de Las Murallas Reales. De modo que un año más dejé de presenciar el acontecimiento en el propio lugar. Pero, gracias a las cámaras de televisión, durante su recorrido por el escenario, pude observar que los asistentes, salvo excepciones, seguían siendo talluditos. Es decir, que los jóvenes continúan desertando de una fiesta que debería ya haber arraigado en muchos de ellos.

Un punto de vista que para muchos no tendrá la más mínima importancia. Y hasta dirán que allí estaba el público que tiene que estar, junto a las autoridades locales y las foráneas invitadas y los premiados y sus familiares. Pero créanme que en el recinto, tan extraordinario, se palpaba un estado de solemne quietud que otorgaba al ambiente un aire de ranciedad que convendría erradicar en próximas ediciones.

Sí, ya sé que no es tarea fácil cambiar el guión establecido. Alterar las costumbres mantenidas desde que el GIL, tan amante de los espacios libres donde exponer sus grandezas, decidió celebrar el primer Día de Ceuta. Mas es conveniente recordar que el Ayuntamiento cuenta con asesores suficientes para que se calienten el magín buscando soluciones a fin de levantar el espíritu de la reunión en tan hermoso lugar. De lo contrario, la rutina, demoledora en todos los aspectos, irá agrietando los cimientos de tan destacada celebración. Y sería una pena que cada año fuera un calco del anterior y así hasta que un buen día ni siquiera las personas talluditas se sintieran atraídas por el espectáculo.

El espectáculo tiene como actuación estelar las entregas de las Medallas de la Autonomía a las personas e instituciones que fueron propuestas en su momento y consiguieron el beneplácito de quienes aprueban la distinciones. Y cabe decir que hay varios momentos donde el ambiente sube de tono: primero, cuando el vicepresidente de la Ciudad, Gordillo, expone los méritos de los galardonados; segundo, cuando el presidente de la Ciudad, Vivas, entrega las medallas; y tercero, la expectación que causa lo que puedan decir los elegidos, como agradecimiento a la concesión.

En esas palabras de agradecimiento de los premiados se ve, más veces de las debidas, que no han puesto el interés suficiente para decir lo que deban decir, acorde con su facilidad de palabra y preparación, llegado el momento de situarse ante el atril. Una actitud que nos parece inapropiada. Y aunque no entra en nuestros deseos que todos los oradores emulen a Castelar, al menos sí tendrían que hacer un esfuerzo para hablar lo justo y evidenciar que se han preocupado de estar a tono con el acontecimiento.

Lo ideal sería, por la veracidad que otorga el hablar sin papeles, que las personas distinguidas improvisaran. Pero algunas confunden improvisación con anarquía y terminan perdidas. Porque desconocen que las improvisaciones han de ser muy trabajadas. La Ciudad podría ayudar en este menester.

Ah, las palabras de un premiado, hablando sobre la luz que nos ha de guiar hasta el fin de nuestros días, me hicieron pensar, no sé por qué, en aquella lucecita que siempre permanecía encendida en una habitación de El Palacio de El Pardo para iluminar la senda moral de España y de los españoles.
 

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