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OPINIÓN - JUEVES, 3 DE SEPTIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

La crisis económica pone contra las
cuerdas al Gobierno español

 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

A juzgar por los resultados, parece que ha servido de muy poco para atajar la crisis, el famoso plan español (plan E) para el estímulo de la economía y el empleo, a pesar de que se haya vociferado hasta la saciedad que suponía una movilización de recursos públicos sin precedentes. Lo cierto es que las directrices de apoyo a empresas no impiden que cada día se cierren sociedades, que el desempleo azote a familias enteras, o que las medidas de modernización de la economía sean incapaces de recuperar productividad y competitividad. En cualquier caso, la grave situación española exige que el gobierno intente una y mil veces el diálogo social, apostando por políticas de consenso, transparentes y de estabilidad financiera, reduciendo a cero cualquier despilfarro para evitar derrumbes innecesarias. Las energías políticas no se pueden malgastar en contiendas inútiles y partidistas, como viene sucediendo entre gobierno y oposición u oposición y gobierno, tanto monta… De lo que se trata es de aunar esfuerzos y de buscar soluciones para ganar tiempo y salir cuanto antes de una crisis que se está cebando con la clase trabajadora que a diario ve peligrar su puesto de trabajo.

Quizás hubo que plantear medidas de emergencia antes. Casi todos los analistas coinciden en decir que el gobierno español ha reaccionado tarde frente a la crisis; pero una vez que lo ha hecho, lejos de mejorar la situación, sigue agravándose a peor, con cuantiosos déficits y endeudamientos que amenazan socavar el propio sistema, obligando a salir del mercado de trabajo a miles de personas, con el consabido freno de la inversión privada. Realidad que debiera unir a la clase política y a los agentes sociales. Hechos que han de poner al gobierno en plena acción, en diálogo permanente, para alcanzar cuanto antes reformas estructurales que revitalicen la maltrecha economía española. No es tiempo de espera, es tiempo de reacción, de equilibrar presupuestos y de retomar niveles de deudas moderadas. Lograr esto requiere la coordinación de las políticas de gastos y la aplicación de medidas específicas entre todas las administraciones del Estado. Centenares de ayuntamientos en España están al borde de la quiebra por su alto nivel de endeudamiento. Esto no hubiera sucedido si se hubiese mantenido más control financiero y una política monetaria más restrictiva.

Hay que avanzar sí, pero reduciendo el gasto, sabiendo gestionar y con las mimbres que uno tiene. Ahora lo esencial es hacer frente a la crisis, preservar los avances logrados y avivar un programa de reformas sustanciales. El gobierno español tiene la obligación de generar ese clima de entendimiento, que no es fácil, ante un desempleo sin precedentes y una fuerte desconfianza de los mercados. Debería complementar sus planes de apoyo con estrategias claras y creíbles, sumando fuerzas con las fuerzas sociales, fortaleciendo las instituciones de política económica para disipar cualquier duda que pueda entorpecer el proceso de recuperación. Recaudar por vía de tributos para salir del endeudamiento es un arma de doble filo, puesto que puede restar inversión en un momento en el que se necesita todo lo contrario, dinamizar la economía para generar empleo. Quizás se debiera replantear con anterioridad a la subida de impuestos, desde la nítida claridad, las eternas preguntas de siempre: ¿Quién gasta? ¿Para qué se gasta? ¿En qué se gasta? ¿Dónde se gasta? Disparar los gastos en tiempos que no fueron de dificultades cuesta asimilarlo. En la actualidad si tiene más fundamento que se acrecienten, pero –insisto- no en tiempos de bonanza, donde los derroches se sirvieron en bandeja ante los ojos de toda la ciudadanía y la economía sumergida siguió campeando a sus anchas, como si la brújula moral se hubiera perdido.

Tanto es así, que algunos personajes sin escrúpulos hicieron las Américas en España, con métodos muy poco honestos y nada legales. No en vano, la corrupción en este país, sobre todo la proveniente de gente de cualquier bando político, se ha disparado tanto como la crisis que ya es decir. Ante esta realidad dura y ante un gobierno debilitado, la pregunta es evidente: ¿cómo propiciar economías sanas, seguras y equitativas en una sociedad cada vez más compleja y conflictiva? A mi juicio, resulta importante considerar el tipo de ambiente económico que queremos crear. Y esto lo debe propiciar el gobierno, mucho antes que dar a la máquina de los tributos, que han de ser los justos y necesarios. Por otra parte, no es muy ético que digamos pagar con impuestos facturas de mala gestión o déficits que se han producido por corrupción. La papeleta de esta crisis no es fácil. Hay que reconocerlo. Sin embargo, es fundamental que valoremos la eficacia de nuestro sistema económico para afrontar las necesidades de la gente. Muy a menudo, quienes viven en la pobreza pueden conocer mejor cómo superar situaciones de crisis. Pero no se les escucha o no tienen acceso a ninguna tribuna, cuando ellos son las principales víctimas de cualquier crisis.

El gobierno español debe poner oídos en la calle, sobre todo en esa legión de desempleados, utilizar el talante de la escucha que tanto se dijo en otro momento, y poner en valor las inversiones éticas que son las que tienen que ganar fuerza para que ejemplaricen la sociedad. La crisis económica ha puesto contra las cuerdas al gobierno español. El gasto público ya no puede tirar de le economía. Ahora espera con los nuevos presupuestos y la ley de economía sostenible tomar aliento y reducir el desempleo. El escepticismo de la ciudadanía ante estas propuestas es evidente. De momento, no han entusiasmado. Y las estrategias anticrisis tomadas hasta ahora, aparte de aumentar el gasto, han sido muy poco eficaces, por no decir nada, para levantar cabeza. Mientras el principal partido de la oposición tampoco hace nada, que no sea la crítica fácil, para seguir quemando al gobierno. Tampoco me parece políticamente correcto.
 

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