Agosto se ha ido tras cumplir su
cometido de sauna. Lo cual entra dentro de sus obligaciones.
Las nuestras, como siempre, han consistido en quejarnos a
todas horas de las calores a las que hemos estado sometidos.
Lo mejor de este mes, recién terminado, es que he podido
disfrutar de unas vacaciones domésticas que me han permitido
volver al tajo con la sonrisa en la boca. Actitud que es
primordial para laborar provechosamente. Algo imposible si
uno lo hace con desgana y convencido de que regresa a la
rutina. Y los hay...
Y los hay, cómo no, en esta profesión. La semana pasada, por
ejemplo, alguien reconoció, públicamente y por escrito, que
vive en la rutina permanente. Es decir, no se cortó lo más
mínimo en airear que le puede la “costumbre inveterada,
hábito de hacer las cosas por mera práctica y sin
razonarlas”. Así, con esa declaración de intenciones, de ser
yo el editor del medio donde se escribió ello, lo primero
que hubiera hecho es pedirle explicaciones a quien manifestó
que llegaba dispuesta a escribir sumida en el tedio de un
trabajo rutinario, sin identidad.
Eso sí, su vulgar proceder no le impidió, en absoluto, abrir
su sección, tras unos días de asueto, arremetiendo contra lo
que considera un acto desfasado y carente de sentido: la
celebración del Día de la Autonomía, dedicada este año a
Murcia. Amén de hacer demagogia de perfil bajo al criticar
al Gobierno local de cuestiones que no procedían en esos
momentos.
No obstante, leído el artículo rutinario de la persona que
no dudaba en proclamar que el estrés le impedía acceder al
interés y entusiasmo exigidos por esta profesión a quienes
viven de ella, me percaté de que en ese escrito primaba no
sólo un porcentaje alto de necedad, sino también el
sempiterno malhumor de la interfecta. Mezcla, pues,
disparatada, a la que nos tiene acostumbrados. Ah, lo de
interfecta entiéndase en plan jocoso, con el fin de evitar
la personalización inmerecida.
Tampoco me sorprendí del trato despectivo que en ese medio
la articulista aburrida, rutinaria y estresada, le daba a la
celebración del Día Autonómico, dedicado a Murcia, y que
será aprovechado para premiar a quienes les fueron otorgadas
las medallas de la autonomía. Lo que no comprendí es cómo se
puede escupir, días antes del acontecimiento, en el plato
del magnánimo anfitrión. Que me lo expliquen.
Válgame tan largo introito para decirles lo siguiente: en
los comienzos del agosto acabado, mantuve una larga
sobremesa con alguien merecedor de mis respetos. Y se
planteó qué pasaría si en esta columna se le zurrara la
badana al presidente de la Ciudad, por nimiedades. Mi
interlocutor respondió con celeridad y claridad meridiana:
Que tú tendrías problemas todos los días y fiestas de
guardar. “¿Por qué...?”, pregunté.
-Porque no lo soportaría Vivas. Pues, aunque tú no lo
creas, él sabe que el espacio donde tú escribes tiene lo que
tiene...
Ante esa respuesta, de quien está enterado de cuanto hay que
estar enterado en esta ciudad, me vi obligado a contestarle:
menos mal que yo trato de eludir la rutina. De lo contrario,
seguro que nos cortaban hasta el aliento. Y mi interlocutor
dijo que sí. Que hay políticos que doblan la vara de la
justicia ante uno de los medios escritos. A mí sólo me queda
decir que ya está bien.
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