Samira, a los 28 años tuvo que enfrentarse a la prueba más
dura que la vida pone por delante a una madre. Su hijo Ito,
de once años, tenía un tumor cerebral que hacía peligrar su
vida. Pero había más, a los pocos meses le diagnostican a
ella un cáncer muy agresivo y le daban seis meses de vida.
Llena de coraje luchó por sobrevivir y por sacar adelante a
Ito. Años después, los dos siguen aquí, ambos superaron sus
dificultades y continúan en una lucha constante por
conseguir vivir felices. En esta entrevista, y la que viene
a continuación, conoceremos estas dos historias unidas por
lazos de familia y más aún por una lucha titánica contra una
enfermedad donde la muerte rondaba a su alrededor.
Pregunta.- ¿Qué tipo de enfermedad ha tenido? ¿Cuál ha
sido su modalidad de cáncer?
Respuesta.- Un carcinoma de cavum, de las cavidades nasales,
un tumor maligno agresivo que podía hacer metástasis si no
se trataba a tiempo. Gracias a Dios se diagnosticó a tiempo,
pero he pasado muchos problemas, tratamientos muy fuertes y
agresivos. Me daban seis meses de vida y ya han pasado cinco
años. Además, mi hijo también padeció un tumor cerebral y
coincidimos los dos en el tiempo de tratamiento. Es una cosa
muy dura para una madre, para toda la familia. Por fortuna,
hemos tenido siempre el apoyo y la ayuda de mi marido,
hermanas, madre, suegra; todos han estado ahí con nosotros.
También los miembros de la Asociación Española Contra el
Cáncer. En esos momentos se necesita mucho apoyo y mucho
amor y cariño. Ahora que estoy mucho mejor, también me
dedico a ayudar a los demás.
P.- Ha comentado que han pasado ya cinco años. ¿Con qué edad
le diagnosticaron esta enfermedad?
R.- Tenía veintiocho años. Los cumplo en el mes de noviembre
y fue un día antes de mi cumpleaños cuando me salieron
inflamaciones en dos ganglios. Yo era una persona muy
fuerte, pesaba 130 kilos, y estaba acompañando en el
tratamiento a mi hijo y uno de los médicos me informó que yo
tenía un carcinoma de los más agresivos y que si no empezaba
inmediatamente el tratamiento, me daba seis meses como
máximo.
P.- Imagino que es un instante en el que le cambia
completamente la vida, ¿no?
R.- Ya se puede hacer una idea. Comencé un tratamiento muy
agresivo y estuve siete meses sin ingerir alimentos y llegué
a perder muchísimos kilos. Me alimentaba exclusivamente de
suero porque las constantes sesiones de quimioterapia y
radioterapia me tenían totalmente quemada toda la boca y la
garganta. Durante todo ese tiempo pasé otras enfermedades,
debido al desgaste de mi cuerpo: hepatitis, infecciones...
Poco a poco se me iban paralizando los órganos, estaba
llegando al colapso. Me trasladaron a un hospital de
Algeciras y allí me hicieron un catéter por la aorta para
meterme medicación. Era la última oportunidad: o funcionaba
o me moría.
P.- ¿Sabía que estaba en ese extremo, entre la vida y la
muerte?
R.- Sí, lo sabía. Era consciente de ello. Mi cabeza
trabajaba mucho. Yo no podía hablar, pero me enteraba de
todo. Además, tantas sesiones de quimioterapia me habían
quemado los pies y sufría un dolor tremendo. A eso añadimos
que la radioterapia, al ser la zona afectada la de la nariz,
boca, faringe, que estaba totalmente quemada, era otro
sufrimiento constante. Estas circunstancias hacían que me
aplicaran parches de morfina y creyeran en el hospital que
yo estaba inconsciente, pero me enteraba de todo.
P.- Es una situación extrema. ¿Pensó en la muerte?
R.- Llegó un momento en que pensé que lo mejor sería irme de
este mundo. El sufrimiento era superior a los pensamientos
sobre la gente que estaba a mi alrededor: mi familia, mis
hijos. Al principio de la enfermedad pensaba mucho en mis
hijos, pero llegó ese momento en que el dolor y la
desesperación superaba todo lo demás.
P.- Lamentablemente, los problemas no solamente eran de
salud. ¿Qué otras dificultades encontró?
R.- Me gustaría apoyar a la Asociación Española Contra el
Cáncer para conseguir que se puedan aplicar sesiones de
radioterapia en Ceuta. Es un sufrimiento más para los
enfermos tener que ir hasta Algeciras para recibir el
tratamiento. Haga levante o poniente, con marejada o sin
ella, hay que coger el barco para ir y volver, y con el
cuerpo cansado del viaje, pasar la sesión correspondiente.
Es una tortura. Una persona enferma termina no teniendo
ganas de nada. Llegó un momento en el que pedía que no me
llevaran a ningún sitio, que me dejaran morir
tranquilamente.
P.- ¿Cómo eran esas sesiones? Ya ha comentado antes que muy
sufridas, pero ¿puede ampliarlo?
R.- Aparte de la paliza del viaje, en el hospital estaba
siete horas de terapia. En realidad, la aplicación de la
quimioterapia no duraba más de diez minutos. Era un bote muy
chiquitito lo que me inyectaban, pero necesitaba varias
horas de antelación para preparar mi cuerpo a base de
hidratación mediante sueros, y lo mismo después.
P.- Tantas horas, tantos viajes al hospital, ¿dan para
trabar amistad con otros enfermos?
R.- Sí, tenga en cuenta que todos estábamos allí más o menos
para lo mismo, para recibir tratamiento sobre distintos
tipos de cáncer. Pero también se estrechaba un lazo de
familiaridad con el personal sanitario. Recuerdo una mujer
de mediana edad que cada vez que yo iba a mi sesión, ella
lloraba porque sabía lo que me iba a ocurrir al día
siguiente, el bajón de fuerzas, las náuseas..., todo. Esa
señora me dijo que ella venía a pasar las sesiones
completamente arreglada y maquillada porque quería disfrutar
de sus hijos. Le daban ya pocos meses de vida, pero aún así
no se rendía ante ese sufrimiento para poder estar un día
más con su familia. Me dijo que yo era joven y tenía que
luchar por los míos, porque aunque sufriera, después tendría
la recompensa. Poco tiempo después supe que había fallecido,
como ella misma me anunció.
P.- Ese apoyo mutuo entre enfermos les convierte en una
piña, ¿hacen unión?
R.- Sinceramente, sí. Y muchos con los que coincidía en los
tratamientos han ido falleciendo, pero nunca podré olvidar
que yo era la más joven del grupo y que todos estaban
conmigo dándome ánimos. Donde quiera que se encuentren,
ojalá que estén felices y bien, lo deseo con todas mis
fuerzas.
P.- Pasar por un trance de este tipo cambia por completo la
forma de ver la vida. ¿Cómo ha sido su caso?
R.- En realidad, veo la vida muy diferente. Antes me quejaba
mucho, por cosas que no merecían la pena; tenía depresiones
sin motivo... Ahora no, ahora cada día es siempre soleado y
precioso para mí, aunque llueva o esté nublado, porque está
lleno de vida. Y me digo que hace falta que la gente se debe
comprometer más con la Asociación Contra el Cáncer, porque
esto le puede tocar a cualquiera.
P.- ¿Ha llegado a conocer el motivo de la aparición de su
cáncer?
R.- Eso es muy difícil. Es verdad que yo fumaba antes de la
enfermedad, y que en mi familia mi padre y un hermano
también habían muerto de cáncer. Podría ser genético, y
además mi hijo también pasaba por un tumor cerebral. Gracias
a Dios, se supera. Y si hemos sido capaces de ello, pienso
que se puede superar todo en la vida.
P.- Y como ejemplo de superación la tenemos a usted porque,
entre las secuelas, salía malparada con los pies. ¿Qué pasó?
R.- Con tantas sesiones, me habían quemado los nervios de
los pies. No podía caminar, ni estar levantada. Durante
mucho tiempo tuve que utilizar una silla de ruedas. Un día
me llevaron a rehabilitación para ejercitar algo los
músculos de las piernas, antes de que se atrofiaran, y me
dijeron que caminar, no llegaría a conseguirlo. Me
advirtieron que necesitaría dos años como mínimo para
fortalecer algo mis piernas. Fíjese como fue la cosa, que en
cuatro meses ya podía dar pasos, para sorpresa de todo el
mundo.
P.- Fue un hecho incomprensible, ¿de dónde salía tanta
fuerza?.
R.- Pero todavía hay más. Cuando termino la rehabilitación,
después de que todo el mundo pensara que aquello era
imposible, incluso los especialistas, un día que marcho
fuera para una revisión, a la mañana siguiente me llama la
oncóloga y me anuncia que yo estaba embarazada. También era
algo inexplicable porque yo no podía tener más hijos. Con el
tratamiento tan agresivo, había tenido una menopausia
precoz, confirmada por los médicos porque mis órganos
estaban atrofiados por la quimioterapia.
P.- ¿Qué ocurrió entonces?
R.- Me dieron la documentación para trasladarme a Cádiz para
que me practicaran un aborto, pero primero tenía que pasar
consulta en el ginecólogo para que certificara de cuántas
semanas estaba encinta. Me hicieron una ecografía y salió
que llevaba un feto de seis meses. Me trasladaron a Cádiz y
me realizaron otra ecografía, en 3D, y le puedo decir que mi
hijo está estupendo. Tiene un año y medio y ya se sabe todo
el abecedario y los números.
P.- Es una auténtica rareza en la medicina. ¿Qué piensa de
ello?
R.- En vez de tener efectos secundarios negativos en mi
persona, yo los estaba teniendo buenos. Yo pasaba
mensualmente una revisión de TAC con contraste yodado, muy
agresivo, y el bebé estaba ahí escondido, durante seis meses
hasta que se dieron cuenta. Después, con el tiempo, los
médicos supieron que ese niño es el que me dio fuerzas para
volver a andar. Ahí está, con un año y medio. Me han pedido
permiso para hacer un estudio de células madre para
investigar cómo ha sido, porque era médicamente imposible
que pudiera gestar de nuevo. Y ha sido posible andar y dar a
luz, dos cosas que estaban ya totalmente descartadas para mi
vida. Parece que Dios, después de todo lo malo, me ha dado
una alegría.
P.- Ahora, con el paso de los años, usted puede mirar la
vida de otra manera, ¿no?
R.- Sí, pienso que la salud, en la vida, es lo más
importante. Cuando estamos sanos no pensamos eso, nada más
que en trabajo, en dinero, y en cosas materiales. Pero la
salud... si hay salud, lo hay todo, hay familia.
P.- Aunque pueda parecer fuera de lugar, o grosero,
permítame que hablemos de dinero. Usted está comentando que
ha pasado una larga enfermedad, su hijo también, con
numerosos traslados a otras poblaciones. Todo ello necesita
del dinero y, aunque esté cubierto por la Seguridad Social,
no deja de ser un trastorno para la economía familiar.
R.- Imagínese usted. Por ejemplo, con mi hijo Ito, antes de
que supiésemos de los apoyos que ofrece la Asociación
Española Contra el Cáncer, estuvimos cuatro meses viviendo
en una pensión porque él estaba ingresado en el hospital
Materno Infantil de Málaga. Ya estaba en tratamiento por el
tumor cerebral.
P.- ¿Tuvieron alguna ayuda?
R.- Toda la familia colaboró. Además, en el trabajo de mi
marido, los compañeros hicieron colectas para recaudar
dinero para pagar tantos gastos. Después, ya con la AECC nos
encontraron un piso en Málaga que estaba para eso, para
alojar a familiares de enfermos que estuvieran desplazados
en Málaga para los tratamientos. Con eso, ya los gastos eran
menores. Por un lado la ambulancia nos trasladaba y el
alojamiento estaba ya concertado también por la AECC. Desde
aquí quiero agradecer el apoyo que nos ofreció su
presidente, José Solera Barco.
P.- Samira, a fecha de hoy, ¿cómo se encuentra actualmente?
R.- Me siento bien, lo malo es cuando se me aproxima la
fecha de una revisión, porque empiezo a tener nervios. La
próxima es el día 28 de septiembre, pero un mes antes ya me
hacen un TAC para ver cómo estoy por dentro.
P.- ¿Le dicen algo los médicos cuando le hacen el TAC?
R.- No, no pueden decir nada, pero no me hace falta porque
yo se lo noto en la cara cuando lo están haciendo. Tengo ya
un grado de experiencia con estas cosas, no olvide que ya
son cinco años así y me han practicado muchas veces esta
prueba.
P.- ¿Sus revisiones son anuales, o si se siente mal puede
adelantarlas?
R.- No tienen periodicidad fija. A veces me citan para seis
mese más tarde y otras para tres nada más. Actualmente estoy
un poco baja en niveles de hierro y están con ello para
averiguar cómo corregirlo. Hasta que no pasen cinco o seis
años sin reproducirse la enfermedad, no estaré completamente
sana.
P.- Usted ha llevado para adelante su enfermedad y la de su
hijo. ¿Cuánto le ha costado ese esfuerzo?
R.- Es algo muy duro. No solamente estás luchando por tu
vida, sino que también por la de tu hijo, que está en
similares circunstancias. Pero ahora, después de este tiempo
transcurrido, todavía hay días en que me hincho de llorar
cuando estoy sola.
P.- Antes de la enfermedad, usted trabajaba. ¿Qué ocurre
ahora?
R.- No me han llamado más. He quedado con una minusvalía del
76% y ya no me llaman para trabajar. Durante estos cinco
años he estado esperando porque tener un trabajo es tener la
mente ocupada y no estar pensando todo el día en que si me
ha salido un bulto, o que un grano que aparezca pueda ser
peligroso. Ese temor queda para toda la vida. Cualquier
dolor o molestia dispara de nuevo las alarmas.
P.- ¿Hace planes de futuro?
R.- Si, con la edad que tengo, 33 años, me gustaría estudiar
y tener un trabajo tranquilo. Muchas cosas, poder comprar
una casita para vivir tranquilos, sacarme el carné de
conducir - que nunca lo había pensado antes-, cosas así.
Ayudar a los demás. Como voluntaria de la asociación, ayudar
a los que lo necesitan porque eso también me ayuda a mí a
superar lo mío. Quiero poder sacar sonrisas a los que están
enfermos. Por eso me hice voluntaria, para dar ánimos a los
enfermos y hacer que se levanten. Mi experiencia me ayuda en
ello. Somos como una familia. El personal de la asociación
aporta mucho cariño. Para el futuro queremos ser felices y
ya está.
P.- Samira, usted tiene varios hijos, pero Ito será siempre
especial, ¿verdad?
R.- A todos los quiero muchísimo, pero con Ito existe una
complicidad especial después de haber compartido tantos
malos momentos y tantas dificultades.
P.- ¿Y la gente, se ha portado bien con usted: sus
amistades, vecinos...?
R.- La mayoría sí, toda la familia ha estado ahí. Muchos
amigos me apoyaron. Mi marido ha estado muchas veces en los
hospitales apoyándonos, pero como trabaja, había ocasiones
en que no podía faltar a su empleo. Allí han sido muy
comprensivos, en la Autoridad Portuaria. Todos los
compañeros se han volcado con él. Son cosas muy importantes
en la vida. Aquí, en estos momentos es donde se ve quién te
quiere. También hay otra gente que al vernos enfermos
empiezan a inventar cosas. Una vecina llegó a decir que
teníamos el VIH porque estábamos los dos enfermos a la vez.
Eso hace muchísimo daño. Estamos sufriendo ya como para
escuchar tonterías de los demás.
P.- El valor que tiene la Asociación Española Contra el
Cáncer es indispensable para los enfermos, pero el
ciudadano, en general, lo desconoce. ¿Qué podría decirle a
esta serie de personas?
R.- Que se acerquen para conocerlos y vean el maravilloso
trabajo que desarrollan. Que entren sin miedo a preguntar.
Hace falta más ayuda y más apoyo. Que haya más voluntarios.
Esta cosa le puede pasar a cualquiera, eso no se sabe nunca.
P- ¿Algún mensaje más?
R.- Que hagan lo posible por poner una unidad de
quimioterapia en Ceuta para todos enfermos de esta ciudad.
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