Es lo que podemos decir sobre los
Kennedy, tras la muerte de Eduard. Una familia poderosa e
influyente que ya es historia o, al menos, historia para la
política.
Este clan ha representado la historia viva del siglo XX en
el territorio americano y con muchas influencias para el
resto de occidente, tanto en los momentos de gloria, como en
esas desgracias que, desde casi hace medio siglo, se cebaron
con ellos.
Una familia muy larga, nueve hermanos, y de los que ya
únicamente queda una hermana. Tuvieron todo lo que puede
pedir cualquier humano, riqueza, fama, poder e, incluso, una
presidencia de los Estados Unidos, que no llegó a su fin,
por unas balas asesinas que terminaron con John Fitzerald.
Otro hermano iba directamente, también, hacia la
presidencia, Robert, pero no pudo llegar a su final, porque
nuevamente las balas asesinas terminaron con su vida, pocos
años después de haber asesinado a su hermano.
En definitiva, una familia que, aun teniendo casi todo,
estuvo falta de la buena suerte y se vio envuelta en las
desgracias más tremendas, a intervalos no demasiado largos.
Ahora, acaba de fallecer Eduard, el más joven, el que más
prometía, pero que no logró su objetivo, porque un
accidente, una actuación inadecuada le incapacitaron para
llegar a la meta más alta que puede lograr un americano, la
Casa Blanca..
Estos días se han visto las banderas a media asta, marcando
el duelo en fachadas influyentes de los Estados Unidos.
La muerte de Eduard Kennedy, muerte natural, por otra parte,
no es una muerte cualquiera, es una pérdida sentida por
cientos de millones de personas, en todos los continentes,
identificados con los valores de la libertad y la tolerancia
que tanto defendió el veterano senador, a lo largo de más de
medio siglo de actividad política, siempre en primera fila.
Su muerte encierra un período muy importante, él era el
último mito que aún había en los Kennedy, porque a partir de
ahora, ya entre las nuevas generaciones, no hay un aspirante
que, con claridad, pueda tomar el relevo del recién
fallecido Ted.
En los Kennedy había, yo creo que desde hace tres días ya no
hay, la capacidad de hacer soñar al pueblo americano, y ahí
es donde puede estar la clave, en ese sueño que no se pudo
hacer una total realidad, porque el hado nefasto, desde hace
muchos años, se había cebado con uno tras otro, hasta haber
quedado reducido, desde ahora, a la nada, al recuerdo
bonito, a la ilusión que marcó el apellido y a ... poco más,
por la serie de desgracias que fue fulminando a todos ellos.
Tocaron la gloria en repetidas ocasiones, pero fue una
gloria efímera, siempre truncada por una desgracia, como si
el apellido Kennedy fuera sinónimo de desgracia o como si
los dioses envidiosos de la dicha humana hubieran dicho:
basta.
Hay muchas cosas que el destino no permitió que pudieran
llevar a cabo, pero una de las últimas manifestaciones
públicas del reciente fallecido decía:” Garantizaremos que
todo estadounidense tenga una asistencia de salud de
calidad, como un derecho fundamental y no sólo un
privilegio”. Este podría ser su epitafio político, con el
que ya merecería la pena tenerlo en la historia, como lo que
fue, el hombre dedicado a la Política, con mayúscula y no al
politiqueo para ganarse mejor la vida.
Con la muerte de Eduard Kennedy podemos decir adiós a un
clan, al que el mundo, cuando menos, admiró.
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