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OPINIÓN - SÁBADO, 29 DE AGOSTO DE 2009

 

OPINIÓN / MIS COSAS

Mis cosas
 


ADE
ade
@elpueblodeceuta.com
 

Aquellos niños de mi generación, esa generación perdida que nació después de la guerra, que pasó más hambre que un caracol en un espejo, nos cabe el orgullo de haber sido los pioneros, sin tener nada de nada, de haber preparado la España, para esa generación posterior, que se encontró el camino hecho con un futuro mucho mejor, infinitamente mejor, que el que nosotros tuvimos, porque nuestra juventud poco futuro tuvo.

Toda la niñez y la juventud de mí época, teníamos nuestras ilusiones centradas en ser militar, bombero, futbolista o torero, algo que nos permitiera tener el pan asegurado y poder formar una familia.

Los niños de aquella época, no teníamos nada, ni un mal juguete con el que entretenernos y matar el hambre. Por el contrario teníamos algo tan importante, como era la inteligencia, para sacar de la nada esos juguetes que nos faltaban. Soñar con tener una pelota era, eso, un sueño. Y los sueños, ya lo dijo Calderón, sueños son.

Y ahí es donde entraba en juego nuestra imaginación. Una media vieja, papeles rebuscados en la basura, un culo de pollo bien hecho y ya teníamos nuestra pelota, que incluso botaba y todo. Partido al canto, descalzos sobre unas calles de adoquines, teniendo cuidado de no estropear nuestras alpargatas. De ahí lo de jugar descalzos.

Tres rodamientos, una tabla y un trozo de goma, usado como freno y a pasearnos en nuestro flamante vehículo último modelo. Unas fichas machacadas, con las que se podían hacer varios juegos, un encuentro de fútbol, una carrera ciclista y jugar al hoyo. El aro, el trompo y las bolas fueron otros de nuestros compañeros de juego.

Y entre juego y juego el colegio, al que no se podía faltar. Y así usando nuestra imaginación y nuestra poca o mucha inteligencia, combinando juego de nuestra creación y estudios íbamos avanzando por la vida, siempre con la mente puesta en encontrar un trabajo, cuado terminásemos nuestros estudios.

Con nuestro esfuerzo y un enorme sacrificio, muchos de aquella generación perdida, conseguimos echando más hora que un reloj, que nuestros hijos, los hijos de los trabajadores llegasen a la universidad y se labrasen un porvenir muy superior al que nosotros tuvimos.

Creamos una nueva generación de universitarios, que viendo los sacrificios de sus padres, consiguieron llegar a ser médicos, arquitectos, abogados, ingenieros, o àparejadores y, en algunos de los casos, años más tardes, se convertían en profesores de universidad.

Ese es el orgullo que nos queda a los niños de la generación perdida, aquellos niños que no tuvieron nada y de esa nada fueron capaces de crear cosas, para su entretenimiento, echando los cimientos para un mejor nivel de vida de las generaciones posteriores.

Conseguimos poner nuestro cimiento y ahí ha quedado eso para nuestro orgullo de ver a nuestros hijos ser más de lo que nosotros fuimos. Creo, con toda sinceridad, que aquella generación perdida, merecemos un respeto.
 

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