En ocasiones los héroes son
desconocidos. Prefieren dejar sin firmar sus grandes
hazañas. Quieren el anonimato. Hacen bien. Lo celebro.
Triste el país que los necesita. Nuestros militares
españoles son ese claro ejemplo de heroicidad. Están en todo
momento preparados para intervenir en ayudas humanitarias,
teniendo muchas veces que arriesgar su propia vida. Gracias
a su entrega generosa, a su incondicional acompañamiento
asistencial a pesar de los peligros que estas acciones
conllevan, la puerta de la existencia sigue abierta para
miles de seres humanos que carecen de lo indispensable para
vivir. Me consta que abrazan con sus nobles gestos historias
de amor irrepetibles, van más allá de su propio deber,
porque no sólo salvan al débil, también le ayudan después de
haberlo salvado, a seguir viviendo. Desde luego, es un
mérito grande el que una persona se esfuerce por salir de la
adversidad, pero aún es mayor ver a otra persona lanzarse en
su protección. En esta actitud si que hay verdadero amor por
el ser humano, que no vive sólo de pan, también de afectos y
comprensión.
Sabemos que, en la actualidad, militares españoles siguen
prestando su apoyo a la población kosovar, mediante ayuda
humanitaria y productos sanitarios. Otros soldados lo vienen
haciendo en otros frentes de conflicto que también precisan
consuelo y refugio.
El mundo arde en mil contiendas. Es el fruto de la
deshumanización que, en parte, nos hemos labrado todos. Es
cierto que estas misiones, internas o externas, son algo
propio de las Fuerzas Armadas, pero su manera de actuar
cálida y humanamente, va más allá de una fría normativa
dictada por un legislador. Ahí radica el valor y la valía de
estas gentes, siempre atentas y dispuestas, mediante sus
continuas y constantes gestas pacificadoras, a dar
estabilidad y quietud allá donde la inseguridad gobierna. No
conocen estos militares la cobardía, se lanzan a corazón
abierto al auxilio, y me imagino sus horas bajas, lejos de
sus familias, cuando ven a gobiernos corruptos que todo lo
permiten y al pueblo que lo deja hacer.
Por ese aluvión de injusticias que a diario se producen en
el mundo, es normal que las Fuerzas Armadas españolas, o la
de cualquier otro Estado del mundo que respete los derechos
humanos, acuda a esos lugares en conflicto o víctimas de
catástrofes, a prestar apoyo. La familia humana es única,
global y globalizada, por encima de cualquier separación
fronteriza. En consecuencia, las naciones deben salir de la
indefinición y junto al deber de ayudar, también ha de
prevalecer la obligación de respetar a toda persona humana
por el hecho de serlo. Estoy seguro de que respetando se
injerta la paz. Nuestros soldados son titanes, precisamente,
porque para ellos lo fundamental es asistir a la persona en
medio del fuego, liberarla y rescatarla a la luz. No se
muestran indiferentes a ningún sufrimiento. Saltan todas las
barreras, es un admirable ejemplo, siempre actual porque
siempre están en guardia, para socorrer a cualquier
afligido. Se han convertido en imprescindibles agentes de
paz. Aman la paz como nadie, valoran la vida como nadie, se
consideran nadie, y son un don y un todo en medio de un
mundo tentado de abandonarse al fatalismo, como si la paz
fuera un ideal de poetas que sueñan con ser poesía. Ellos
alcanzan la paz, la del corazón, cada vez que amparan a una
persona. Insisto que son los héroes de nuestro siglo, a los
que propongo como maestros para educarnos en la paz.
|