Hola, queridos e hipotéticos
lectores. Ya estoy aquí, como diría Tarradellas “Ja soc
aquí!!” cuando regresó definitivamente del exilio. Pero yo
no llego a tanto. Soy más humilde.
No voy a hacer preguntas retóricas a los lectores de cómo
han pasado las vacaciones o que tal se encuentran porque de
seguro, al ser retóricas, no me responderán, ¿verdad?
Bueno, lo que tengo que escribir escrito está: lo he pasado
bastante bien durante mis largas vacaciones.
Si he decidido acortarlas un poco es porque he regresado
precipitadamente a mi casa. Solo por eso. No vayan a pensar
en otra cosa.
He pasado unas vacaciones de total ocio. Durmiendo con un
botijo al alcance de la mano. Bañándome en la piscina, la
mayoría de los días, y en el mar. No se puede uno quitar el
estrés en la playa.
Estos días en que he desenchufado las células grises por
completo; en que mis dedos han ganado en belleza -es un
decir- de tan martirizados como estaban de darle al teclado
que ya iban pareciendo dedos de pianista; en que mis ojos no
ganaron dioptrías de tanto mirar las pantallas TDF del PC;
en que mi espíritu ha alcanzado uno puntos álgidos de
bienestar que no los conseguiría con el carné de conducir…
me han ido de rechupete.
Pero.. ¡oh, dioses del Olimpo!, nada más llegar a la puerta
de mi casa, una serie de noticias en conserva (estaban en
una caja de zapatos los recortes de prensa que un buen amigo
mío ha ido recolectando) me han dado de nuevo esa conocida
descarga eléctrica en las células.
Noticias que tiene la forma de serpiente de verano. Noticias
que sólo pueden darse en el país de la tortilla de patatas,
con o sin cebolla, y que me hacen reír como si estuviera
viendo a Andreu.
¿Qué quién es Andreu?, ¡hombre!, si es archiconocido por
todos los que siguen su show. Este hombre, desde Barcelona,
tiene un humor tan fino, tan fino que no lo parece. Me
refiero a Andreu Buenafuente, que en parte me recuerda a
otro amigo, buen amigo, que tiene la misma manía de hablar
por el micrófono, aunque sea destacando músicos y música
ceutíes, por lo menos.
Hace tiempo que no se nada de éste amigo, que por lo demás
se parece a Andreu en lo físico y por si fuera poco tiene
parte del apellido. Espero que cuando lea estas líneas se
ponga en contacto conmigo. Paso buenos ratos con él, con mi
amigo, no con Andreu. Con éste último los paso igualmente de
bien pero arrellanado en mi sillón favorito, con un vaso de
Martini con gin y unos cubitos de hielo, agitado no
mezclado.
Lo que comenté más arriba acerca de que uno no se puede
quitar el estrés en la playa tiene fácil y sencilla
explicación: la gente ha decidido pasar las vacaciones en
ella. Ni un palmo de arena libre. Ni un decímetro de agua
salada sin remover y no por la marea.
¡Cuanta gente!, ¡cuántas meadas!
No me extraña en absoluto que unos pobres inmigrantes hayan
muerto, durante su incierto bogar en miserables pateras,
bebiendo agua del mar en intentos desesperados de cortar la
sed. Cortaron otra cosa. Cortaron su vida. Ignoraban, los
pobres, que el agua de nuestro “Mare Nostrum” está tan
contaminada. Hasta el pis destaca sobremanera cuando se
analiza.
En la piscina no pasa lo mismo. Aunque el cloro deja los
ojos tremendamente clorados. Rojos y brillantes. Nadie tiene
la osadía de echar una meada en la piscina. El tinte
amarillento que va apareciendo alrededor del osado meón (o
meona) lo delataría inmediatamente.
Bueno, entro de nuevo en la ventana que el periódico pone a
mi disposición, ignoro si seguirá igual, con más fuerzas
para escribir sobre quienes siempre escribo. Ahora más.
Ahora me han dejado un camión enorme (TIR) con datos y
confidencias que cubrirán, con mucho, los siguientes
artículos sin el temor de que me tachen de espía a favor del
Gobierno ni que me mezclen en esa poco original teoría de la
persecución.
Hasta ahora, morenos y morenas.
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