Con la reforma de la Ley de
Libertad Religiosa que prepara Zapatero a la vuelta de la
esquina, la organización del rezo colectivo que por primera
vez se celebró el año pasado al aire libre para poner fin al
mes de Ramadán ha vuelto a poner en el primer plano de la
actualidad las nefastas vinculaciones que se establecen
entre el ámbito político y el religioso, dos esferas que
deberían permanecer, en un Estado como el nuestro, lo
debidamente alejadas para no complicar aún más las cosas. El
artículo 16 de la Constitución garantiza la “libertad
ideológica religiosa y de culto” de todos los ciudadanos, y
marca que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”; pero
ese mismo punto señala que se mantendrán relaciones de
cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones.
A este último punto se aferran quienes apoyan, por ejemplo,
que se mantengan los símbolos religiosos en lugares públicos
o los privilegios que actualmente tiene la Iglesia gracias a
los concordatos con la Santa Sede aprobados en 1979, hace ya
30 años. Ciudad plural como ninguna, el Gobierno de Juan
Vivas ha sabido gestionar la existencia de cuatro
comunidades religiosas en la ciudad y tratar a cada una como
se merece, procurando y consiguiendo que no saltase ningún
recelo por cualquiera de sus decisiones. Todas las
comunidades tienen, ya sea en el ámbito social o en el
religioso, una cabeza visible y perfectamente reconocible.
Todas menos la musulmana, que debe ser capaz por sí misma,
sin interferencias de ningún ámbito, de encontrar la forma
de autorregularse más oportuna. No es cuestión de que se
elija un virrey de los musulmanes ceutíes ni nada parecido,
sino de que alguien tenga la legítima capacidad de
representar a ese 35% de la población para determinados
asuntos que, por razón de su fe, necesitan tratar con
agentes externos (otras comunidades, instituciones...). La
política no debe interferir con malas artes en ese proceso,
pero sus intervinientes tampoco pueden buscar excusas en las
administraciones para eludir su propia responsabilidad.
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