Los padres deben preguntarse con
quién y a qué hora están fuera de casa sus hijos. Es
necesario acostumbrar a los padres a decir no. No, a que
vean ciertos programas televisivos; a acudir a determinados
lugares, antes de que llevemos las cosas a un punto de
retorno, es decir, que actuamos cuando el niño es un
peligro, no cuando está en peligro. La sociedad está en una
dinámica donde se destacan valores dudosos. No es normal que
chicos de 12 y 13 años, compartan pandillas con otros de 20.
Los recientes hechos ocurridos en Motril, Baena e Isla
Cristina, sobre violaciones de menores, chicos y chicas, a
plena luz del día, por jóvenes también menores y con
adultos, han creado la consiguiente alarma y el estupor, han
vuelto a suscitar un intenso debate sobre la condición de
“no imputable” de los menores de 14 años en el ordenamiento
jurídico español, la idoneidad de la Ley del Menor y los
fallos en la educación, en un sistema que parece quedar
desnudo y a contraluz cuando ocurren ellos, que obligan a
buscar palabras que expliquen tal espanto.
Para algunos psicólogos, en el caso de las agresiones
sexuales entre menores, funcionan mecanismos similares a los
del acoso escolar. Son muestras de violencia, control y
domino sobre otro individuo más frágil. A veces, la víctima
es una niña; en otras, es la agresora. Siempre se trata de
relaciones de poder en los que el principal factor de riesgo
es la vulnerabilidad. Este tipo de manifestaciones de domino
y abuso sexual ha existido siempre, no es nuevo… Ya no se
oculta o no se mira hacia otro lado como antes… Es difícil
pensar que se trata de una tendencia.
Para el Director General del Instituto de la Juventud “Las
nociones de autoridad están mas relajadas, lo que ha
generado numerosas disfunciones. Pero eso no implica que
esta sociedad sea peor ni mejor que las anteriores. Mientras
los niños y adolescentes adelantan artificialmente
comportamientos propios de los adultos, los jóvenes alargan
cada vez más la transición a las decisiones de la vida
adulta” (¿)
Por otra parte, determinados sociólogos opinan “que se ha
debilitado el principio de autoridad ente los jóvenes,
sencillamente, no lo encuentran”. La autoridad no se impone,
se gana empleándola con coherencia. Hay que ver qué valores
trasmiten los adultos para que los menores no vean esa
autoridad.
Un cierto sector de la sociedad está a favor de endurecer la
Ley del Menor; por otra parte se piensa que no es una
solución: “Con encerrar a niños de 10 a 12 años, no
solucionamos nada.” Es toda la sociedad la que está enana
dinámica en la que se resaltan valores dudosos. Los patrones
se copian. Estos jóvenes suelen tener antecedentes de malos
tratos, o los han visto en sus casas.
Dado por hecho la inconveniencia de rebajar la edad penal
para castigar y evitar este tipo de comportamiento, parece
ser que el camino correcto sería, por un lado, investigar
las causas de esta forma de delincuencia. A partir de ahí,
actuar sobre las circunstancias que llevan a cometer delitos
y evitarlos. Por consiguiente, castigando al que ha cometido
un delito, no vamos a evitar que siga cometiéndolos, porque
no estamos combatiendo sus causas.
Pero, ¿por qué se llega a esta crisis de valores? Según
serios estudios, la crisis de valores que viven nuestros
jóvenes tiene en las nuevas tecnologías un vehículo idóneo
que, sorprendentemente, cuenta con el beneplácito de los
progenitores.
En el caso de la utilización de los móviles, estos son “el
amigo imaginario” favorito de los hijos. Un 10% de los
menores los utilizan para grabar peleas que luego cuelgan en
Internet, y el 32% los usan para molestar a terceros. Y
preocupa un estudio elaborado por la Universidad Rey Juan
Carlos de Madrid: la grabación de escenas violentas con el
móvil aumenta diez veces la probabilidad de que un profesor
sea objeto de las mismas.
Internet, en general, y las redes sociales, suponen un canal
paralelo para que los menores se comuniquen de espaldas a
sus mayores de temas relacionados con la violencia, el sexo
y las drogas, con el consiguiente peligro al que se ven
expuestos, sin que se tomen precauciones.
Por otro lado, los contenidos televisivos, que suponen una
enorme influencia en los jóvenes. Según escrupulosos
estudios realizados al efecto, “los contenidos de ficción de
la televisión no es que generen más violencia o pérdidas de
valores, pero sí alimentan la insensibilidad ante la
crueldad”. Las series televisivas desprestigian la autoridad
de los padres y menosprecian el esfuerzo y la disciplina,
por lo que los medios deben reflexionar sobre ello.
Por todo lo que anteriormente hemos expuesto, no debemos
extrañarnos con que de vez en cuando surjan hechos horribles
protagonizados por menores. Vivimos en una sociedad en la
que parece que todo vale y en la que unos padres se llevan
las manos a la cabeza cuando se enteran de que su hijo de
doce años ha violado a una menor. Unos padres que no son
capaces de ver su gran responsabilidad en ese hecho.
Es hora de sentarse a hablar con nuestros hijos y dedicar
algo de tiempo a su educación. Una educación en valores: el
respeto, el esfuerzo, el afán de superación, la empatía, el
cariño… son una gran inversión.
“Las atrocidades nos hacen enmudecer, y más cuando quienes
las cometen pertenecen al segmento que las interpretaciones
más amables de la condición humana suelen identificar con el
país de la inocencia” (Gabriel Albiac, filósofo y escritor).
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