Esto de soñar el mundo, que debe
ser como imaginar el árbol sin perder las raíces,
considerando el follaje como el universo y las cepas como
aldeas, tiene su miga ecológica. Si nuestro hábitat ya no es
otro que un hábitat globalizado, en el que las personas son
algo más que género, nacionalidad, raza o cultura, tendremos
que pensar en cómo aunar esta diversidad con la convivencia,
donde asistirnos unos a otros va a ser fundamental para
establecer abecedarios tolerantes. En aquella frase célebre
machadiana, de que “si es bueno vivir, todavía es mejor
soñar, y lo mejor de todo despertar”, se encierra una gran
actitud de vida. El que despierte la asistencia humanitaria
como obligación hacia toda especie humana más allá del
cuidado inmediato de las personas, sino también buscando
soluciones para derrotar el gérmen del problema, sin duda
contribuye al crecimiento de la humanización del jardín.
Todavía nos falta estudiar y poner en práctica colectiva el
volumen de la humanidad. Uno no puede resignarse a que las
guerras nos derroten el verso de la palabra o la poesía de
la existencia. Ya está bien de que siga vigente aún, en
todas las lenguas y en todos los horizontes, de que nosotros
mismos somos nuestro peor enemigo.
Con estos antecedentes míseros, de poca o nula humanidad
salvo para los “míos”, sería saludable que la celebración
del día mundial de la asistencia humanitaria (19 de agosto),
sirviese para mundializar el sensible acogimiento,
solidificándose y socializándose como señal humana. Nada
ajeno debe dejarnos indiferentes. No se entiende el poema si
los versos se dejan sueltos. Somos parte de un todo y cada
uno es como es. Se precisan todas las manos, todos los
corazones, para allanar el camino. Nos alegra, pues, que en
los últimos veinte años, la habilidad de respuesta rápida,
efectiva y predecible de la comunidad humanitaria ante las
crisis naturales e inducidas por el hombre haya mejorado más
allá de toda figuración. Esto se debe fundamentalmente,
según la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación
de Asuntos Humanitarios (OCAH), “a la dedicación de miles de
trabajadores de cooperación quienes han entregado sus vidas
a la labor humanitaria, alineando el idealismo con la
acción, y los principios con la práctica. Sus quehaceres de
forma abnegada y sin intereses políticos son vitales para la
aceptación necesaria de parte de todos aquellos preocupados
en que la ayuda a los necesitados sea proveída de manera
neutral e imparcial, sin referencia a la religión, al género
o la raza”. Desde luego, la humanidad sólo progresa a base
de estos gestos por pequeños que nos parezcan. Si haciendo
el bien damos sustento a la humanidad, asistiendo injertamos
belleza al mundo. Qué bien cuando se abren los ojos a la
bondad y qué mal cuando se cierra el portón del alma.
La misma Oficina OCAH apunta sobre el aumento de la
necesidad humanitaria. Los motivos son variados, aunque la
presencia de la mano del hombre siempre parece estar en el
hecho causante. Helos aquí: los conflictos de muchos años de
trasfondo y con dificultad de seguimiento, que aún afectan
de manera inconsciente a los civiles. Qué necedad tan honda
la persistente plaga de las guerras. Asimismo, los riesgos
de desastres naturales que parecen ser cada vez más
frecuentes y severos, el cambio climático, la pobreza
crónica, la crisis alimentaria y financiera, la escasez de
agua y energía, la migración, el crecimiento de la
población, urbanización y pandemias. Quizás sea el momento
de dar un paso más en la humanización del mundo, en el valor
fundamental del derecho humanitario y, por tanto, en el
deber de garantizar esa asistencia humanitaria a los muchos
pueblos que sufren y a las miles de personas que son
víctimas. Pero toda esta ayuda a cambio de nada, sin usura
solapada. Más allá de las perspectivas jurídicas e
institucionales, políticas o económicas, es fundamental el
compromiso de toda la especie humana por acrecentar el árbol
de la paz desde sus raíces diferenciales, pero confluentes
en un tronco común, el de la vida humana que todos nos
merecemos, sin negociación alguna.
Por todo ello, debemos avivar la asistencia humana pasándola
por el tamiz del corazón, si en verdad queremos otro mundo
más fraternizado que enfrentado, otro planeta más humano que
egoísta. Esta generosa entrega, que en mayor o menor medida
todos necesitamos, únicamente tiene razón de ser en la
providencia de sus brotes, si la especie persiste en la
acción de un mundo hecho para sí y hecho para los demás, por
y para el ser humano. Volviendo los ojos a nuestro
continente, el que la Unión Europea tenga entre sus
objetivos prioritarios, la de prestar ayuda lo antes posible
a quienes la piden, más que un acto heroico, que no lo es,
es un acto esperanzador, al menos un vital estimulante, que
ya predijo el poeta latino Ovidio, cuando refrendó que “la
esperanza hace que agite el naufrago sus brazos en medio de
las aguas, aún cuando no vea tierra por ningún lado”.
Nos consta que el auxilio humanitario europeísta tiene tres
ramas: la de emergencia, que consiste en dinero en metálico
a fin de comprar y distribuir productos de primera
necesidad; la alimentaria, donde suele suministrar
periódicamente alimentos a regiones azotadas por hambrunas o
sequías; y la ayuda a los refugiados que han huido de sus
países y a los desplazados dentro de su propio país o
región, prestándole socorro durante el periodo de
emergencia, hasta que pueden volver a sus casas o
establecerse en otro país. Todo este deber de humanidad
pienso que nos ennoblece, pero en mi opinión avanzaríamos
mucho más, si el paliativo asistencial traspasara la
materialidad y permanecieran también auxilios afectivos de
desprendimiento, socorros de compañía y comprensión,
mediaciones y cooperaciones bajo el amparo de la
incondicional ternura, que nada espera y todo se da. Hagamos
justicia para que el amor que nos ganamos cada día nadie nos
lo robe. Justiciemos al odio de una vez por todas. Sepamos
que un trago de amor ayuda a vivir y también a sufrir. Oídos
a la escucha comprensiva ahora y siempre. Vale la pena
acariciar otro mundo. Eso si, las palabras tienen que salir
del alma para que espigue el ansiado cambio que hoy todo el
mundo aclama.
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