Algunos padres, yo diría mejor,
abuelos, nos recuerdan que las aulas de antes poseían una
tarima, desde donde el maestro colocaba su mesa y su silla,
por supuesto a distancia prudencial de la pizarra, e
impartía el desarrollo de las clases. A veces, abandonaba su
situación privilegiada y se movía por los pasillos que
dejaban las mesas. Pero, buena parte de las sesiones diarias
–mañana y tarde- las pasaba sentado en su pedestal. Mi
primera escuela, sus aulas eran de esta característica.
Se refieren a que, recién entrada la democracia en España,
se debatía la conveniencia o no, de eliminar la tarima, que
ya de por sí emblemática, porque era un símbolo de
autoritarismo. En algunos colegios las construyeron de
mampostería, ya que los planos así lo indicarían; en otros,
era una plataforma de madera, por lo tanto movible, y a poca
altura del suelo, aproximadamente a unos veinte centímetros.
Dejan por sentado que, en efecto, el sistema era
autoritario, donde al parecer, por el sólo hecho de eliminar
la tarima, se pasaba de ese sistema, donde se establecía y
se respetaba la autoridad del maestro, a otro en el que ya
no la tenía. En esos momentos, los papeles se cambian, y, en
muchas escuelas, se establece una especie de tiranía por
parte del alumnado, y ante esta situación, la respuesta de
los maestros es la resignación y, en ocasiones, el miedo.
Y hasta que no se reformen las leyes educativas –continúan
diciendo los denunciantes- no podremos poner freno a esta
locura en la que la sociedad tiene parte de culpa,
fomentando la violencia por medio de determinados programas
televisivos –la bien llamada telebasura- plagados de
“presentadores” y “tertulianos” carentes de ética, ni
valores intelectuales. Ante esta situación, hay que cambiar
las leyes educativas…
Yo fui “maestro de la tarima”. Después de transcurridos
tantos años, pienso que la tarima no era la culpable de este
“exceso” de autoridad por parte de los maestros. Había otros
componentes que “colaboraban” con ella. En la mesa del
maestro se encontraba la “omnipresente” palmenta, con la que
algunos “especializados maestros la manejaban de manera
sancionadora, estableciendo en todo momento “el principio de
autoridad”. Unos palmetazos a tiempo, significaban que los
alumnos –todavía existía la segregación por sexos- se
mantendrían en orden.
Junto a la palmeta, existía la imaginación del maestro para
mantener la disciplina en el aula, recurriendo a otros
métodos, como la utilización de las manos para pegar
bofetadas, tirones de orejas, “coscorrones”… Y el castigo de
pie mirando a la pared, o de rodillas, apoyada sobre
garbanzos y los brazos en cruz con sendos pesados libros. Y
con la aparición de los sofisticados borradores, sustitutos
de los trapos que se utilizaban, algunos maestros se
convirtieron en atletas especializados en sus lanzamientos,
buscando la cabeza del díscolo alumno.
Y en un plano más didáctico, cuando los alumnos cometía
faltas de ortografía, a repetir bastantes veces, bien
escritas las palabras, 100, 200… o repetir la lección no
aprendida, también muchas veces.
Con todos estos recursos puestos al servicio del “principio
de autoridad” los maestros caímos en el “principio de
autoritarismo”, es decir, “partidarios extremado del
principio de autoridad” o imposición a los demás de nuestra
autoridad.
Un padre con dos hijos, uno en la ESO y el otro en Primaria,
en charla animada, me comentaba que, en efecto, la escuela
ha cambiado mucho, pero para peor. Él recuerda cómo su padre
conseguía que su conducta en la escuela fuese lo mejor. Para
tal fin, con relativa frecuencia, visitaba al maestro y le
indicaba que si mi comportamiento no era el adecuado, que no
dudara en castigarme. Yo, que no me portaba muy mal, en
algunas ocasiones sí que recibí algún que otro “premio” de
los que entonces se utilizaban. Eran otros tiempos, porque
en los momentos actuales, bajo ningún concepto voy a
permitir que mis hijos sean agredidos por el maestro. Baste
decir, que yo no les pongo “una mano encima”. Si ello
ocurriera, no tendría más remedio que “vérmelas” con el
maestro, porque a mis hijos ¡nadie les pegan!
Bien cierto es, que una parte importante de los docentes,
están soportando y experimentando la violencia de
adolescentes y adultos. Queda, pues, mucho por hacer. Somos
muchos lo que estamos deseando encontrar un camino,
acertando, para que la sociedad tome conciencia de que hay
que intensificar la responsabilidad de la familia, en la
transmisión de valores y hábitos saludables a sus hijos; si
el profesorado se siente comprendido y apoyado frente a las
agresiones y amenazas en el ámbito escolar, y sobre todo, si
las administraciones competentes se toman en serio la
educación de los alumnos.
Y retomando el objeto de esta colaboración, la influencia de
la tarima en el comportamiento del docente, esos demandantes
que vieron con entusiasmo que al desaparecer de las aulas,
se encontrarían con una escuela totalmente “equilibrada”,
sin “vencedores” ni “vencidos” y que demandan un cambio
radical en el sistema educativo –dicen que se reformen las
leyes educativas- conviene recordarles que en ello está el
actual Ministro de Educación, buscando lo que él mismo ha
venido a llamar “un gran Pacto Educativo en España”.
Al principio dije que era muy difícil, casi imposible. En
los momentos actuales me mantengo, después de hacer un
seguimiento a las distintas personalidades que intentan
solucionar el problema. Me muestro, pues, escéptico. Los
temas educativo están, en nuestras querida España, muy
politizados. ¡Pero no deseo volver a los años de la tarima!
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