La sombra de doña Incertidumbre,
así con mayúsculas, porque mayúsculo es el escepticismo que
nos imprime en los interiores del alma, está presente en
nuestro acontecer diario, como ese cielo cuajado de
estrellas que, por más que se divisen, jamás se terminan de
contar. A pesar de tanta ciencia futura y de tanto
pensamiento vanguardista, resulta que pocas cosas parecen
predecibles. En el segundero de los días sólo parecen
injertarse sorpresas. Las sacudidas políticas y económicas
dejan al mundo perplejo; al tiempo que los sembradores del
terror intentan enrejar nuestro comportamiento provocando
miedo, titubeos y división en la sociedad. El planeta sigue
aún terriblemente marcado por el odio, la violencia, el
terrorismo y la guerra. A veces, yo mismo, tengo la
sensación de estar atrapado en un horrible caos social,
donde todo es posible, hasta la formulación de leyes
inhumanas. Esto quiere decir que hemos de hallar un tipo de
racionalidad más ética. El futuro hay que labrarlo en
comunidad, globalizadamente, excluyendo la vacilación e
incluyendo la decisión moral en la creatividad humana. Las
sociedades evolucionan en el momento que las relaciones
entre individuos son un amor posible. Hay que poner, pues,
fin a este reinado de doña Incertidumbre para que el mañana
sea viable y lo sea para todo ser humano.
En momentos de tanta desconfianza por los que atraviesa el
orbe y en medio de tantas llamadas seductoras que provienen
de los poderes de aquí y de allá, de los ídolos modernos y
de las ideologías materialistas, las gentes de pensamiento
deben de hacerse notar e imprimir conocimientos que den
seguridad verídica. Hay que liberar a la verdad,
continuamente acosada por el engaño, y hacer valer los
valores perennes suplantados en ocasiones por intereses
ávidos, fermentados y fomentados por sistemas económicos
despilfarradores. Se han dilapidado tantas autenticidades,
tantos ingenios, tantas bellezas, tantas legitimidades, que
todo parece resentirse, hasta el mismísimo universo, capaz
de desdecir continuamente a los meteorólogos, refrendando lo
dicho anteriormente, que en este globo pocas cosas son
previsibles. Al fin y al cabo, con el virus del desorden
está visto que estalla el sentido común y que se abona el
rencor. Habría que enseñar los efectos de aborrecer. Odiar,
por ejemplo, es otro despilfarro más del ser humano, por el
que no vale la pena invertir segundos, puesto que es una
malversación del corazón y el corazón es nuestro mayor
erario a proteger. Habría que robustecer evidencias perdidas
y retornar con urgencia al ser de las cosas, haciendo
ciencia o poesía, tejiendo arte o abecedarios de ideas; y,
todo ello, con una pizca de fundamento reformador.
El reinado de doña Incertidumbre tiene que tocar a su fin.
Precisamente, el tema del Día Internacional de la Juventud,
que se celebra el doce de agosto, habla de apuesta por la
certidumbre, por la sostenibilidad del planeta como reto y
futuro. “Nuestro mundo se enfrenta a múltiples crisis
interdependientes cuyos efectos, graves y de largo alcance,
recaen en los jóvenes de manera desproporcionada”, dice el
mensaje del Secretario General de la ONU. No cabe duda,
desde las tasas del desempleo, que son los que más la
acrecientan, hasta una injusta deuda ecológica que le vamos
a dejar como herencia. La esperanza, sin embargo, está en
esa juventud luchadora, solidaria, dispuesta a formular
estrategias de reducción de la pobreza, practicando estilos
de vida saludables y ecológicos. Sin duda alguna, la vida no
es de los que la vacían o la sobrellevan con vacilación,
sino de los que le dan sabor y saber, de que vale la pena
vivir y vivir unidos.
Siguiendo con los jóvenes, en numerosos países se observan
unos centros educativos sometidos pasivamente a influencias
culturales dominantes, que no dejan espacio para el
discernimiento, convirtiendo la enseñanza en un mero
instrumento en manos del poder político o de las fuerzas
económicas dominantes, con el propósito exclusivo de
asegurar la preparación técnica y profesional de
especialistas, sin prestar la menor atención a la formación
moral de la persona, lo cual les lleva a vivir en una
incertidumbre de reconocimiento como persona y de angustia
respecto al futuro. Parece que Europa quiere avanzar en la
sociedad del conocimiento y competir eficazmente en la
economía mundial globalizada. Me parece bien, pero junto a
una formación de alta calidad, habrá que ofrecer una
formación de calidad humana. En la Unión Europea, la
política educativa es competencia de cada país, pero
indudablemente deben cohabitar unos objetivos comunes en
cuanto a valores humanos. En cualquier caso, asegurar que,
en 2015, los niños y niñas de todo el mundo puedan terminar
un ciclo completo de enseñanza primaria, es la mejor
garantía de avance. Confiamos en que se cumpla el deseo y se
obedezca a la razón.
Debemos, pues, propiciar razones para salir de la
incertidumbre reinante. Si el progreso, para ser progreso,
necesita el crecimiento moral de la humanidad, también para
llegar a esa convicción se precisa un ambiente de seguridad
ética. Corresponde a todos y de manera muy especial a los
poderes de las naciones y a sus representantes,
comprometerse en el camino del diálogo y de la cooperación
internacional, para erradicar todo lo que sea fuente de
conflicto y malestares entre ciudadanías y países. En lugar
de intensificar la demanda de armas lo que debemos
intensificar es la oferta de conversaciones. En suma, que el
reinado de doña Incertidumbre debe fenecer con el entierro
de toda sospecha, para que la confianza del ser humano en el
propio ser humano nos injerte paz en las horas de la vida,
de toda vida, que la dicha es la certeza de no sentirse
perdido, de hallarse lejos de todo recelo. Exequias, pues,
con ofrenda de: si te vi no me acuerdo.
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