Dos derechos se ponen en
entredicho a diario para millones de personas, el trabajo y
el descanso. El trabajo ayuda siempre, en la medida que
descubrimos lo que podemos hacer. Por otra parte, romper con
la cotidianeidad es alcanzar el descanso. Este último, tan
importante como el empleo, es fundamental que lo llenemos de
abrazos, también de silencios, de pausas que nos desaceleren
y, asimismo, de posos humanos para reencontrarnos los unos
con los otros. Aprender a descansar es una manera de
aprender a vivir. Cualquier persona, en sabio cultivo con el
abecedario de la naturaleza, o en docto contacto con el mar,
recobra la quietud, “carga las pilas” como dice el lenguaje
popular, se calma interiormente.
Vivimos en el mundo de la producción, de las prisas que a
veces no conducen a ninguna parte, afanados en cuidar el
cuerpo, aunque luego tengamos abandonado el aseo de nuestros
interiores, al que muchas veces precisamos engordar de
estimulantes para poder andar por la vida sin desfallecer.
Está visto que cada cierto tiempo necesitamos pararnos,
tomar el equilibrio y la orientación debida, hacer análisis
del momento presente, definido por la debilidad de
convicciones que parecían consistentes y que han sido
suplantadas por otras igualmente débiles, lo cual engendra
confusión y desconcierto. Hay un visible abandono del uso de
la razón, de pérdida del sentido natural, precisamente en la
época en que la ciencia ha hecho avances decisivos, cuestión
que debiera facilitarnos una aptitud mayor para comprender
la realidad que nos circunda y lo que somos en esa realidad
circundante: un esqueje de la poesía.
Es humano escalar por el deseo de aspirar a vivir mejor,
pero es equivocado el estilo de vida que se presume como
mejor, cuando está orientado sólo a producir, a ser
productivo y poco más. Por esto, es necesario esforzarse por
implantar modelos laborables que aviven el descanso con
ayudas sociales, en vez de pretender acrecentar las jornadas
de trabajo o ampliar la duración de la vida laboral. Del
tajo al ataúd o del reventadero a la casa, sinceramente no
me parece un buen camino y mucho menos de protección de los
derechos de los trabajadores. Somos personas, no somos
máquinas. Cuando las personas trabajan más de lo debido, el
organismo acaba pasando factura. Que luego, por cierto, no
suelen pagar los empresarios y que se manifiestan en
trastornos de depresión, problemas digestivos, ataque de
pánico, insomnio, fatiga crónica, alteraciones nerviosas… Es
vital, pues, aliviarse de la carga de trabajo diario, hacer
un alto y tomar un respiro en lugar distinto. Esto da salud.
Por ello, tan primordial es invertir en las empresas como en
las personas. Tenemos el derecho al trabajo y el deber de
trabajar, pero en la misma línea de protección, debiera
estar igualmente el derecho al descanso y el deber de
descansar. No sólo de trabajo vive el hombre.
El derecho a la utilización del tiempo de descanso y, en
particular, el derecho a tener vacaciones, y a la libertad
de viajar y de hacer turismo, consecuencia natural del
derecho al trabajo; debe ser protegido más allá de la letra
impresa. En este sentido, considero que a las instituciones
del Estado les corresponde fomentar un turismo social, donde
la ciudadanía sea capaz de llenar el ocio de una manera
cerebral. Hay descansos que pueden ser un desmedido alarde
de divertimento baladí que no aportan nada interiormente a
la persona, más que un consumo innecesario. Las vacaciones
no se consumen, se viven. Sin embargo, no olvidemos que la
relación entre turismo y armonía es realmente un axioma
básico. La amistad, el conocimiento entre culturas abre la
posibilidad al turismo y éste intensifica y amplía la
concordia. Conocerse puede conducir a una mayor comprensión,
a una mayor tolerancia, a nuevas formas de cooperación.
Téngase en cuenta que desde el conocimiento se pueden
derrumbar las barreras que nos separan.
Justamente, el código ético mundial para el turismo, se
declara a favor de “un turismo responsable y sostenible, al
que todos tengan acceso”. Las razones de esta opción, así
como las condiciones que deben darse, vienen expuestas a lo
largo de su articulado. Se refiere a la contribución que el
turismo puede aportar, tanto a la persona como a la sociedad
o a las relaciones entre los países. Al señalar al turismo
“como un medio privilegiado de desarrollo individual y
colectivo”, se menciona ante todo el que se le considere “un
factor insustituible de autoeducación, tolerancia mutua y
aprendizaje de las legítimas diferencias entre pueblos y
culturas y de su diversidad”. Esta función del turismo
deriva del contacto directo, espontáneo e inmediato que
permite entre hombre y mujeres de culturas y formas de vida
diferentes poder convivir.
Un turismo que ya no es desbordante, que parece haberse
convertido en un lujo y es una necesidad. Como paréntesis y
volviendo la mirada a nuestro país, para lograr que el
sistema turístico español sea el más competitivo y
sostenible, el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio
promovió el desarrollo del Plan Turismo 2020. Este Plan se
aprobó en Consejo de Ministros de 8 de noviembre de 2007,
fruto del consenso entre el sector público y privado, pero
anterior a la crisis, lo que exigiría ahora profundos
cambios pactados entre todos los interlocutores nuevamente,
acordes con la advenida situación, para mejorar el
posicionamiento en los mercados, pues aunque posteriormente
se hayan parcheado paquetes de medidas para impulsarlo, los
resultados positivos no se perciben. Y España necesita del
turismo, más que nunca si cabe, para relanzar su maltrecha
economía, que tendrá una galopante subida de impuestos más
pronto que tarde.
En cualquier caso, retornando a los dos derechos
mencionados, para que unos descansen otros han de trabajar,
es ley de vida. Lo que implica tomar el quehacer vacacional
y laboral en tiempos diferentes, pero en el tiempo preciso y
necesario. Lo triste es que en España, que seguimos a la
cabeza del paro en Europa, millones de personas ni están de
vacaciones ni trabajan. Son los excluidos de un sistema
devorador e injusto. En unos despierta la ociosidad por
carecer de tajo donde agotarse los días. Tampoco pueden
disfrutar del auténtico ocio que revierte el poseer un
trabajo decente que no tienen. En otros la esclavitud, por
lo indecente del trabajo conseguido. Reflexión final: Que la
recesión en el trabajo decente y en el descanso merecido
son, pues, males grandes que se deben tutelar y amparar con
urgencia.
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