El edificio social de Ceuta tiene deficiencias en su
estructura, cerramientos, paredes con fisuras y grietas,
techos con goteras, su color no es más que simple recuerdo,
el ancho de puerta no es el adecuado; menos aún, sus
ventanas, siempre estrechas, siempre opacas. Muebles de
otras eras que no de épocas en sus cuartos, ya
desvencijados, que nadie quita ni tira por amor de
nostalgia. Culpa de centinelas con estandartes que no bajan
guardia, pero ya a punto de retiro y a menor gobierno. Tiene
también algunas luces, sobre todo en sus esquinas y puentes,
allí donde grupos constreñidos por mejor pasado y faltos de
valor ante futuro se tienen como dueños de torres y
firmamento, aun sin haberlo, aunque sí para ellos, tan
altivos siempre, tan señores ellos, herederos de santidad,
mil ensueños y mil más y otras mil por mil, así sus cabezas
y así las cosas, así la ciudad, superficial y con trampa, de
futuro olvidado, inquieto e incierto, por no acometerlo
quienes debieran, aunque viendo sus fondos, así como sus
vídeos de gasto y relax poco fruto podría darse de tan mala
siembra; rebuzno malicioso de quienes sólo saben recibir en
los rellanos de su ya mutilada y desgajada soberanía, calco
de hombres, que no de hombre, segmentos vilipendiados por
limpia conciencia, prácticas antisociales de arrojo y
valentía que hacen tambalear cielos y tierras, motivo para
existencia de cálidos infiernos. Allí los tuesten.
Lejos andan estos virtuales centuriones de cuentas ajenas de
aquel otro pastor de cuentas que tan afanado estaba en
tenerlas limpias que olvidó ver a su madre, siendo ella
quien le buscara y visitara, hasta encontrarle, y cuando
tenerle delante tuvo, observó que a la luz de un candil
trabajaba, levantándose para saludarla y prepararle asiento,
en ese trance y con un soplo apagó el candil, a oscuras
quedando, diciéndole ella: “tantos días sin verme y ahora
que vengo a buscarte apagas la luz…”, él estaba intentando
encender otro candil, hasta conseguirlo, respondiendo: “El
que he apagado es de la Comunidad y como he parado de
trabajar para estar contigo no debo hacerle gasto. En
cambio, el que he encendido es mío…”.
Otro de sus problemas son sus cimientos, que en vez de estar
aderezados en pura diversidad, aquella de real y de justa
esencia, son de compuestos malavenidos, aquellos de dudosa
valía, tan distintos entre si, tan antagónicos al
acercarlos, tan intemporales ambos, tan ciertos ellos. Pero
mejor como cimiento Montesquiu. Hacerlo al revés es darle la
espalda a lo cierto, es cerrar los cuartos al aire fresco,
es asignarle una función ajena a su esencia.
El mundo moderno exige la eliminación de instituciones
pseudo religiosas, y mientras eso no se consiga, nos
pareceremos a esas sociedades antiguas, de valles sociales
angostos, irreductibles e irrecuperables, en las cuales los
derechos se vuelven favor, y donde dar por justicia se
vuelve gracia de quien manda, en donde solicitar se vuelve
pedir, en donde se inculca miseria, en donde todo y todos es
de quien da, de quien manda, es volver a las velas y al
incienso, es volver a fomentar castas sociales, es volver a
la injusticia.
Ceuta es una ciudad en la que sería necesaria mucha
pedagogía para conseguir desasociar algunos de los conceptos
que tan oportunistamente han estado asociando de forma
interesada algunos políticos de la Ciudad y que,
lamentablemente, han acabado calando en una buena parte de
la sociedad.
De este modo, perverso en su fondo y forma, vemos como una
sociedad que en esencia debería definirse como plural y
equitativa, revierte tal condición hacia vías excluyentes y
antisociales, cuando menos.
Viva el futuro.
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