Todo el mundo pendiente de que se
encendiese el alumbrado extraordinario, con el que daban
comienzo las fiestas patronales, en honor de nuestra patrona
y alcaldesa perpetua, Santísima Virgen de África.
Y como al principio del mundo, al luz fue hecha entre los
aplausos de todos los asistentes a la ceremonia. En esos
momentos nuestras fiestas patronales echaban a andar un año
más.
Mientras esto sucedía, se me vino a la memoria, aquellos
años de mi juventud y como eran las ferias de entonces. Por
supuesto la entrada no tenía la prestancia ni la categoría
que tiene hoy. Una portada, que es una auténtica obra de
arte y que luce más, en cuanto está iluminada.
Hay cosas que se siguen manteniendo con el paso del tiempo y
que jamás, fallan en una feria, los puestos de turrón y las
tómbolas aunque, lógicamente, existe una variedad en el
asunto de las tómbolas y en los puestos de turrón. Todo
cambia para que nada sea igual, aunque siempre será lo
mismo. Las tómbolas seguirían siendo tómbolas y los puestos
de turrón, puestos de turrón.
Lo único que realmente ha cambiado son los cacharritos
donde, hoy día, existe una gran variedad, con atracciones
modernas, que han dejado aparcadas algunas de las
atracciones de mi juventud.
El Látigo sigue viniendo puntualmente a su cita, parece como
si fuese algo imprescindible en una feria, pero lo que
desapareció, como por encanto, es el “carro de las patas”,
el Teatro Circo Chino, al frente del cual venía Manolita
Chen, algún que otro circo que siempre nos llegaba en
nuestras fiestas patronales y la caseta de Sandeman donde
era parada obligatoria para comerse un pollo y beberse una
botella de aquel vino fresquito que entraba de maravilla,
pero que no tenía la misma salida.
Los jóvenes, entonces también había jovenas pero no las
llamábamos así, nos cargábamos nuestra botella de aquel
vino, en vasito de plástico pequeños, no nos comíamos el
pollo, no por imitar a Andreita la de Belén Esteban, sino
porque era un lujo para nuestros escuálidos bolsillos,
salíamos pitando al carro de las patas, par de vueltas, y a
sacar la entrada del Teatro Circo Chino para ver a Manolita
Chen, que estaba de toma pan y moja.
Asistir a una de las funciones del mencionado teatro y ver a
Manolita Chen con lo que enseñaba y los que nos imaginábamos
era, para todos nosotros, un trozo de gloria pura. ¡Que
pedazo de mujer!.
Terminada la función, todos comentábamos sobre la actuación
de algunos de los componentes de aquel cuadro artístico que
los había muy buenos, como era el genial humorista Kelo o la
pareja formada por Emy Bonilla. Pero con todo, al final, la
conversación se centraba en Manolita Chen y en la envidia
que le teníamos al chino que era el propietario del teatro
y, a al vez, el marido de Manolita.
Y hablando de estas cosas, lo único que nos quedaba era dar
vueltas y más vueltas al recinto ferial, tratando de ver a
la niña de nuestros sueños. Y así un día y otro día hasta la
traca final, donde le decíamos adiós a nuestra feria,
esperando la del próximo año y que viniese Manolita Chen.
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