Sepan ustedes, señores políticos, lo siguiente. Un
chivatazo, al más puro estilo parvulario, vomitado desde la
más antipática de mis neuronas psicosensibles, desde el odio
perturbado. Ahí va: Ayer noche, los familiares de un amigo
mío pretendían venir a Ceuta, acogiéndose a la tarifa de
Transmediterránea y Ciudad. Yo mismo le acompañé para que
rellenara los formularios y se enviaran por fax hasta
Algeciras. Fuimos hasta Cañonero Dato. Media horita. Y
luego, hasta las taquillas de la Estación Marítima, otro
cuarto de hora. En coche. Yo mismo tuve que informar al
empleado de quiénes sí y quiénes no podían acceder a estas
bonificaciones. Una monería. (La gente nos pregunta a los
periodistas, siguen mareados, porque no tienen ni zorra idea
de cómo va el cachondeo este. Hasta yo mismo, el informador,
está perdido con tantos cambios y tantas prórrogas).
Habíamos establecido en el formulario que los familiares
llegaran a Algeciras para coger un barco a partir de las
20.00 horas. Allí los entretuvieron, les pusieron pegas en
las ventanillas, les mandaron para arriba, para abajo; para,
después de todo, decirles que por hoy ya se habían acabado
los cupos para familiares. Por la cara, por bulerías. “Ya,
hasta mañana”. Si quieren viajar hoy, háganlo, pero
apoquinando, debieron pensar. En fin, que hay que dejarse
las cejas para venir un maldito fin de semana a conocer la
feria de Ceuta. “Así no va a venir ni Dios aquí”, le
comentaron los familiares a mi amigo. Estoy seguro de que
bien se hubieran dado el piro de no ser una visita obligada.
Los de Acciona no escarmientan. Ni tarifas máximas
estipuladas, ni moral, ni ganas de colaborar con ésa ciudad
varada en África. Luego vendrá el consejero delegado y
Pepiño Blanco. Cuando den su rueda de prensa, pregúntenle,
como hicieron con el café de ZP: “¿Sabe cuánto vale el barco
a Ceuta?”. Seguro que 80 céntimos.
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