Evidencias constan en las
hemerotecas de las acerbas críticas que muchos formulamos
contra la Ley del Menor. Y quienes protestamos no fuimos, ni
los buenistas, ni los profesionales de la buena conciencia,
ni la progresía almibarada, ni los políticamente intachables
(ser políticamente intachable es más fino que ser
políticamente correctos). En absoluto. Quienes echamos las
túrdigas por la boca, viéndolas venir y llenos de aprensión,
fuimos muchos profesionales directa o indirectamente
vinculados , por mor del oficio, con el sórdido submundo de
la delincuencia juvenil.
Ni puto caso. Los peperos gobernantes en aquel entonces,
eran tan paternalistas con los jóvenes criminales, tan
bucólicos presuponiendo que, los “menores”, todos los
“menores” delincuentes, por horribles que fueran sus actos,
“merecían” ser acunados y mimados en el regazo de
Papá-Estado y convencidos para “ser buenos”… Es decir, que
no se trataba de castigar al delincuente, para hacerle
responsable de sus acciones, sino de tratar a auténticas
fieras como si fueran niños de teta. Muchos dijimos que, ni
era la forma, ni iba a dar resultado, que la sensación de
impunidad de esos tiparracos iba a duplicar el número de
hechos delictivos y que, la disciplina carcelaria, en un
Módulo de Menores, a partir de los dieciséis años, era más
eficaz y obtenía mejores resultados que los Centros de
Menores, ex reformatorios diseñados con azúcar y con más
pamplinerías que la casita de la Barbie.
Los agoreros tuvimos razón. Por mucho que, en aquel entonces
nos tacharan de crueles y de retrógrados, amén de
escasamente proclives a la reeducación de los criminales.
Respondimos que, en la mayor parte de los casos y de las
causas, el problema no era “reeducar” sino tratar de curar,
porque estábamos ante auténticos psicópatas, sociópatas y
enfermos mentales, que no ante descarriadas ovejillas del
buen Dios. De hecho, en mis treinta años de briega con el
Derecho Penal, puedo afirmar que, de los numerosos temas de
jóvenes de menos de dieciocho años en los que he actuado
como defensa o como acusación particular, estimo, sin temor
a equivocarme que, no menos del ochenta y cinco por ciento
de los que cometían delitos graves eran, antes que
delincuentes, auténticos enfermos mentales sin diagnosticar
y, por supuesto, sin tratar. Peligrosos. Para ellos mismos y
para los demás.
Pero, lógicamente, en esta España que se mueve a fuerza de
encuestas y donde, los políticos no son técnicos, sino
enchufados y amiguetes de fulanito o de menganito, en esta
Patria, a veces tan cruel y despiadada con los suyos, tan
hipócrita en sus denodados deseos de “quedar bien” el tema
perentorio de que se necesitan y se han venido necesitando
de manera urgente centros psiquiátricos cerrados para
atender, controlar, tratar e intentar curar a los jóvenes
delincuentes con patologías mentales, “ese asunto” ni
interesa ni creen que resulte rentable en las urnas.
Así, en su momento, los dineros de los padres y de las
madres de España se fueron para construirle un aeropuerto al
Arafat. ¡Quedamos de bien! ¡Hay que ver lo dadivosos que
somos! Claro, luego llegaron los samuelitos, lanzaron siete
chupinazos y el aeropuerto que estaba construido con el
sudor de los españoles, se fue a tomar por el culo. Y los
padres y las madres suspiramos pensando, que si nos salía,
si nos sale, un hijo malo y loco, no hay donde curarle, ni
el Estado va a echar cuentas de él. Porque los chorizos, los
gamberros, los criminales y los delincuentes, no suelen
guardar la fila para ir a votar en domingo, máxime cuando la
noche del sábado la han pasado bien de botellón, porro y
“pasti” bien haciendo maldades.
Hoy los espíritus puros se rasgan el polo falso de Tommy
Hilfiguer comprado a un moreno, porque existen “menores”
depredadores sexuales capaces de la máxima crueldad, sí,
precisamente de la generación amamantada con derechos,
libertades, buenismo y Educación para la Ciudadanía. Aunque,
al tiempo, nuestro Zetapé viaja a la tierra del
muchimillonario Berlusconi y se compromete a regalarle un
saco de cientos de miles de euros para que restauren un
monumento en l´Aquila construido por nuestros antepasados.
¡Qué elegancia! ¡Que desparrame de dineros! ¡Eso es tener
clase! Los psiquiátricos para los más jóvenes pueden esperar
y reformar la Ley, ese clamor, es un tostonazo. De todas
maneras, ningún “menor” va atacar a los Poderosos, a esos
les pagamos coches blindados y escoltas.
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