El coronel Manso es un hombre que daría con las medidas
exigidas en un equipo de baloncesto. Ahora camina con un
bastón. Le caracterizan su fino bigote, su cara pecosa y su
boca ancha. Quien más y quien menos lo habrá visto andando
por el centro. Suele ir con corbata y con combinaciones de
ropa muy elegantes. A primera vista da la sensación de ser
un militar firme, sin escrúpulos y de la vieja guardia. “Fui
exigente, pero todos mis soldados me aprecian”, dice él.
El refrán “las apariencias engañan” debió crearse a raíz de
Luis Manso. Su historia nos cuenta algo muy distinto de él.
Posiblemente, quienes le concedieron la medalla, la
Asamblea, desconociera parte de los detalles de su vida y se
haya fiado de su trayectoria al frente de Regulares, desde
que salió como teniente hasta que se marchó a Alicante como
coronel (dos años). Luego volvió para quedarse de por vida.
Nació en 1933 y a los dos años quedó huérfano de padre. Fue
internado en un colegio para huérfanos, en el que vivían
otros 1.700 niños más. Su madre recibía una pensión de poco
más de 200 pesetas mensuales. Los reyes eran escasos, igual
que el cariño que recibió. Maduró cuidando a su madre a la
que pudo darle la enorme satisfacción de presentarle el
cordón simbólico que daba paso a la Academia Militar.
Durante el primer año de cadete recibió, en unos ejercicios,
la coz de un caballo en la rodilla. Un médico militar le
obligó a pedir la baja. Su obstinación, su deseo por seguir
los pasos de su padre le llevaron hasta uno de los mejores
médicos de España, el mismo que operó a Manolete. Consiguió
que le atendiera el doctor Bastos, sin pagar por ello.
Durante cuatro veranos fue operado para no perder su puesto
en la Academia y llegó a Ceuta como teniente. “Recuerdo la
llegada a Ceuta, a esa tierra que parecía un portal de
Belén. El sol estaba saliendo y sentí que era la primera vez
que iba a hacer algo grande en la vida”. Abandonaba su mala
suerte, pero solo temporalmente. A los dos años conoció a su
mujer, Mari Roni, quien ha sufrido la dedicación de Manso
para con las viudas y huérfanos militares, asociación que
impulsó y grupo al que atendía especialmente durante los
veranos de oficial.
En el año 1972, después de celebrar una rifa para este
colectivo, sufrió otro varapalo. Enfrente de la hípica, un
conductor novel le atropelló. Se temió por su vida y su
cuerpo volvió a quedar maltrecho, listo para otra larga
rehabilitación.
En sus años en Ceuta convivió con su tío Gumersindo Manso,
un comandante general que falleció en 1961 en su habitación
minutos antes de recibir al obispo en el puerto. Fue un
golpe bajo. Era su tío, el que más lucía el apellido y quien
más había mirado por la infancia de su sobrino.
Luis Manso fue amante de Regulares. Fue oficial en dos de
sus grupos, en el número 3 y en el 1 de Tetuán, el único que
se conserva en Ceuta en la actualidad. Sólo le faltó mandar
el regimiento.
Luis Manos será condecorado con el Escudo de Oro de la
Ciudad el próximo lunes, junto al imán de la mezquita Muley
El Mehdi, Abdeselam Ahmed; y el veterano político local,
José Antonio Querol. “Es un premio que recibo desde la
humildad. Decía Aristóteles, que ‘la grandeza no reside en
recibir honras, sino en merecerlas’”, comenta Manso, que en
su discurso hablará también del orgullo que supone recibir
este premio. “Es una suerte que entre todos los ceutíes
propuestos, la aguja que recorre los nombres se haya parado
en el mío”, dice. A partir de ahora mirarán a Manso desde
otro prisma. Se lo advierto.
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